Personas: Cazadora de faroles

 Tu planeta es tan pequeño que puedes darle la vuelta en tres zancadas.

No tienes más que caminar bien lentamente para permanecer siempre al sol.

Cuando quieras descansar, caminarás… y el día durará tanto como lo desees.

– Eso no es un gran avance – dijo el farolero. – Lo que me gusta en la vida es dormir.

                                                                                                                                           El Principito

 

¿Por qué Jackselyn siempre tiene sueño? Solo ciento ochenta minutos con la cabeza en la almohada. Los párpados se abren, las pupilas se rajan; los pies se dirigen hacia el baño y la consciencia se queda remoloneando entre las sábanas. Un nuevo despertar antes que el sol.

La madrugada es para dormir, pero esta mujer sale a cazar faroles. No puede ser en otro tiempo; si no, ¿cómo captura a sus presas echando luces por los ojos?

Durante el día, Jackselyn trabaja como comercial en una empresa de servicios; por la noche, la fotógrafa que lleva dentro la lanza a las calles a inmortalizar momentos. Sus dos trabajos son, aparentemente, incompatibles, pero ella encuentra la manera de hacerlos llevaderos.

Quizás el camino más llano para alcanzar sus objetivos consista en la hibridación ecléctica de ambas labores, la diurna y la nocturna: “fotografía-comercial”, sería la solución. Al menos así no tendría que robarle tanto tiempo al sueño, ni arrastrarse cada mañana al punto de recogida de su transporte laboral, ni cargar con la cámara al cuello a la hora de almuerzo —instante de fuga y libertad, mediodía convertido en   madrugada—; así, también, ganaría mucho más dinero que rellenando formularios y sonriéndole a los clientes…

Pero Jackselyn Estévez prefiere salir de noche a cazar faroles: necesita completar, cuanto antes, las 50 fotografías para su serie “Minimalismo Nocturno”. El proyecto ya no puede esperar; después veremos si se duerme.

Naturalmente, si bien no para “vivir”, este tipo de trabajos reportan ganancias extra a su bolsillo. Guarda con especial recelo la portada de una revista extranjera, cubierta enteramente con un paisaje suyo; también la publicidad de un bar, los retratos de una boda, más publicidad, un cumpleaños, otra boda…, en fin, ciertos recuerdos de una “mercantilización” forzosa usurpadora de sueño, de marcas del constante contrapunteo creación-mercancía, arte-trabajo, satisfacción espiritual-necesidad material.

Durante el día, ella ignora esta pugna constante de su otra profesión.

Llegó el cliente: Saluda. Sonríe. Archiva los contratos, teclea los archivos. Nombre, número de identidad, empresa, pedido, dirección. Revisa los contratos, rectifica las firmas. Hasta luego. El próximo cliente. Saluda. Sonríe. Archiva los contratos…

Luego de las cuatro de la tarde llega la libertad. ¿Entonces vale la pena dormir?

Jackselyn se atavía de su indumentaria, casi sonámbula, y sale a la calle a cazar farolas encendidas. Cada una es diferente, cada cual tiene su personalidad. La noche ofrece más sosiego a su trabajo: algunos la miran como rara avis en la penumbra, pero nadie la acosa ofreciéndole “tabaco” y “ron” al confundirla con una extranjera —parece que la piel blanca y la cámara profesional son los atributos universales del turista.

“Minimalismo Nocturno” aún está incompleto. Muchas instantáneas quedan presas en la madrugada. El viejo debate creación-mercancía prosigue su pugna. Al mismo tiempo, el sueño de la fotógrafa en el trabajo seguirá siendo crónico: en la oscuridad, encuadra una farola parapetada entre la sombra y la luz. ¿Por qué el día no tendrá 36 horas?, se pregunta con los párpados cansados; mientras, el dedo se mantiene rígido, suspendido una eternidad, sobre su obturador insomne.

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