Haydée Santamaría: traspasar los límites

Murió, hace hoy cuarenta años, la mujer que trascendió las ataduras de género, clase, raza, sexo y cultura.

Foto tomada el día de la filmación del documental Vamos a caminar por Casa, dirigido por Víctor Casaus, en 1979. Foto: Archivo Casa de las Américas.

En el caso de Haydée es útil revisitar el pasado y entender cómo era la vida de las mujeres en Cuba a mediados del siglo XX. Ellas ocupaban un espacio reducido y, en dependencia de su estatus económico, su educación y su cultura, podía reducirse todavía más.

Como mujer, en particular alguien que vivió un tiempo con tantas restricciones en cuanto a oportunidades y acciones para la mujer, Haydée trascendió las ataduras de género, clase, raza, sexo y cultura.

No lo hizo mediante el estatus económico, la educación formal, los estudios teóricos, o por dedicar tiempo a desmontar los estereotipos de su época, aunque todo esto tuvo su incidencia.

Su niñez en un central azucarero cubano en la primera mitad del siglo XX le proporcionó un conocimiento directo sobre la explotación, la desigualdad entre los jefes y los que cortaban la caña o trabajaban en el ingenio. Ella fue una mujer de acción y la acción conformó su ideología tanto como Martí, Marx, Lenin, su hermano menor Abel y Fidel.

La familia Santamaría Cuadrado en la sala de su casa en Encrucijada. De izquierda a derecha: Abel, Aida, Benigno, Ada, Joaquina, Haydée y Aldo. Fotocopia Ramón Barreras. Cortesía Museo Casa Natal Abel Santamaría/ vía Vanguardia.

Solo completó la educación primaria, en una escuela multígrada del central donde había una sola maestra. ¿Era habitual por entonces que las niñas no cursaran otros estudios, o hubo otras razones para que no asistiera a la secundaria y la universidad? ¿Cuáles eran las expectativas educacionales típicas de su clase y género? Ella tenía inteligencia y poseía suficiente curiosidad como para que fuera dable esperar que tratara de alcanzar un mayor nivel de instrucción. Viniendo de una familia tradicional de inmigrantes, ¿se esperaba de ella que se casara a temprana edad?

La casa de Haydée en Encrucijada, 2013. Foto: Margaret Randall.

A principios de los años 50 viajó a La Habana con su hermano Abel. Varios textos enfatizan que fue “a cuidarlo”, vale decir el papel tradicional de ama de casa y cocinera.

Tanto él como ella dejaron claro que esto no era cierto. Él sabía de su apasionamiento por el cambio social y la rescató de una vida familiar conservadora y paralizante. Ambos fueron miembros del movimiento de izquierda de la Ortodoxia, que se indignó ante el golpe de estado de Batista en 1952. La labor de Jesús Menéndez al organizar a los trabajadores azucareros en su provincia natal de Las Villas tuvo también un poderoso impacto en Abel, y en ella a través de él.

Haydée había recibido la influencia de las ideas de su hermano por mucho tiempo. En La Habana conoció a sus compañeros, entre ellos a Fidel Castro, “ese tipo alto que dejaba caer la ceniza de sus cigarros en todo el piso que yo había limpiado”, y se incorporó rápidamente a sus actividades.

Melba Hernández y ella fueron las únicas mujeres que participaron en el asalto al Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953, aunque había otras mujeres actuando en el clandestinaje. Abel y el novio de Haydée, Boris, fueron torturados hasta la muerte. Haydée y Melba sobrevivieron, fueron juzgadas y sentenciadas a siete meses de prisión.

Haydée (izquierda) y Melba (centro) con la periodista Marta Rojas (1954). Foto: archivo de Granma.

Fidel y los restantes sobrevivientes recibieron condenas mucho más duras, pero fueron liberados mediante una amnistía general en 1955.

Archivo de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado. Melba Hernández y Haydée Santamaría junto a Fidel Castro cuando salía del Presidio Modelo el 15 de mayo de 1955. Foto: AFP

El ataque al Moncada constituyó la entrada del grupo en el mapa político. Ciento sesenta miembros participaron en la acción, que fracasó militarmente, pero es reconocida como el inicio de la lucha armada que liberaría al país cinco años y medio después.

