La literatura, el ajedrez y el Cementerio de La Habana

Un torneo de ajedrez donde participaban Eliseo Diego, Agustín Pi, Octavio Smith, Cintio Vitier y José Lezama Lima.

Tumba de José Raúl Capablanca. Foto: Lourdes Cairo.

“¿Pero no es la vida toda, patética y fútil? ¿No es su historia un microcosmos de un todo? Alcanzamos algo. Nos asimos a algo. Y al final, ¿qué queda en nuestras manos? Una sombra. O peor que una sombra: miseria”.  Así le dice un muy escéptico y melancólico Sherlock Holmes a su amigo Watson en una de sus últimas historias, “El comerciante de arte retirado” (“The Adventure of the Retired Colourman”), comentario provocado, quizás, por el cansancio que ya sentía su creador, Arthur Conan Doyle, ante la notoriedad alcanzada por su ilustrísimo personaje. En esta historia, el asesino, el doctor Amberly, es un hábil jugador de ajedrez, lo que para Holmes-Doyle era “una cualidad característica de una inteligencia calculadora” (1).

El ajedrez, desde su creación, ha tenido muchos seguidores. En la literatura, y en el arte en general, aparece con frecuencia, ya sea como tema de alguna historia, o como pasatiempo preferido de autores y artistas. Se sabe que Arthur Conan Doyle gustaba del “juego ciencia”, como se le llama, y resulta natural que su héroe, con una mentalidad lógico-deductiva, también fuera un admirador del juego y reconociera sus infinitas posibilidades de combinaciones y de desarrollo de la inteligencia.

Muchos serían los ejemplos que se pudieran citar sobre la presencia del ajedrez en el arte y la literatura. En el cine no puede dejar de mencionarse aquel duelo fatal entre el cruzado y la Muerte, en la película de Ingmar Bergman, El séptimo sello. En A través del espejo, de Lewis Carroll (seudónimo de Charles Lutwidge Dodgson), la pequeña Alicia, en uno de los capítulos, hace de peón en un inmenso tablero al aire libre y a tamaño natural, y termina coronándose como Reina al llegar a la octava casilla, todo esto, acompañado de enloquecidas aventuras e ingeniosos diálogos.

Ilustración de John Tenniel en "A través del espejo".
Ilustración de John Tenniel en “A través del espejo”.

En Cuba el ajedrez es pasión y orgullo nacional. Contamos con uno de los grandes ajedrecistas de todos los tiempos, José Raúl Capablanca, campeón mundial entre 1921 y 1927.  El ajedrez en nuestro país es tan popular como la pelota y, me atrevería a afirmar, todos los cubanos, ambos sexos incluidos, han jugado en algún momento ajedrez o saben, al menos, sus reglas generales.

En mi casa de Arroyo Naranjo los domingos se reunía la familia y amigos de mis padres, muchos de ellos, pertenecientes a lo que se conoció como Grupo Orígenes. A veces, en algún momento del año, decidían organizar un torneo de ajedrez en el que participaban mi padre, Agustín Pi, Octavio Smith, Cintio Vitier y José Lezama Lima.

Con los años se incorporó mi hermano Lichi (Eliseo Alberto) quien, para disgusto de los mayores, poco a poco, se fue convirtiendo en un excelente ajedrecista y terminó siendo el vencedor de todos “los campeonatos”. Pero antes de que Lichi se incorporara, la rivalidad entre Eliseo, Octavio, Agustín, Cintio y Lezama era muy grande. Se tomaban muy en serio su torneo, anotaban cada jugada y hasta usaban un reloj, todo muy científico y solemne. A ninguno le gustaba perder y, generalmente, las partidas terminaban en honrosas tablas.

Los cementerios, en todas partes del mundo, tienen sus historias extrañas, sus misterios. En el cementerio de La Habana, como es natural suponer, descansan muchos escritores y personalidades de la cultura, la ciencia, la historia, el deporte.

Tumbas de Lezama, Capablanca y Eliseo Diego y su esposa, Bella García-Marruz.
Tumbas de Lezama, Capablanca y Eliseo Diego y su esposa, Bella García-Marruz.

