Madre de aguas

Las madres que han parido y las que no. Las madres que no quieren ser madres y las que sí. Las madres que han dado de mamar y las que no, las que han criado hijos e hijas con tesón y dolor, no pueden ser contentadas este domingo con una fiesta.

Foto: Kaloian

Ya no se sabe qué escribirles a las madres, podrá decir algún que otro cansado de la vida. Ni una postal más, podrá reclamar otro, hastiado de las flores visitadas por zunzunes y los versos rosados que las habitan.

Pero las madres insisten en emocionar, con sus manos callosas y rotundas, que parece que acarician cuando zurran y que azotan cuando abrazan.

En las lagunas cubanas, después de la sequía, todavía hay aguas cristalinas porque la Madre de Aguas hace eterna la fuente que las aviva. No importa que sea una serpiente tan quieta como una palma derrumbada en el espejo de agua. No importa que alguna yunta de bueyes se haya ido con ella hacia lo profundo y que los pescadores viejos la hayan visto cuando solo ellos podían verla.

Las madres, incluso las peores, son eternas, como las de aguas, porque hacen que la laguna no se seque, y que la corriente no se detenga.

Hace falta que llueva. Las madres de aguas de los ríos cubanos deben ponerse a trabajar para que al menos no se mueran de sed los pocos becerros que nos quedan. Las madres de nosotros, sobre las que hemos paseado por milenios; mientras ellas trabajan en los surcos, cargan baldes, tienden ropas, cuecen boniatos, lustran pisos, escriben libros, enseñan a leer, salvan enfermos, reciben bebés de otras madres, nos dan de su leche ancestral; deben ser festejadas como creadoras de la existencia humana.

El amor es otra cosa. Madres sin hijos he visto toda la vida. Padres sin hijos he sentido cerca de mí. El día de las madres debe ser también el día de las madres sin hijos, de las que han luchado por ser madres y no lo han logrado, de las que han luchado por su derecho a no alumbrar hijos, y por su derecho a ser madres de otros seres, de otras ideas, de otros mundos.

Hay abuelas madres, tías madres, hermanas madres, amigas madres. Hay madres de madre, lo que en Cuba quiere decir, intratables; pero algunas de estas han salvado los días de sus malcriados hijos.

Las postales de flores chillonas no bastan para adorar a las madres. Para ellas hace falta un muro, un malecón, un huerto, un mar, una montaña, donde ir a lucir nuestros recuerdos, y honrar la belleza del amor de quien nos ha querido como madre, alguna vez lo ha hecho la que nos parió, alguna vez lo ha hecho otra madre de la vida.

La Madre de Aguas quiere salir de su laguna. Quiere lucir sus cuernos al sol, dejar el espejo calmo del campo para salir a la guardarraya. Quiere tener derechos, y quiere tener deberes.

Basta de ser monstruo, dice la Madre de Aguas. Basta de ser la madre paridora, dice la mujer que se desborda de la madre.

Durante la pandemia de moda, las madres se tuestan al sol anaranjado de Cuba, pero no están de vacaciones, ni tumbadas en azoteas -seguramente que alguna sí, por su bien- sino en colas tan largas como Madre de Aguas, eternas como Madre de Aguas, silbantes, como Madre de Aguas, para comprar al final del día, algún alimento para sus hijos e hijas.

Esa es la postal cubana a las madres. Una foto de una mujer cansada, solo descubiertos sus ojos de ser mitológico, empapada en sudor, – algo menos literario que la humedad de la laguna- y loca por devorar a un buey descarriado.

Las madres no esperan este domingo un pastel de fiesta. Con un plátano frito se contentarán. Ellas han dejado parte de su eternidad en la última fila, han pasado una jornada en busca de detergente para dejar más limpia la casa donde habitan y para hacer cristalina su laguna doméstica donde no se pesca hace tiempo ninguna gracia.

Las madres que han parido y las que no. Las madres que no quieren ser madres y las que sí. Las madres que han dado de mamar y las que no, las que han criado hijos e hijas con tesón y dolor, no pueden ser contentadas este domingo con una fiesta. Debemos hacer un sacrificio a la Madre de Aguas, debemos llevar a su laguna todo lo que queramos y respetemos y entregarlo a ellas, por amor, no por pedir más.

Y si la Madre de Aguas decide enroscarse en nuestros cuerpos y apretarnos para recibir de nosotros algo que la mantenga viva, es mejor que respiremos profundo porque las dueñas de los ríos son eternas y su abrazo no va a terminar.

Nota de la editora:

El polifacético artista, escritor e investigador cubano Samuel Feijóo (Las Villas, 1914-1992), es el autor de la más completa investigación sobre mitología cubana que se haya publicado. En el libro “Mitología cubana”, Ediciones Cubanas, 1986; Feijóo cuenta: “En nuestras investigaciones tras las Madres de aguas cubanas recorrimos tres provincias: Las Villas, Camaguey y La Habana, en breves pero intensísimas búsquedas, no agotadoras del mito, que se anda, en términos generales, por los campos donde corran aguas”. Uno de los muchos testimonios sobre las Madres de agua en Cuba, recogidos por él reza: “A mí me dice todo el mundo que aquí en la Laguna del Itabo hay un Madre de aguas, una serpiente con tarros. Esa laguna nunca se seca porque tiene Madre de aguas. Yo no la he visto, pero me han dicho pescadores que se han metido ahí, que hasta la han agarrado con la mano, y han tenido que soltarla porque ella jala mucho, y se los llevaba para abajo. Los Quintanas y los Macones y Heriberto Terry han tropezado con ella pescando. Y han salido huyendo, han abandonado la pesca y los jamos y hasta la ropa, del miedo. Pero hace muchos años que no sale y nadie pesca ahí”. 

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