Catorce recuerdos de mis mayores

Foto: Kaloian.

Foto: Kaloian.

1- Mi abuela materna se llamaba Nilda y me decía que no anduviera descalza porque me iba a empanturrar y me santiguaba con gajos de frijol gandul, las mismas hojas que, mezcladas con cáscara de plátano y convertidas en caldo, me curaban la maleza de barriga. Me hablaba de un santo con cabeza de coco que era negro y se llamaba Yambo, fumaba tabaco, el santo, y también mi abuela y mi abuelo materno que me vio una vez y después se murió.

2- Mi abuela paterna se llamaba Nanai y me cantaba canciones de arbolitos de navidad, me regalaba crucifijos y otros artículos religiosos. Una vez me dio una ostia que no sabía a nada. Me enseñó oraciones como el Padre Nuestro y el Ave María, ahora solo recuerdo la única que para mí tenía sentido cuando era una niña: “ángel de la guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día”. Por aquel entonces yo tenía un ángel de la guarda, que era seguramente blanco y a Yambo un santo negro con cabeza de coco.

3- Mi abuela materna me contaba historias de Pinarito de Cambute, me hablaba de fuegos fatuos, de botijas escondidas debajo de las matas de almendras y de güijes que rascabuchaban a las mujeres en el río.

4- Mi abuela paterna me cantaba una canción con mi nombre y me recitaba poemas de niñas que miraban muñecas en las vidrieras y lloraban porque no podían comprarlas, entonces venía un hombre bueno y le regalaba un centavo, luego la niña era feliz.

5- Mi abuela Nilda fue maestra normalista y me hacía cuentos de Frank País y Pepito Tey. Me contaba cómo llevaba armas escondidas bajo las faldas y cómo la policía atacaba a las mujeres con chorros de agua, que aquello dolía tanto como una mano de golpes.

6- Mi abuela Nanai se sabía de memoria los himnos nacionales de 15 países y me los cantaba en diferentes idiomas. Cuando cantaba el de Puerto Rico mi abuelo Orlando se ponía a bailar.

7- Mi abuela materna me contaba cómo se había encontrado a mi abuelo Aemir arriba de un caballo cuando se iba alzáo pa´ la Sierra. Me hablaba de Kinafrú, otro marido que tuvo que era más prieto que el santo de la cabeza de coco, y se iba por las noches con una escopeta a cazar bandidos, se perdía meses enteros y por eso mi abuela lo dejó, igual que tuvo que dejar, cuando era una viejita, la militancia del PCC para que no la jodieran con tantas reuniones.

8- Mi abuela paterna me contaba que ella había estudiado en una escuela hasta que se enamoró de mi abuelo y le dijo a su mamá que no quería estudiar más, entonces se experimentó en la cocina y en los otros menesteres del hogar. Mi abuelo Orlando fue su único amor.

9- Mi abuela materna escribía versos y pintaba maravillosamente. Mi abuela paterna también era una artista, siempre estaba cantando y movía las manos como una bailarina.

10- Mis dos abuelas eran seres extraños y adorables, las dos tenían el pelo blanco y las dos me regalaban dinero, Nanai me daba un dólar y Nilda me daba un peso.

11- Recuerdo que en mi casa no había casi dinero y teníamos que comer sopa de cabeza de pescado, pero cuando me tocaba ir para la casa de mis abuelos era distinto, porque mi abuelo, que había sido marinero, cazador de ballenas y dueño de una compañía eléctrica, en ese entonces tenía un amigo en Miami que le mandaba dólares todos los meses.

12- Mi abuelo me compraba galleticas de chocolate con envoltura multicolor. Yo coleccionaba los papelitos de las galletas que me compraba mi abuelo y otros que recogía de la basura y los metía entre las hojas de un libro enorme de letras rusas. Las etiquetas Singaro, las de galletas Triunfo y los papeles de jabones Lux, era de lo más valioso de una colección por aquella época.

13- En la casa de mis abuelos había muchos cuartos con puertas de maderas preciosas y muchos libros, pero yo, en aquel entonces, solo me interesaba por leer los coloridos y papeles brillantes de las chucherías que nunca me iba a comer.

14- Recuerdo que, cuando quise leerme Cien años de soledad, el amigo que vivía en Miami se había muerto y mis abuelos tuvieron que verse en la obligación de coger los libros para limpiarse las nalgas y las puertas de los cuartos para hacer leña. Solo pude rescatar la mitad de un ejemplar Ediciones Huracán de El país de las sombras largas.  

 

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