Los orígenes de Varadero

¿Quién iba a imaginar, entre los descendientes de Don Bernardo Carrillo de Albornoz, un futuro tan luminoso para aquel poblado andariego?

Varadero en 1896. Fuente: La Ilustración Nacional.

Varadero en 1896. Foto: La Ilustración Nacional.

Por las calles de Cárdenas caminaba con paso lento un anciano centenario que ha perdido el juicio, pero aún le quedaban fuerzas para gritar a viva voz: “¡Yo soy Bernardo Carrillo de Albornoz, Capitán de Artillería, que peleó contra los ingleses”.

El ex oficial poseía varias fincas en la comarca, entre ellas unas salinas y la hacienda Varadero, de 1140 hectáreas, en la península de Hicacos, donde disfrutaba de la playa espléndida, de arenas muy blancas y aguas, al parecer, siempre cristalinas.

Paradojas de la vida: Don Bernardo será más recordado por ser el dueño de aquellos parajes que por su acción contra los ingleses en 1762.

Mudanzas

Los herederos de Carrillo de Albornoz, a mediados del siglo XIX, construyeron las primeras viviendas, bohíos y casas de madera con techo de guano o tejas españolas, en el lugar que se denominaría luego Varadero viejo, de acuerdo con investigaciones de Ernesto Álvarez Blanco y Teresa Iglesias Oduardo.

Se ha escrito, aunque sin pruebas documentales al respecto, que desde 1815 Braulia y Casilda Carrillo de Albornoz, hijas Bernardo, junto a familias de Cárdenas, Camarioca y Cantel, fomentaron un poblado cerca de Paso Malo. 

El azote de mosquitos y jejenes en aquella zona, llena de lagunas y ciénagas, provocó el abandono del caserío. Hubo otro, más al este, edificado en 1819 en terrenos de Rosa González de Lara, mencionado en el Censo de 1827. Sin embargo, desapareció como consecuencia de la furia de un temporal en 1832. 

Cuando falleció Casilda Carrillo de Albornoz, las hectáreas que poseía de la hacienda Varadero fueron distribuidas, el 11 de octubre de 1837, entre sus hijos María del Pilar, Juan Bautista y María Luisa Souberville y Carrillo de Albornoz. 

Paso Malo, entrada a Varadero desde Cárdenas. Foto: La Ilustración Nacional, 1896.

La historia de Varadero está vinculada al progreso de Cárdenas, llamada la Perla de Norte. En 1844, según datos ofrecidos por José María de la Torre, en su Mapa estadístico de Cuba, en Cárdenas existían 40 haciendas de crianza, 100 ingenios, 128 cafetales 178 potreros, 1042 sitios de labor y 16 colmenares. Al año siguiente, en el poblado cabecera estaban inscritos 144 establecimientos mercantiles. Disponía, además, de un servicio de vapores que la conectaban con otros puertos de la isla y de diferentes países; asimismo, disfrutaba de las ventajas de las comunicaciones mediante el ferrocarril. Entre los integrantes de algunas familias cardenenses, con holgada posición económica, identificamos a quienes fomentaron el balneario.

Del Varadero viejo es sabido que, en 1871, Ramón Pagés, Emilio Biart, Epifanio Bertrán y Eusebio García Ruiz, residentes en Cárdenas, erigieron 4 casas. Entre 1872 y 1878 fueron construidas otras 14 residencias, según estudios del historiador Oscar María de Rojas. Pero la naturaleza no dio tregua. Las rachas de viento, la lluvia intensa y prolongada de un temporal, solo dejó en pie la casa de Panchita García.

En terrenos que pertenecieron a una finca de Rafael García Zalva se fue levantando un poblado, comenzaron a llamarle Varadero nuevo a principio de la década de 1880. El proceso de urbanización marchó lento, sin atenerse estrictamente a normas.

En 1883 los vecinos cardenenses Ramón Pagés, Joaquín de Rojas Cachurro, Carlos A. Bacot, Francisco Quian, Mamerto Villar y Francisco J. Larrieu, entre otros, construyeron allí sus casas para veranear. Habían fundado una sociedad que, por la cantidad de 1350 pesos, oro español, compró 268 404 metros cuadrados para las edificaciones.

Por cierto, a Mamerto Villar puede considerársele uno de los pioneros en la hostelería, pues en su casa brindaba servicios de fonda y hospedaje. El emprendedor amplió sus negocios al cultivar cocoteros con fines comerciales. Antonio Torres Armengol creó el Kiosco Torres, que vendía diversos alimentos y en 1888 amplió el establecimiento, de tablas y techo de tejas, con varios cuartos para alquilarlos. 