Aunque Haydée fue una de las dos únicas mujeres directamente involucradas, sus dos hermanas también participaban en el movimiento. Apoyaron la acción, pero se quedaron en la casa con sus padres porque había grandes posibilidades de que la mayoría de los asaltantes no salieran con vida. 

Durante la lucha contra la dictadura de Batista, Haydée cumplió las tareas que se le encomendaron de manera creativa y responsable. Cuando se le ordenó viajar a Estados Unidos para comprarle armas a la Mafia, aseguró haberse sentido aterrorizada, pero llevó a cabo la riesgosa misión y consiguió el armamento tan necesitado.

Mucho menos conocida es la importancia del papel que tuvo en organizar a la comunidad de exiliados, teniendo que lidiar con tendencias diferentes para alcanzar una unidad táctica.

Escondió las balas en diminutos bolsillos cosidos en el interior de las anchas faldas que estaban de moda y así logró introducir muchas de ellas en Cuba. De regreso, tuvo una participación activa en la preparación del alzamiento del 30 de noviembre en Santiago de Cuba. Y durante la lucha clandestina en La Habana, cuando le tocó ordenar que se pusieran bombas en lugares estratégicos, siempre seleccionó para hacerlo a aquellos que sabía que odiaban esa tarea. Dijo sobre esa experiencia:

“Pienso que tiene que ser difícil para la gente ser violento, ir a la guerra, pero a veces hay que ser violento y hay que ir a la guerra si es necesario […] Lo que no se puede perder en ese tipo de situaciones es la humanidad […] Cuando alguien tenía que colocar una bomba durante la lucha, y en la clandestinidad a veces yo era quien tenía que decidir quién iba a hacerlo […] siempre escogí al mejor, al que tenía mayor conciencia, las mejores cualidades humanas, de modo que quien fuera no se acostumbrara a poner bombas, no sintiera placer por ponerlas, de modo que siempre le doliera [tener que hacerlo]”.1

Haydée tenía una fe indestructible en los seres humanos, los apreciaba en toda la amplitud de sus identidades y posibilidades. Y tenía opiniones interesantes sobre las diferencias y las interacciones entre los grupos y los individuos.

La recuerdo hablándome en una ocasión sobre su encuentro con Ho Chi Minh en su primer viaje a lo que era entonces Vietnam del Norte. Me describió su pequeña figura de pie al final de una larga habitación y verlo luego caminar hacia ella. “Nunca supe si Ho Chi Minh era así porque era vietnamita, o si los vietnamitas son como son por causa de Ho Chi Minh”.2 No tuvo que decir nada más. Recordé su observación durante años y cuando visité Vietnam la tuve siempre presente.

Al final de la guerra contra Batista, a principios de 1959, Haydée fue encargada de fundar y dirigir una institución para las artes, cuya responsabilidad era nada menos que romper el aislamiento a que Estados Unidos quería someter a Cuba.

Haydée mantuvo relaciones con muchos de los más notables intelectuales latinoamericanos. Foto: Fernando Lezcano

Junto con el bloqueo diplomático y económico, Washington estableció un boicot cultural a la Isla para destruir la Revolución. El sexto grado alcanzado por Haydée no podía prepararla para la complejidad y las sutilezas de tal empresa. Nunca fue a la universidad, ni estudió arte o literatura, pero llevó a cabo la tarea de manera brillante, e hizo de Casa de las Américas un lugar donde los creadores más destacados del mundo se sintieron en su casa. Gracias a su legado, sigue siendo así hoy.

Ella miraba a los más grandes artistas e intelectuales del mundo directamente a los ojos, advertía y recordaba sus preocupaciones más íntimas y les brindaba tanto de sí misma que quedaban prendados de ella al instante. Y estaba abierta a todas sus manifestaciones expresivas.

