Personas: Roberto, el hombre de María

"No podría recomenzar algo con una mujer que no fuera ella, María" / Fotos: Alain L. Gutiérrez

"No podría recomenzar algo con una mujer que no fuera ella, María" / Fotos: Alain L. Gutiérrez

Cómo nos conocimos. Ella dio su versión y me toca dar la mía, adaptarla, pero por ahí anda. Fue un poco raro, te lo garantizo. Un día que estaba haciéndole la visita a mi hermana, allá, en Guantánamo, yo la miré, y me dije caramba, está muy chiquita para mí que soy grande, y ella que mientras tanto me exploraba y por dentro se decía este es el mío. Después me la encontré en una parada y conversamos y nada, le dije que iba a verla. Y nos pusimos de acuerdo para dar una vueltecita y fue entonces que la enamoré.

Tengo un cuento bastante gracioso de aquellos años. Estábamos en casa de mi hermana los tres, ella, María y yo. Y era en un patio de tierra de los de campo, donde nos habíamos reunido a hablar y a compartir, y de la nada aparece, figúrate, un majá, y ellas, las dos, enseguida se ponen a pegar gritos, y huyeron que no se le veían los pies, y yo qué hago, agarro un machete o un palo, no estoy seguro, y me empiezo a fajar con el bicho, pero a una distancia segura porque yo estaba también acobardado, si te dijera lo contrario te engañaría, pero hice lo posible por sacar el pecho y fajarme con el intruso ¿no? Y ya, resulta que tiré tres o cuatro golpes de lejos y ni le debo haber dado uno solito porque el majá seguía vivito y coleando, hasta que vino el perro de la casa y fue el que se hizo un lío ahí con el animal y lo mató. De inmediato salgo yo adonde estaban ellas, hinchado, haciéndome el valiente, el supermán, y les digo que el majá es historia y quedé como la figura, lo que no sabían era que el perro sato de la casa fue el que acabó con el bicho.

Pero lo que sí no tuvo gracia fue la visita a la madre de María, mi suegra, ninguna gracia. Es cierto que fui porque me antojé de verla, pensando en una conversación, en concordia. La primera vez que fui a entenderme con la vieja, me dijo como en un tercer strike a 95 millas que ella no hablaba con monos, no había qué hacer salvo darme la vuelta e irme. Y para que veas lo que son las cosas, con el viejo, su marido, no hubo problema ninguno desde el comienzo. Hasta el sol de hoy, el viejo es el mejor suegro que hubiera podido tener. Tampoco hubo conflictos con sus hermanos. Son cuatro varones y cinco hembras. Y todos se llevaban de maravillas conmigo, sinceramente, no tenía de qué quejarme por esa parte de la familia.

Al final, ya sabes, vinimos para La Habana, tal como te lo explicó María, era una solución. Y, exacto, yo andaba de viaje mucho tiempo, meses y meses trasladándome en el mar. En uno de esos regresos, llego a la casa de mi madre, donde dejé a María, mi madre vivía con mi cuñada, a la que yo quería mucho, pero que tenía sus defectos, quién no, y yo pensaba que en un grupo de mujeres conviviendo hay un momento en que empiezan a haber roces, contradicciones. Y en uno de esos regresos ya veo que hay caritas, tensiones, y después me percaté de que había hostilidad en el ambiente, sin que me dijeran una palabra. Y a partir de ahí me dije debo sacar a mi María de aquí y empezamos con la rutina de los hoteles, gastando en habitaciones, hasta que me dieron el apartamento en la Habana del Este, el del séptimo piso. Ni pienses que fue ir y armar una fiesta. Hubo veinte mil inconvenientes. El apartamento tenía malas condiciones. No contábamos ni con un mueble. Dormíamos, pasábamos la noche, en un colchón en el suelo. Pero poco a poco fuimos armando la casa, adaptándola, transformándola en nuestra casa.

Y tengo que decirte que María perdió una barriga. Una hija hembra, iba a ser nuestra hembrita que queríamos. Dios no lo permitió, no quiso que fuera así, y solo tuvimos a Robertico.

La relación de nosotros fue buena, siempre, nadie puede decir lo contrario. Hay comprensión, aprendimos a soportarnos el uno al otro, es cierto que ayudó estar solos, levantarnos solos, enderezarnos solos, en el espacio de un apartamento que nos pertenecía, donde mandábamos, donde actuábamos, jugábamos, nos movíamos bajo nuestras propias reglas. Para que una pareja dure, hay que respetarse mutuamente, si hay dos narizones, uno de los dos tiene que saber cuándo achatar su nariz. Ni malas palabras ni ofensas feas. Además las detesto en mi casa, de esa puerta para afuera como si llueven, bajo este techo, cero. Yo hacía un trabajo muy de hombres, en el que a ratos había que imponerse, y por esto se complicaba lo de moldear el carácter, pero aprendí. En la casa toca ser amoroso, comprensivo, ayudar en todo. Una mujer que te cuida no es para la cocina, si fuera para un rato, en la calle abundan; para hacernos viejitos y arrugarnos al lado de una mujer, debe ser una buena mujer, no cualquiera. María es una buena mujer.

Como te dije, no me atraía que era muy chiquita, pero en una oportunidad yo, jovencito, me había quedado bobo mirándola, ella dormía con el pelo suelto, y mi madre que me sorprendió, se me acerca y me pregunta te gusta eh, mi hijo, y yo le dije sí, mamá, mírala, qué linda.

Sí me he imaginado la vida con otra mujer. Y si mi María me llegara a faltar mañana, lo que creo es que ya no hay tiempo, no podría recomenzar algo con una mujer que no fuera ella, María. Ninguna iba a ser ese pedazo que me falta. Si no es ella, no hay más nadie.

"Y nos pusimos de acuerdo para dar una vueltecita y fue entonces que la enamoré" / Foto: Alain L. Gutiérrez
“Y nos pusimos de acuerdo para dar una vueltecita y fue entonces que la enamoré” / Foto: Alain L. Gutiérrez
"Si no es ella, no hay más nadie" / Foto: Alain L. Gutiérrez
“Si no es ella, no hay más nadie” / Foto: Alain L. Gutiérrez

 

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