Otro precursor, en este caso inversionista extranjero, fue el alemán Salomón Stemberger, quien tenía una finca, denominada Varadero, colindante con la hacienda de Rafael García Zalva

Estero ubicado en la península de Hicacos, cerca de las salinas. Foto: La Ilustración Artística.

Vida cotidiana

Refieren Ernesto Blanco y Teresa Iglesias que en aquellos tiempos:

(…) las principales atracciones del futuro balneario eran —además de las finísimas y blancas arenas, las cristalinas aguas y los paradisíacos y vírgenes paisajes naturales existentes— los viajes en carreta de Cárdenas a Varadero atravesando el canal de Paso Malo, la caza, la pesca, los escasos baños de playa, los juegos de pelota, las competencias de natación, las representaciones teatrales, las veladas culturales, las serenatas, las incursiones de noche por la playa y la presencia en la zona de gitanos y titiriteros.

El interés por las actividades culturales contribuyó a la creación de la sociedad de Recreo Varadero Sport Club. Por el Diario de la Marina conocimos más detalles de la vida cotidiana de antaño. La temporada veraniega comenzaba en junio y concluía en octubre. Luego solo quedaban ocho o diez familias de los pescadores del lugar. Existía, en la década de 1880, un pequeño vapor nombrado Varadero que a diario conectaba Cárdenas con el balneario. Por disposición de sus dueños, en el verano de 1889, trasladaba en días laborables a veinte niños, sin cobrarles el pasaje. A las 3 de la tarde partía la nave hacia el “agradable caserío”. Antes de subir a bordo, los infantes debían mostrar una prescripción médica para poder disfrutar de la gratuidad. Una hora y quince minutos permanecían en las aguas antes de regresar a Cárdenas.

Desde 1885, el navío formaba parte de un servicio regular de transporte de pasajeros y carga junto con los vapores Caridad, Isabel Luisa, Saratoga, El Cometa, Cárdenas y Enrique

El empresario Juan Antonio Barinaga, quien llevó a la playa a su esposa para mejorar la salud, rememoraba en sus Recuerdos, viajes y reflexiones:

(…) a aquellas lindas casas a la americana (…) que miran al Canal de la Florida y en cuyas aguas azul celestes sumerjan sus cuerpos las bellas cardenenses. Esas casas tienen delante una calle ancha, de blanquísima arena que llaman La Torrontera  y algunas, su caseta en la misma orilla, para vestirse las bañistas. Las vecinas de las que no tienen caseta salen de sus casas con el traje de baño que cubren con la blanca colcha, en forma tal, que parecen albornoces y calzadas de alpargatas. Por las tardes, la costumbre es que las jóvenes paseen por el ribazo con los ‘liona’ de Cárdenas y de su jurisdicción y hacer la tertulia allí mismo, sentados en los sillones y bancos que fámulos diligentes ya han llevado de sus respectivas casas.

Otra estampa de la época, publicada el 27 de julio de 1892 por el Diario de la Marina, nos dice:

El poblado está construido de madera y las casas modernas que dan a la playa del Noroeste, tienen uno o dos pisos, con galerías exteriores por los cuatro costados y todas con terreno para jardincitos, que recuerdan las del Vedado, en la capital. Las casas están salpicadas por aquí y por allí, sin plan ni concierto, cuya circunstancia, reunido a lo accidentado del terreno, le dan un aspecto particular.

Se reconoce como fecha oficial de la fundación de Varadero el 5 de diciembre de 1887, día en que el Ayuntamiento de Cárdenas aprobó el proyecto del agrimensor José López Martínez, propuesta  que organizaría a la urbe en 40 manzanas, divididas en 105 solares. 

Varadero fue convirtiéndose en lugar de visita obligada para las personalidades que llegaban a las ciudades de Cárdenas y Matanzas. En 1889 Manuel Salamanca, Capitán General de la Isla, después de inaugurar la planta eléctrica de Cárdenas, recibió un agasajo de las principales familias que estaban de temporada en el balneario. Extasiado disfrutó de las bellezas del lugar y exclamó “que allí viviría contento y moriría a gusto”.

A su homólogo, el general Camilo García de Polavieja, las autoridades le mostraron el progreso del poblado el 2 de septiembre de 1891, cuando realizaba un recorrido por Matanzas. En 1894 estuvo el famoso violinista cubano Rafael Díaz Albertini (1857-1928).

En La Habana, durante la Semana Santa y el verano, organizaban excursiones por el ferrocarril para mostrar los adelantos de la ciudad de Cárdenas y las bondades naturales de Varadero. El precio del billete, que incluía la ida y el regreso, era 2 pesos. 

