Santiago 500: El balcón de una ciudad

Balcón de Velázquez / Foto: Reinaldo Cedeño

Balcón de Velázquez / Foto: Reinaldo Cedeño

A solo unos pasos del parque Céspedes, en el corazón de Santiago de Cuba, se levanta un sitio sui géneris. Sus muros salvan el recio declive de la calle San Basilio, antes que la ciudad se derrame hacia el mar. Y aunque las aguas antaño cercanas han retrocedido, el lugar continúa ubicado en una posición dominante.
El Balcón de Velázquez, tal vez no debería llamarse así. En más de un libro se afirma que su estructura se ubica donde Diego Velázquez de Cuéllar, El Adelantado, mandó a edificar el primer fortín de la ciudad. Sin embargo, investigaciones posteriores sostienen que aquel bastión o revellín se debe en verdad a Hernando de Soto, gobernador de la naciente villa tiempo después. Hablamos de fechas de construcción casi virginales: 1538-1544.
Con el paso de los siglos, el fuerte sufrió diferentes adaptaciones, como la edificación de una vivienda en el XVIII; su conversión en cuartel en los albores del XX ―durante la intervención norteamericana en la Isla—, y más tarde, formó parte del colegio La Salle, según consta en la Guía de Arquitectura del Oriente de Cuba (Andalucía, 2002).
En 1930, la revista Archipiélago recoge que “(…) se conservaban las aspilleras que daban a la bahía y que caen en el callejón de Manga Chupa”. De que las bases eran sólidas, da fe justamente la angosta calleja, cuyo nombre oficial parece perdido para siempre. Desde allí pueden verse ahora mismo, restos de los muros originales de aquel revellín. Sobrecoge tocar esas piedras fundacionales.
El alcalde Luis Casero Guillén ordenó demoler lo que quedaba y alzar en su lugar un sitio vistoso, capaz de resumir la historia de la fundación de la ciudad, sobre el basamento, vestigio e inspiración de lo que existió, tal como remarca el historiador Raúl Ibarra en el periódico Oriente de 1951. La última restauración data de finales de los noventa.
El Balcón de Velázquez es un mirador, cuyo centro lo ocupa una extensa terraza, que logra alcanzar hasta unos ocho metros por encima del nivel de la vía. Tres arcadas permiten el acceso al lugar por la calle Corona, con techo plano y fachada de apariencia militar. Escudos, farolas y una trabajada herrería, completan la atmósfera.
De manera natural, el sitio asoma a una de las vistas más seductoras de Santiago de Cuba. Las casas se aprietan y descienden como en un anfiteatro. El paisaje de la bahía y las montañas se recorta en la pupila de quien acude por primera vez, sin dejar indiferente al que repite.
El Balcón de Velázquez pide una animación cultural sostenida, más allá de la fotografía ocasional o del paso efímero para llevar un recuerdo. Traspasar su umbral es una vuelta a la memoria. Su singularidad, desafía.

Salir de la versión móvil