Dentro de la propia Cuba, su visión le permitió apreciar el talento en aquellos que fueron menospreciados por funcionarios del Partido, o incomprendidos por los partidarios de la línea dura, que preferían la seguridad de lo mediocre a la incertidumbre de lo nuevo. Sin su patrocinio, los innovadores de la Nueva Trova no se habrían convertido en quienes son.3

Gabriel García Márquez, Haydée Santamaría y Silvio Rodríguez. Foto: Zurrón del Aprendiz
Pablo Milanés y Haydée

Procuró encontrar escritores y artistas entre las capas más marginalizadas de la población. Respetaba el inconformismo y apoyaba la autenticidad. Era inclusiva por su propia naturaleza. Rechazó el dogma del realismo socialista que era promovido por la Unión Soviética. Ella escuchaba, prestaba atención y aprendía.

No quiero dar a entender que Haydée no respetaba la disciplina del Partido o se negaba a cumplir las decisiones de sus líderes. Ella misma formaba parte de ellos, sin renunciar por esto a su integridad, su individualidad y su capacidad de crítica. Era disciplinada y leal como el mejor de ellos, pero nunca sin cuestionar o analizar. Enfrentó la injusticia en todo momento y lugar en que la encontró. Su capacidad para moverse en el borde de una línea crítica valiente, pero frágil, especialmente siendo mujer, es uno de sus atributos más interesantes a mi entender.

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Otro aspecto del pensamiento de Haydée que siempre me llamó la atención fue su compleja aproximación al nacionalismo. Yo creo que el nacionalismo es una de las tendencias más problemáticas de nuestra época, da lugar a políticas racistas o xenofóbicas y justifica terribles crímenes, que pueden llegar hasta el genocidio.

Una isla es siempre un territorio bajo acoso, y Cuba no es la excepción. Una pequeña isla puede y con frecuencia se convierte en el objeto en disputa entre dos contrincantes. A lo largo de su historia, Cuba ha sido invadida, dominada y ocupada por una potencia tras otra.

Fue necesaria una gran dosis de nacionalismo para que Fidel y su movimiento revolucionario alcanzaran el apoyo requerido para liberar al país. Haydée era la encarnación de este sentimiento. Con frecuencia hablaba del sol de Cuba, de sus playas y sus palmas reales, y decía que solo por esas tres cosas ya valía la pena despertar cada mañana. Tenía un amor muy profundo hacia su patria; de hecho, después de la amnistía de 1955 se negó a partir con sus compañeros hacia México. Dijo que tenía miedo “de no poder regresar a casa”.

Sin embargo, el trabajo de Haydée en Casa de las Américas implicaba honrar otras tierras y a sus artistas, abrirles espacio para mostrar su trabajo y sus ideas dentro del paradigma cubano y, precisamente porque trabajaba con un grupo de personas que se destacaban por sus idiosincrasias creativas, aprender a entender y respetar otras culturas y maneras de vivir.

Mercedes Sosa y Haydée Santamaría. Foto: Archivo Casa

Esto es la antítesis del nacionalismo extremo. Favorece el equilibrio y creo que en su momento ayudó a suavizar los posibles excesos del nacionalismo cubano que ella había abrazado también.

Lo que ella creó en la Casa fue un modelo que alcanzó prestigio entre las restantes instituciones de la Isla, algunas de las cuales trataron de emularlo. La forma en que Haydée asumía su posición, la manera en que utilizó lo aprendido de los artistas de todo el mundo para enriquecer la experiencia cubana, es merecedora de un cuidadoso análisis para comprenderla plenamente.

En Cuba, la práctica generosa del internacionalismo también representa una contrapartida a lo que podría haberse limitado a ser una revolución nacionalista. Las tensiones de la Guerra Fría sin duda favorecieron esto último, pero Fidel y el Partido Comunista de Cuba enfatizaron en la importancia del internacionalismo.

La participación de los cubanos en África comenzó tan temprano como 1961, pero su principal involucramiento en Angola y en otros conflictos bélicos en esa región africana se inició en 1975, cinco años antes de la muerte de Haydée. Ella apoyó fervorosamente estas campañas.

