Personas: Edita, ascensorista

Edita, ascensorista

"... tiene gestos, mirada, ojos, andar, expresión de actriz, una actriz de 61 años muy bien conservada" / Foto: Kako

Personas está en busca de personas. Como si se les hubiese dicho a los periodistas: “salgan y encuentren a la gente”. Por eso esta sección. Pondremos un tema sobre la mesa, saldremos a buscar las historias, y luego nos sentaremos a escribir. Arrancamos con ascensoristas. 

 

Aproximadamente a las ocho de la mañana, Edita aborda la nave. La nave detenida, los pasajeros entran uno a uno, Edita al timón. Tiene Edita las manos seguras del piloto y la soltura de la aeromoza. “Sí, aquí eres casi una aeromoza”, dice, “tienes que tener mucha ecuanimidad y paciencia, aunque tu nave se mueva de forma vertical”.

Si los pasajeros son gruesos, de anchas caderas o abultados abdómenes, Edita dice cinco, suban a bordo solo cinco pasajeros. Si la tripulación, sin embargo, es de complexión adelgazada, Edita dice siete, a bordo siete personas, y la nave echa a andar.

Edita va sentada y los pasajeros de pie, por eso Edita ha aprendido a conocer bien los cuerpos de los pasajeros de la mitad hacia debajo (esto, obvio, no le sucede con los niños). Sabe de caderas más estrechas y caderas expandidas, y de traseros de ese mismo orden. Podría adivinar el rostro de la persona de acuerdo a su cintura. Sabe que los traseros estrechos llevan casi siempre ropa ancha, y los abultados, ropa bien ajustada. Eso, claro, se nota más en las mujeres, a los hombres pareciera darles igual. Pero qué hermosos los hombres de piernas gruesas, y qué finas las mujeres de parejas pantorrillas y pies chicos. De la cintura hacia debajo, todas las personas parecieran ser gente sin problema: no hay expresión del rostro, no hablan los cuerpos, los cuerpos como objetos que pasean. Edita, al rato, hace coincidir las piernas y los rostros, los traseros y el pelo, la de caderas anchas tiene el pelo teñido y el de piernas finas un lunar encima de la ceja, y así van tomando forma los pasajeros que le dicen el cinco, y Edita para la nave en el cinco, y le dicen el último, el dieciséis, y Edita la detiene en el dieciséis, y así va, ascendiendo, y luego bajando, hasta el principio.

Cierto es que Edita no buscó trabajo en el ascensor para poder leerse casi todo Hemingway, pero el ascensor tiene principalmente eso, le da tiempo a Edita para leer. Por semana, termina casi siempre dos libros. Así devoró Por quién doblan las campanas. Imaginemos: Edita lee que Robert Jordan es un especialista en explosivos con una tarea encomendada en plena Guerra Civil Española, y la gente le pide que la lleve hasta el nueve; Edita se entera del amor que empieza a sentir Robert Jordan por María, y un pasajero le dice que se confundió de piso, que por favor, disculpe, lo baje hasta el cinco y no hasta el tres; y casi cuando lee que el puente está al explotar, una muchacha se agarra de los hombros de Edita, la coge por la espalda, la aprieta: “Sí, no hace mucho una muchacha subió al ascensor y se fue la luz, en ese momento la muchacha me abrazó por la espalda, estaba tirada arriba de mí, la traté de sentar pero no quiso, y temblaba, y sollozaba, le dije mira, tienes que relajarte, tranquilizarte, y al ratico vino la luz de nuevo”.

Eso le ha pasado mucho a Edita, por lo cual me repite: “Hay que tener bastante ecuanimidad y paciencia, no puedes transmitirle miedo a los demás”.

Y le pregunto a Edita si no la marea el sube y baja del elevador. Pues no la marea. Y le pregunto si no le entra dolor de cabeza. Pues no le entra. Y si no se aburre, que mucha gente piensa que debe ser un trabajo aburrido y desesperante. Pero ya me había dicho lo siguiente: “Yo trabajé en un departamento de diseño para la enseñanza por 25 años y me fui, y al tiempo averigüé qué cosa era esto, y me dicen que es el edificio Inmobiliaria Siboney, ubicado en primera y B, en El Vedado. Entré y pregunté si había posibilidades de trabajo, me dijeron que sí, les dije pero qué me ofertan, me dijeron que había trabajo en el ascensor. Y me gustó porque es un lugar donde tú eres muy dueña de lo que estás haciendo, se trabaja de manera independiente, hay mucha tranquilidad aunque parezca que no, haces muchas relaciones, y te da, si te gusta, la posibilidad de leer lo suficiente”.

Desde hace nueve años Edita trabaja, de ocho de la mañana a cinco de la tarde, en el ascensor del edificio de primera y B, todos los días de lunes a viernes. Parece ser más una aeromoza que una ascensorista –uno sabe que las aeromozas son casi siempre esbeltas y graciosas, pero no sabe cómo son en su mayoría las ascensoristas. Pero si se piensa bien, Edita no parece ni lo uno ni lo otro, sino que tiene gestos, mirada, ojos, andar, expresión de actriz, una actriz de 61 años muy bien conservada, y que en cualquier momento tiene estreno en una sala de teatro. ¿Cuál será, realmente, el prototipo de una ascensorista?

Por último Edita rectifica. No se llama Edita, así le dicen porque nació el día de Santa Edita. Se llama Mikaela Gutiérrez. Tiene nombre de actriz. ¿Pero cómo será el nombre, me digo, de una ascensorista?

Edita, ascensorista
“Edita la detiene en el dieciséis, y así va, ascendiendo, y luego bajando, hasta el principio” / Foto: Kako
Edita, ascensorista
“Edita va sentada y los pasajeros de pie, por eso Edita ha aprendido a conocer bien los cuerpos de los pasajeros de la mitad hacia debajo” / Foto: Kako
Edita, ascensorista
“Cierto es que Edita no buscó trabajo en el ascensor para poder leerse casi todo Hemingway, pero el ascensor tiene principalmente eso, le da tiempo a Edita para leer” / Foto: Kako
Edita, ascensorista
“Desde hace nueve años Edita trabaja, de ocho de la mañana a cinco de la tarde, en el ascensor del edificio de primera y B, todos los días de lunes a viernes” / Foto: Kako

 

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