Personas: Mi amigo Morgan

"Orlando se ha convertido en un aventurero implacable. No tiene fronteras, ni amos, ni trabajo estable" / Foto: Cortesía del autor.

"Orlando se ha convertido en un aventurero implacable. No tiene fronteras, ni amos, ni trabajo estable" / Foto: Cortesía del autor.

Sus manos no están cuidadas como las de un universitario de Ciencias Sociales y son tan ásperas como las de un mecánico. Unas veces las trae embarradas de grasa y gasolina, y otras de la tinta pegajosa de los libros viejos y los periódicos cubanos. Lee tanto como trabaja. No tiene tiempo para la estulticia.

Sabe manejar y desarmar cualquier vehículo. Logra levantar paredes, batir mezcla y tornear la madera más hosca. Repara con facilidad una tubería o un corto circuito. Es especialista en cocina internacional y no necesita de una plebeya para lavar su ropa. Domina el inglés y a menudo carga en su mochila un diccionario junto a los libros de Mattelart, García Márquez o Mauro Wolf, porque estudia Periodismo.

Para ganarse el dinero de forma honrada, Orlando ha roto con los prejuicios que imponen moldes legitimados para la gente y sus profesiones: puede redactar 25 líneas o enrollar un motor de lavadora. Y en efecto: “es posible amar la lectura y la mecánica al mismo tiempo”. Él ha analizado a Isabel Allende y Paulo Coelho, tanto como a Carpentier y Balzac. Pero sigue prefiriendo las novelas de bandidos y sicarios.

En décimo grado –cuando hablamos sobre libros por primera vez- ya Orlando dominaba una docena de Emilio Salgari, y reproducía en su memoria cada plano de un montón de películas sobre los filibusteros y sus andanzas. Gracias a él descubrí las hazañas de Henry Morgan durante su invasión a Camagüey en 1668, y las historias de Sandokán y El Corsario Negro. A tal punto llegó su obsesión, que todavía hoy es difícil entender cuándo interpreta a un pirata o cuándo el pirata es él.

Orlando se ha convertido en un aventurero implacable. No tiene fronteras, ni amos, ni trabajo estable. Posee su propia embarcación: Veneno, una motocicleta de dos ruedas y sin velas capaz de surcar la ciudad en cualquier momento del día o la madrugada. Nunca pierde en los convenios, ni viola los acuerdos establecidos. Planea cada ataque y sale airoso en los vendavales. Es dulce cuando se enamora y temible cuando lo traicionan.

A mi amigo se le puede sorprender a las dos de la mañana cargando paquetes en la terminal de ómnibus o trasladando una anciana hasta la puerta de la guagua. “Es muy bueno ganarme mi dinero y gastarlo donde más me plazca”, comenta mientras limpia las bujías de su motor.

Un día se apareció con la idea de criar sinsontes. Sacó las cuentas: “4 pajaritos = 2 gomas pa´ Veneno”. Entonces necesitó maíz para hacer pienso: “Mi tía del monte”. Como le sobró alimento, no lo dudó un segundo: compró unas palomas. A los seis meses ya tenía en sus manos cuantiosa plusvalía. Y con ella adquirió unos cerdos…

En otra ocasión vino a mostrarme unos papeles: “Ahora sí hice el pan”. Un carné de comerciante le autorizaba a comprar barato y a vender más caro. Fueron meses de viajes interminables entre un puerto y otro. Tarde en la noche zarpaba hacia la capital, en occidente. Temprano en la mañana, una vez  repleto el camarote, giraba 180 grados a estribor y navegaba rumbo a oriente.

Después se le antojó abrir una pizzería. La quería muy cerca de su casa, pero allí un corsario conocido tenía una empresa similar. Dada la inviolabilidad de los códigos, Orlando levantó el  timbiriche justo en frente de una escuela. “Con las ganancias pude regalarle unas cositas a mi mamá y comprar los materiales necesarios en la casa”. Él acentúa su sello de guerrero cuando enmascara el talón de Aquiles: su madre. Solo por ella rompe las reglas.

Desde hace unos meses está soñando en grande. “Voy a abrir un restaurante de comida rápida, parecido al de Esteban”. Mas a mí el plan no me convence del todo: “el pobre Esteban, con un título universitario y está trabajando en una paladar”. Pero Orlando me responde: “estás viendo la copa vacía. Mejor mírala llena. La gente tiene trabajo y muchos no están pensando en la emigración como la única alternativa para poder vivir”.

Es imposible entender cómo organiza el tiempo. Además de amoldar su cuerpo en un gimnasio, Orlando graba memorias y edita DVD en la sala de su casa. Junto a su cuñado ha montado ese negocio. “Gracias a esto hago el dinerito del diario”. Y como para los cubanos es lícita la piratería digital, a mi amigo solo le falta un Honoris Causa.

Sin embargo, un único detalle le desmorona el personaje: es incapaz de robar, porque “el dinero limpio huele tanto a libertad”.

Por lo demás, Orlando es un corsario sin par. Encuentra mujer en cada puerto, aunque una le obliga siempre a recalar desde altamar. Como Morgan, en el libro de Salgari, él se enamoró de Laura, que no es Yolanda, ni es la hija del Corsario Negro y la duquesa de Wan Guld, pero es su doncella.

A ella la rescató en el reparto camagüeyano de Saratoga, que es más complicado que pelear en Maracaibo. Y por ella se enfrenta a la vida de los cubanos de a pie, que es más difícil que atravesar el istmo de Panamá con un montón de ladrones hambrientos, sin agua, y matando mosquitos.

"Además de amoldar su cuerpo en un gimnasio, Orlando graba memorias y edita DVD en la sala de su casa" / Foto: Cortesía del autor.
“Además de amoldar su cuerpo en un gimnasio, Orlando graba memorias y edita DVD en la sala de su casa” / Foto: Cortesía del autor.
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