También se ilusionó con las escuelas para estudiantes extranjeros que se establecieron en la Isla de la Juventud: estudiantes de algunos de los países más pobres y devastados por la guerra pudieron continuar allí su educación sin costo alguno. Y la Revolución se aseguró de que mantuvieran sus tradiciones culturales, tanto en lo que respecta a sus memorias y relaciones personales, como en lo relativo a la música, manifestaciones artísticas y comidas típicas.

Durante la breve revolución democrática que tuvo lugar en Chile a principios de los 70, hubo una gran colaboración entre ambos países. La Revolución Sandinista de Nicaragua triunfó apenas un año antes de la muerte de Haydée. Ella visitó el país en sus últimos meses, de modo que apreció en persona la presencia de maestros, médicos y otros especialistas cubanos que fueron enviados a la nación centroamericana. Uno de ellos fue su propia sobrina.4

No vivió para ver la decisiva ayuda que Cuba prestó a otros países en América Latina y el mundo, pero aun así, en Casa, y trabajando por la Revolución en su sentido más amplio, ella alentó y contribuyó al internacionalismo, que sigue siendo uno de los rasgos característicos de este proceso.

Haydée y Marta Rojas, en la década de 1970. Foto: Margaret Randall.

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Haydée nunca permitió que la afectara la discriminación de género, o que le impidiera hacer lo que entendía que debía hacer. Esto no quiere decir que muchos de sus compañeros hombres no la trataran con el tipo de seudo-respeto con el que se trataba entonces, y se trata todavía hoy, a las mujeres. Este acercamiento formal a la igualdad de género sigue existiendo en un grado decepcionantemente alto en Cuba y en todas partes. En su vida personal, Haydée se tomó siempre el trabajo de hacer patente que la discriminación de género es injusta.

Foto de Celia María Hart Santamaría junto a su mamá, expuesta en la casa de la familia Santamaría-Cuadrado, hoy convertida en museo, en el municipio de Encrucijada, de la provincia Villa Clara. Foto ACN.

También era consciente de la desigualdad racial. Hablaba de cómo cuando niña era criticada por jugar con los niños negros de su pueblo. La cineasta cubana Gloria Rolando se ha referido a las dificultades para conseguir que se exhibieran sus documentales acerca de la historia de los negros en Cuba, pero ha afirmado que Casa de las Américas siempre la apoyó en su labor.5 Esto, al igual que el hecho de que haya muchas más personas afrodescendientes dirigiendo departamentos en Casa que en la mayoría de las instituciones del país, es un testimonio del legado de Haydée.

Debido a que eligió suicidarse, y a pesar de su ejemplar trayectoria como revolucionaria, Haydée no recibió los honores que merecía al morir. Durante años, al menos en determinados sectores, resultaba palpable la incomodidad con el hecho de haber recurrido al suicidio.

Algunos lo consideraban una cobardía, aunque no lo expresaran abiertamente; otros se sentían traicionados y otros simplemente no sabían cómo lidiar con emociones tan complejas y contradictorias; finalmente muchos le restaron importancia en distintas formas. Los que habían trabajado con ella, o la habían conocido de cerca, sufrían este fenómeno, pero no podían contrarrestarlo.

La situación ha cambiado con los años: ya no se condena el suicidio de manera tan terminante y los innegables méritos de Haydée han llevado a cierto grado de reconsideración al respecto. No obstante, todavía no se le rinde el homenaje que merece.

* (Este texto es un fragmento de la biografía de Haydée Santamaría, del mismo nombre, traducido al español por Aida Bahr. El libro se encuentra pendiente de edición).

Notas

  1. Cuban Women Now, p. 312.
  2. Conversación con la autora en los años 1970.
  3. Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Noel Nicola, Sara González y otros fueron considerados problemáticos al principio, pues las letras de sus canciones planteaban demasiadas preguntas y resultaban demasiado críticas para el gusto de algunos. Haydée los abrigó en la Casa y pronto pasaron a ser de los artistas más reconocidos del país.
  4. Se trata de la hija de su hermana Aida, Niurka Martín Santamaría, que aparece entrevistada en el libro.
  5. Estos comentarios fueron hechos en un panel sobre su obra en la Conferencia Berkshire sobre la Historia de la Mujer, en la Universidad de Toronto, el 24 de mayo de 2014.

 

 

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