Las exhibiciones, Santo Trafficante y la Sierra

En el hotel Comodoro, el hombre de Tropicana, Martín Fox, invitó a Frank Ragano, el abogado de Trafficante, a “ver un show inusual que había organizado para mí (…). Las participantes eran todas mujeres, llevaban a cabo actos lésbicos y ofrecían hacer el amor con los hombres de la audiencia. Martine (sic) me dijo que muchos hombres encontraban mucho más estimulante ver sexo lésbico que heterosexual”.
Dice Ragano en su autobiografía, Mob Lawyer:

En Cuba me convertí en un hombre diferente. En La Habana mis valores tradicionales parecieron menos importantes. Los de Santo fueron más honestos y menos hipócritas que los de la mayoría de las personas. Extraía todo el placer que podía de la vida sin el más mínimo vestigio de culpa moral y era absolutamente acrítico consigo mismo. Quise encajar en su vida, emularlo, ganarme su respeto. Había hecho un esfuerzo considerable por remodelar mi carácter. Pude haberme resistido, pero su influencia fue sutil. Permaneciendo fiel a su propia naturaleza, él cambió el curso de mi vida.

Por eso mismo, una noche decidió aceptar una peculiar invitación de Santo Trafficante Jr.:

La Habana era famosa por los exhibiciones (sic) –shows sexuales– y Santo pensó que yo debía ver uno, asegurándome que vería el más selecto de los disponibles, ofrecidos solamente a los privilegiados cognoscenti. “Lo primero que quiere ver cada secretaria, maestra y enfermera cuando vienen aquí es la exhibición”.

La suya es una información de altísimo valor documental:

Santo me llevó a una casa en uno de los mejores barrios de La Habana, y la mujer que nos abrió la puerta estaba esperándolo, obviamente. Una cubana que hablaba buen inglés y usaba un vestido de noche muy escotado.

El abogado del capo introduce en su narración un par de precisiones sobre el modus operandi de aquel negocio. Una operación de mercado tan franca como degradante:

Nos escoltó a una habitación que habían convertido en una sala de cocteles con un bar y varias mesas. “Cuando los caballeros estén listos para ver el show, hágamenlo saber”, dijo.

Mientras esperábamos los tragos, Santo me dio otra lección sobre las mujeres mundanas de La Habana. Normalmente, me dijo, los shows se presentaban a grupos de seis a ocho personas.

“Hay un cuarto al otro lado de este salón donde presentan a tres hombres y tres mujeres, y tú seleccionas la pareja que quieres ver. El costo es de 25 pesos por persona –bastante barato considerando el show de que se trata”.

Santo había arreglado una presentación privada para nosotros dos. Después de una segunda ronda de tragos, dijimos que estábamos listos y nos llevamos los tragos para otra habitación.

Foto: memoriascubano.blogspot.com.
Foto: memoriascubano.blogspot.com

Aparecen entonces los protagonistas del espectáculo:

La anfitriona introdujo silenciosamente a tres hombres y tres mujeres vestidos con unas capas. Las abrieron al unísono, presentando sus cuerpos para que los inspeccionáramos.

“Queremos a El Toro y a aquella muchacha que está allí”, le dijo Santo a la anfitriona, señalando a una mujer curvilínea con los senos bien redondos y firmes.

Asintiendo con la cabeza, la anfitriona nos pidió acompañarla a una habitación adyacente amueblada con sofás y canapés para unas doce personas.

La anfitriona hizo sonar sus palmas; El Toro y la mujer entraron desnudos y empezaron la presentación sobre un edredón extendido sobre la plataforma, iluminada como un escenario real. Durante treinta minutos lo hicieron en las más concebibles y contorsionadas posiciones, y concluyeron con sexo oral.

Yo estaba choqueado hasta la médula, pero traté de aparentar indiferencia para impresionar a Santo. Cuando terminó, Santo y yo regresamos a la sala de cocteles para otra ronda de tragos.

“¿Qué piensas del show?”, me preguntó.

“Increíble. ¿Cómo la gente puede hacer eso para ganarse la vida?”.

La respuesta de Santo Trafficante Jr. no deja lugar a dudas sobre la manera en que alguien tan bajo como él veía a Cuba y los cubanos:

“Frank, tienes que recordar esto: aquí siempre hay algo para cualquiera. Quieres ópera, ellos tienen ópera. Quieres béisbol, ellos tienen béisbol. Quieres baile, ellos tienen salones de baile. Y si quieres shows sexuales, tienen shows sexuales en vivo. Eso es lo que hace a este lugar tan maravilloso”.

Las representaciones de la mafia sobre la realidad nacional pasan también, desde luego, por el terreno de la política. Al menos para algunos de sus miembros, Batista no era un dato sujeto a discusión: la carta segura.

Santo Trafficante Jr. (centro) con autoridades policiales en La Habana. Foto: Pinterest.
Santo Trafficante Jr. (centro) con autoridades policiales en La Habana. Foto: Pinterest.

A fines de 1958, después de la toma de Santa Clara, la suerte ya estaba echada. Sin embargo, Santo Traficante Jr. mostraba una seguridad y un aplomo dignos de mejor causa:

Cuando le mencioné a Fidel Castro y su insurrección, Santo adoptó un tono burlón. Castro, me aseguró, era un chiste, pero en caso de ocurrir lo inesperado, él y sus amigos estaban contribuyendo secretamente tanto con los rebeldes como con Batista. Santo suponía que al margen de quién ganara la guerra, él saldría airoso de todos modos. Todas sus apuestas estaban cubiertas.

“Estoy seguro de que Fidel Castro nunca llegará a nada”, dijo Santo. “Pero incluso si gana, ellos nunca van a cerrar los casinos. Ahí hay mucho cabrón dinero para todo el mundo”.

A fines de diciembre de 1958 Santo me llamó a mi oficina desde La Habana, invitándonos a mí y a mi mujer a ser huéspedes suyos para las fiestas de año nuevo. Los periódicos norteamericanos estaban llenos de noticias sobre las victorias militares de Castro (…).

“Santo, no creo que ir ahora sea una buena idea”, le respondí. “Los periódicos dicen que Castro está a punto de tomar el poder”.

“¡Boberías! Él tiene las montañas. Es un tipo haciendo ruido por allá arriba. No va a llegar a ninguna parte. No te preocupes por eso. Vamos a pasarla bien”.

Luego, a principios de 1959:

“¡Castro es un loco total!”, exclamó Santo. “No va estar en su puesto o en el poder durante mucho tiempo. Batista regresará o alguien reemplazará a este tipo porque no hay manera en que la economía pueda continuar sin turistas, y este tipo está cerrando todos los hoteles y los casinos. Esta es una tormenta temporal.

Ese chiste, en realidad símbolo y consecuencia en no escasa medida de una desastrosa política hacia Cuba, determinaría, sin embargo, el fin de la fiesta.
Durante los primeros días de 1959 varios hoteles y casinos fueron canibalizados, un indicador de cómo los cubanos, o una parte no despreciable de ellos, veían estos lugares, y de cómo los asociaban con un estado de cosas oneroso e inaceptable. Al final, los casinos fueron definitivamente cerrados y los hoteles nacionalizados. Este hecho tuvo varios impactos, entre ellos la alianza del crimen organizado con los poderes establecidos para recobrar el control.
Nuevas tormentas asomaban en el horizonte.

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