Sobresaltados por la guerra

Por su privilegiada posición geográfica, fue escenario de algunas acciones durante las luchas independentistas. Una de las más connotadas fue el desembarco del brigadier Carlos Agüero, con un grupo de veteranos de las guerras anteriores, el 4 de abril de 1884. Habían viajado en la goleta Adrián desde Cayo Hueso. Después de luchar once meses, en diferentes territorios, el destacamento fue diezmado y Agüero asesinado por uno de sus subordinados.

Al parecer el recuerdo se mantenía vivo en la memoria de los propietarios de casas en Varadero. Temerosos de perder sus posesiones, en la última contienda independentista financiaron la construcción de un cuartel para alojar la guarnición allí acantonada, con capacidad para albergar a unas 40 personas. Mientras tanto, las aguas próximas eran vigiladas por una lancha llamada La Caridad.

Las medidas no pudieron impedir que el general insurrecto Enrique Collazo, con una expedición de 57 combatientes y pertrechos trasladados en el vapor Tree Friends desde los Estados Unidos, desembarcara en la playa el 17 de marzo de 1896. El 20 de junio del mismo año arribó otra expedición, esta vez transportada en el Comodoro, bajo las órdenes de Ricardo Trujillo.

Casa Cuartel edificada por el Ejército español para defender Varadero. Foto: La Ilstración Nacional, 1896.

Las autoridades españolas extremaron la vigilancia, entonces algunos temporadistas corrieron el riesgo y regresaron para disfrutar del verano. En agosto de 1896 el corresponsal del Diario de la Marina en Cárdenas informaba:

Esta preciosa playa, la mejor de América, según dicen, se está animando, pues ya son varias las familias que se han trasladado allí, una vez desvanecida la idea de que los insurrectos pudieran dar un golpe de mano en dicho punto.

A esta animación han contribuido las obras de fortificación verificadas allí, las cuales he tenido ocasión de apreciar. Además se hace guardia por el muelle. Todas las fuerzas están al mando del teniente don José Guado.

Sin embargo, el lugar, en medio de una contienda, siempre estuvo sujeto a sobresaltos. Allí establecieron a varios cientos de campesinos durante la reconcentración decretada por Weyler. Y tremendo susto llevaron, el 4 de julio de 1898, cuando barcos estadounidenses bombardearon las salinas de Punta Hicacos y el fuerte español de Camacho. Las tropas hispanas, comandadas por el general Juan Figueroa, acantonadas en Varadero, resistieron hasta el final del bloqueo norteamericano.  

Guanición española de Varadero, 1896. Foto: La Ilustración Nacional.

Finalizado el conflicto, acaudalados hombres de negocios y altas figuras del Gobierno, entre ellos el vicepresidente de la República Domingo Méndez-Capote y el doctor Ricardo Dolz, presidente del Senado, acostumbrarían a veranear en el balneario; Domingo, natural de Cárdenas, lo hacía desde antes de la guerra, donde alcanzó el grado de general. La fama de Varadero seguiría consolidándose e impresionaría a viajeros  como José R. Villaverde quien narraba así su visión:

Las casitas diseminadas aquí y allá, sencillas y caprichosas, parecen desde lejos artísticos palomares. Casi todas se extienden a lo largo de la playa, a pocos metros del mar, y desde ellas salen los bañistas con trajes á usanza de Europa para sumergirse en las ondas tranquilas y acariciadoras.

El declive de la playa es muy suave, al extremo de que es necesario internarse mucho para que las aguas lleguen a cubrir a las bañistas, que aseméjanse a blancas gaviotas jugueteando en la superficie. Nada tan fino, tan blanco, tan delicado como las arenas sutilísimas de la playa (…) Todo es bonito en Varadero: las alturas desde las cuales se dominan pintorescos paisajes, la laguna llena de juncos, a cuyo través se ve brillar el agua, las aves que lo alegran con sus trinos y… las temporadistas que le comunican animación y vida.

Residencias a fines del siglo XIX. Foto: La Ilustración Nacional.

Unas décadas más tarde, con sus playas extraordinarias, regatas, mansiones, hoteles y eventos sociales de carácter nacional e internacional, Varadero se posicionaría como el balneario de lujo preferido por los turistas. Ha sido, desde entonces, tema constante en las guías publicitarias, dedicadas a promocionar la industria del ocio de Cuba. ¿Quién iba a imaginar, entre los descendientes de Don Bernardo Carrillo de Albornoz, un futuro tan luminoso para aquel poblado andariego? 

 

 


Fuentes

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