La tumba de Cirilo Villaverde, por ejemplo, se encuentra muy cerca de la capilla central. Y la “tumba” de su famoso personaje de ficción, Cecilia Valdés, está a unas cuadras de allí, no muy lejos del monumento a los ocho estudiantes de medicina injusta y cruelmente fusilados en 1871. La falsa tumba es un bloque sólido de cemento, tiene una cruz, el nombre de Cecilia Valdés y una fecha. ¿Por qué está ese bloque de cemento ahí?, ¿quién lo puso? No lo he podido averiguar. Pero ahí está, incluso recogido en un pequeño mapa que se puede adquirir a la entrada del camposanto habanero.

Quiso el “azar concurrente” lezamiano que su tumba, la de mi padre y la de Capablanca, se encontrasen muy cerca una de la otra. Si usted baja por lo que antes era la calle B, entre 2 y 4 (esta señalización está en desuso), a la izquierda, se encontrará el panteón de la familia de Lezama. Una pequeña tarja al pie de una de las tumbas dice: “El mar violeta añora el nacimiento de los dioses, ya que nacer es aquí una fiesta innombrable” (2).

Tarja en la tumba de Lezama. Foto: Josefina de Diego.
Tarja en la tumba de Lezama. Foto: Josefina de Diego.

Unas cuadras más abajo, por la misma calle B, entre 10 y 12, está la tumba donde reposan los restos de mis padres, Eliseo y Bella. Perpendicular a B, a mitad de camino entre la tumba de Lezama y la de Eliseo, en la calle 8, entre A y B, a la derecha (si está bajando desde B; a la izquierda, si mira el mapa de frente), se puede ver una majestuosa pieza de ajedrez de mármol blanco: es el Rey, por supuesto, que indica que allí descansa el legendario ajedrecista.

No acostumbro visitar mucho el cementerio, pienso que mis padres y seres queridos que ya no me acompañan no están ahí, están conmigo, siempre. Pero a veces voy. En más de una ocasión, en las tumbas de mis padres y en la de Lezama, me he encontrado flores ya marchitas, puestas por desconocidos que quisieron honrarlos y recordarlos de esa forma. Una vez, una amiga encontró en la tumba de Capablanca una pequeña Reina de las piezas negras, lindo y delicado homenaje al gran campeón cubano.

Tumba de Bella García-Marruz y Eliseo Diego. Foto: Josefina de Diego.
Tumba de Bella García-Marruz y Eliseo Diego. Foto: Josefina de Diego.

Quiero terminar con un poema que mi padre le dedicó a Lezama, poco después de su muerte.

 

Elegía para un partido de ajedrez

a  José Lezama  Lima

En el crepúsculo, si estás

de veras solo, mira,

lo que se dice solo, vienen,

poquito a poco en torno tuyo,

levísimos fantasmas, tus recuerdos.

José riéndose, su vaso

junto a la sapientísima nariz

capaz de discernir

el olor de lo eterno

en el breve grosor de la cerveza.

José  —José riéndose.

Una partida de ajedrez,

jugada por nosotros dos,

ha de quedar, no piensa usted,

siempre honorablemente a tablas,

dice José, riéndose entre la espuma.

La brisa en las arecas, y el cristal

tan firme y frío de la mesa,

y en torno los demás, los entrañables

—refugio, abrigo nuestro.

Ni arecas ni cristal, José,

se acabó la  cerveza.

Sólo su risa oculta permanece

como un farol iluminando

las piezas, el vitral

de blancura y negror. ¡Ah, tablas,

mi querido José! Pero su risa, sí,

me tumba el rey definitivamente.

Arrecia el viento en las arecas, mira,

y a solas yo —lo que se dice a solas.

 

 

  1. En el texto original: “Amberley excelled at chess―one mark, Watson, of a scheming mind”. También puede traducirse como una mente intrigante, maquinadora.
  2. Del poema: “Noche insular, jardines invisibles”, en Enemigo rumor.
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