Historias de la ciudad de los muertos

Cementerio de Colón

Terminada en 1886, la Necrópolis de Colón es un símbolo impresionante donde descansan diversas generaciones de cubanos y extranjeros / Foto: Cortesía del autor.

La muerte no es más que un accidente de la vida universal; la inmortalidad

la han inventado los hombres para consolarse de lo efímero de sus vidas.

Doctor Atl

Pocas personas gustan caminar por la ciudad de los muertos. Existe cierto respeto cuando observamos recuerdos ajenos bordados al mármol. Ya sea por temor o por algún que otro compromiso ineludible tratamos de permanecer el menor tiempo posible dentro de un camposanto. A muchos nos inquieta la paz que reina en tan lúgubre paisaje. No importa que nos encontremos en una joya arquitectónica como la Necrópolis de Colón, todos queremos estar del lado exterior del muro amarillo, vislumbrando de lejos aquella frontera que divide la vida de la muerte.

En estas 56 hectáreas de silencio, capillas, cruces latinas, ángeles guardianes, alegorías en mármol de Carrara, sepulcros de notables y de no tan famosos, confluyen algunas de las más exquisitas expresiones artísticas creadas por el hombre.

Varios especialistas e investigadores han afirmado que las riquezas que se encuentran dentro del Cementerio de Colón, actual monumento nacional y una de las necrópolis más extensas del mundo, están valoradas sobre los mil millones de dólares. Sin embargo, en nuestro “Louvre al aire libre” descansan historias que se maquillan de leyenda y nos demuestran que el valor histórico, social y cultural de este lugar no admite precio alguno.

Entre los nichos más curiosos destaca el de Juana Martín de Martín, mujer fanática al juego de dominó, quien murió de un infarto el 12 de marzo de 1925 al no poder “pegarse” con el doble tres. Juana falleció con la ficha apretada en una de sus manos. Sus hijos, en honor a su progenitora, hicieron esculpir la secuencia de la partida en el momento exacto del deceso y mandaron a tallar sobre la losa una escultura donde se representara el fatídico doble tres.

Cementerio de Colón
Sepulcro de Juana Martín de Martín / Foto: Cortesía del autor.

Pero si de panteones llamativos hablamos no podemos dejar de mencionar el del gorrión español ubicado cerca de la entrada principal de la Necrópolis. A finales del siglo XIX, cuando se libraban en los campos de Cuba la guerra por la independencia nacional, fue enterrado con honores de Capitán General un ejemplar de esta ave, todo un símbolo para el ejército colonial radicado en la Isla. El incidente comenzó cuando un “gato criollo” mató a un gorrión domesticado que pertenecía a un alto oficial peninsular. El acontecimiento se publicó en la prensa española como un acto imperdonable. Todo un suceso, con funerales y ofrendas florales en el palacio del Segundo Cabo. Al día siguiente, los restos del pequeño pájaro entraron al cementerio escoltados por una multitud de militares hispanos.

Otro panteón singular se encuentra donde yace José Miguel Gómez, segundo presidente de la República de Cuba. Lo extraordinario de este lugar es que refleja de forma precisa quien era el general, pues para colocar el féretro en su sitio los portadores tenían que permanecer inclinados de forma obligatoria. Parece que el viejo mambí necesitaba las reverencias incluso después de abandonar este mundo.

Cementerio de Colón
Monumento funerario en alegoría a las pirámides egipcias, mandada a construir por el arquitecto cubano José F. Matta / Foto: Cortesía del autor.

Numerosos sepulcros convergen ante nuestros ojos mostrando rasgos renacentistas, neoclásicos, de art déco y art nouveau. Tal es la variedad en el camposanto habanero que existen monumentos arquitectónicos semejantes a fortalezas medievales, como la capilla del Conde de Rivero que embellece su fachada con la escultura de un caballero cruzado con toda su armadura, o templos funerarios parecidos a las pirámides egipcias pero 60 veces más pequeñas que las originales.

En medio de toda esta amenidad estructural también se destacan algunos obeliscos. Uno de los más interesantes está dedicado a la memoria de tres alemanes que perdieron la vida en la única batalla naval de la guerra Franco-Prusiana (1870-1871), acontecida frente al litoral habanero.

Dentro del imaginario popular del cementerio se rememoran historias de amor tan bellas como la de Margarita y Modesto. Cuentan que Modesto Cantó Menjíbar comenzó su vida cuando conoció a Margarita Pacheco, 23 años más joven que él. Según la leyenda ellos eran vecinos y la muchacha estaba casada con un hombre que la maltrataba. Tiempo después ambos se enamoraron, pero no lograron su unión hasta que Margarita consiguió separarse de su esposo abusivo.

Vivieron felices algunos años hasta que Margarita falleció el 28 de diciembre de 1959. Sin embargo, Modesto no dejó que la muerte le arrebatara del todo a la mujer de su vida y cada día, durante los siguientes 20 años que vivió, visitó la tumba de su amor. Dicen que llevaba consigo un violín y tocaba una canción titulada “Sublime sueño”, que él mismo había compuesto para ella.

Modesto esculpió con sus manos una imagen de Margarita y un año después, en 1965, colocó a su lado un busto suyo. Durante ese tiempo de espera, el anciano apasionado talló uno de los epitafios más hermosos del cementerio: “Bondadoso caminante: abstrae tu mente del ingrato mundo unos momentos y dedica un pensamiento de amor y paz a estos dos seres a quienes el destino tronchó su felicidad terrenal, y cuyos restos mortales reposan para siempre en esta sepultura, cumpliendo un sagrado juramento. Te damos las gracias desde lo eterno. Modesto y Margarita”.

Esta historia preciosa terminó el 27 de septiembre de 1977, fecha en que Modesto se unió al sueño eterno de su amada. En la actualidad este panteón es conocido como “la tumba del amor”. Bien merecido que tiene el nombre.

Cementerio de Colón
La tumba de la fidelidad: la señora Ryder y a sus pies la imagen de Rinti / Foto: Cortesía del autor.

Otro símbolo de amor incondicional se presenta ante los visitantes como “la tumba de la fidelidad”. Concebida inicialmente para Jeannette Ryder, fundadora del Bando de Piedad de Cuba, la sepultura alcanzó fama cuando Rinti, perrito de Ryder, acompañó al cortejo fúnebre hasta el cementerio y se acostó a los pies de su dueña.

Cuentan que los trabajadores echaban a Rinti del lugar, pero este regresaba de nuevo. Fue tan grande la tenacidad del can que al final lo dejaron quedarse. Pocos días después murió a los pies de la tumba de su dueña sin haber probado alimento alguno. Semejante historia conmovió al Bando de Piedad, quien compró el terreno en 1943 y encargó al artista Fernando Boada, para que creara una escultura donde reflejara los más genuinos sentimientos de fidelidad del perro hacia la Sra. Ryder.

Si tuviésemos que definir cual sería el sepulcro más famoso y con mayor número de visitas dentro de la Necrópolis de Colón, sin dudas tendríamos que nombrar al de La Milagrosa. A diario, decenas de personas asisten a esta tumba, colmándola de regalos y flores. El mito popular le confiere a Amelia Goyri de la Hoz el don de solucionar disímiles problemas, aunque la inmensa totalidad se vincula a temas relacionados con la maternidad.

Cementerio de Colón
Las historias relacionadas con “La Milagrosa” demuestran el verdadero valor histórico, cultural y social del Cementerio de Colón, único con ese nombre en América / Foto: Cortesía del autor.

La leyenda comienza cuando la joven hija de los marqueses de Balboa, y Vicente Adot Rabell, capitán del Ejército Libertador y de cuna no tan noble, contraen matrimonio una vez concluida la guerra por la independencia. Ambos tenían 22 años.

Un año después, Amelia murió a causa de un parto complicado. Vicente, que estaba perdidamente enamorado de ella, enloqueció y comenzó a visitar dos o tres veces al día la tumba de su esposa. Se sentaba en el sepulcro con grandes ramos de flores y tocaba el mármol con una de las argollas lapidarias. Pensaba que de esta forma despertaría a su amada y así podía conversar largas horas con ella. Una vez que se marchaba, lo hacía sin darle la espalda a la sepultura, acción que posiblemente llamó la atención a las personas presentes.

Esta ceremonia, consumada día tras día, fue observada por cientos de curiosos, quienes imputaban la prosperidad económica de Vicente a los poderes divinos de Amelia. La leyenda aumentó cuando sobre el nicho se colocó la figura esculpida de la difunta con un niño cargado sobre uno de sus brazos. Desde entonces comenzó un incesante peregrinar que permanece hasta hoy y que intenta reproducir, con mucha fe, los pasos realizados por Vicente Adot durante sus visitas.

Así transcurre la vida en la ciudad de los muertos, porque el cementerio siempre ha sido más que un mero confesor de las tristezas del alma. Todo sepulcro guarda una historia, cada epitafio se yergue sobre el mito, ya sea en forma de prematura prisión o como justo recuerdo de una legado honorable. ¿Quién sabe? Lo cierto es que todo camposanto es una ruptura del presente, cuya mayor verdad coincide entre el principio y el final. Solo hay que estar ahí y esperar el momento exacto cuando cae el sol, porque en ese preciso instante comprendemos cuanta complejidad existe donde termina el día y comienza la noche.

Cementerio de Colón
Por su valor escultórico y arquitectónico la Necrópolis de Colón es considerada por muchos especialistas como el segundo cementerio de mayor importancia mundial, detrás del Monumental de Staglieno en Italia / Foto: Cortesía del autor.
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