Pequeña Habana mexicana

Refugio AMAR, en Nuevo Laredo, México. Foto: Irina Dambrauskas.

Refugio AMAR, en Nuevo Laredo, México. Foto: Irina Dambrauskas.

Por lo menos 300 son los cubanos que hay en Nuevo Laredo al día de hoy. Y cada vez hay más. Todos estaban en camino cuando Barack Obama cambió las reglas. Casi un centenar de ellos que estaban en Tapachula –frontera entre México y Guatemala– fueron deportados y hay rumores de que podría suceder algo similar con los que están en Turbo, Colombia. Los que ya superaron esa barrera siguen camino a esta frontera, que por ahora no da signos de deportación, pero tampoco de abrirse hacia el norte.

Carlos, el habanero que arrastra 19 intentos fallidos de ingreso a los Estados Unidos. Foto: Irina Dambrauskas.
Carlos arrastra 19 intentos fallidos de ingreso a los Estados Unidos. Foto: Irina Dambrauskas.

Ocho de cada diez migrantes cubanos de Nuevo Laredo son hombres. Algunos pocos trajeron a sus hijos, los que lo hicieron realizaron viajes más cortos: desde La Habana volaron directo a alguna ciudad de México y de allí a la frontera. Hay una mujer cerca de parir, habría quedado embarazada durante la travesía pero no quiere hablar de eso.

Una vez en la frontera los cubanos eligieron el refugio AMAR porque cabe mucha gente y porque para el 12 de enero sólo había unos pocos migrantes –hondureños– alojados allí. Los cubanos tienen una premisa: ya sea para pasar a Estados Unidos o para volver a La Habana, es mejor mantenerse juntos. Por eso la comunicación que se fue dando entre los migrantes recomendaba no ir a otra frontera que no fuera Nuevo Laredo; por eso van a dormir todos al mismo lugar.

AMAR es una mezcla de refugio e iglesia evangélica.

Un cubano sostiene una biblia mientras escucha la misa. Foto: Irina Dambrauskas.
Un cubano sostiene una biblia mientras escucha la misa. Foto: Irina Dambrauskas.
Migrantes de diferentes países se cocinan y comen en el comedor del refugio AMAR. Foto: Irina Dambrauskas.
Una niña hondureña junto a su madre escuchando la misa del Refugio AMAR. Foto: Irina Dambrauskas.
Amuleto de Jeorquiz:. “Podrán quitarme el pasaporte pero no esta cruz”. Foto: Irina Dambrauskas.
Amuleto de Jeorquiz:. “Podrán quitarme el pasaporte pero no esta cruz”. Foto: Irina Dambrauskas.

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La habitación principal huele a humedad. Tiene unos treinta metros cuadrados. Contra las cuatro paredes hay veinte cuchetas de tres niveles cada una y en el espacio que queda en el medio algunas camas, colchones y colchonetas en el piso. Descansan allí setenta personas. Es la sala que primero se llena, aunque “siempre hay lugar para más”, coinciden los cubanos que la habitan.

“No hay refugio chico cuando el corazón es grande, vengan los que quieran” le dice a OnCuba Joel, un profesor de educación física de La Habana, acentuando los silencios entre palabra y palabra.

Las camas están pegadas unas con otras, basta estirar el brazo para tocarle la espalda al compañero de al lado. Salir y entrar de las camas del segundo nivel exige hacer cuerpo a tierra. “Para salir de allí hay que moverse como un gusano”, bromean.

Tienen colchones de todos los tamaños y épocas. El techo alto aminora el calor humano pero la falta de ventanas complica el nivel de oxígeno.

Las literas tienen tres niveles, los que están más arriba se ven beneficiados con un poco más de aire. Foto: Irina Dambrauskas.
Las literas tienen tres niveles, los que están más arriba se ven beneficiados con un poco más de aire. Foto: Irina Dambrauskas.

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El gimnasio huele a pollo asado. Alguien está usando la parrilla en el vecindario y los cubanos se enteran. Para ingresar al cuarto principal hay que atravesar este gimnasio, del tamaño de una cancha de baloncesto, con techo de chapa y grandes ventanales “tapiados” con plásticos que ceden ante el sereno.

El invierno de Nuevo Laredo no alcanza niveles muy hostiles, una temperatura mínima que no baja como mucho de los 10 grados centígrados. Se levanta viento y refresca.

Cubanos. Refugio AMAR. Foto: Irina Dambrauskas.
Cubanos. Refugio AMAR. Foto: Irina Dambrauskas.

El gimnasio se ha transformado por la ola de cubanos en otro dormitorio. Allí unas treinta personas duermen en colchonetas tiradas en el suelo con frazadas que van abajo en vez de arriba. No abrigan a los huéspedes: apenas aíslan las baldosas frías de los colchones gastados.

Ese sitio también es una Iglesia. Durante el día –a las 12 del mediodía y a las 7 de la tarde– el gimnasio es la sede de la misa.

Uno de los rincones huele a champú. Allí está el sector de aseo, hay lavabos y duchas. Las restricciones son muy precisas, el horario para bañarse es de 19.30 a 22. Ismael Rodríguez –que llegó a Nuevo Laredo solo una hora después del cambio de política de Estados Unidos– se desnudó, abrió la ducha y se enjabonó. Ahí mismo el pastor Aaron lo descubrió y le cortó el agua:

– El horario para asearse comienzo en 15 minutos hermano –le recriminó.

Ismael se quedó esperando esos 15 minutos con el jabón encima. Comenzaba a acostumbrarse a esperar.

Hay otras reglas: “Prohibido correr, prohibido gritar…” y, como sucede en el refugio Nazareth, “Se ordena entregar el teléfono celular al ingresar al refugio”.

Cubanos. Refugio AMAR. Foto: Irina Dambrauskas.
Cubanos. Refugio AMAR. Foto: Irina Dambrauskas.

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Laredo era una sola. Se fundó en 1775 como parte de Nueva España. Luego con la independencia, pasó a formar parte de la República Mexicana. En 1840 Laredo fue un país, se declararon independientes y proclamaron la República del Río Grande que fue reanexada a los seis meses. Después, cuando las líneas de frontera actuales se trazaron al compás del Río Bravo –en 1846– la ciudad quedó del lado estadounidense. Entonces un grupo se mudó a México y en 1848 fundó Nuevo Laredo. Si Donald Trump cumple sus promesas eventualmente dividirá a ambas ciudades, además del río, un muro.

Nuevo Laredo es un sitio plagado de gente solidaria con los cubanos. Hace décadas que transitan por allí cientos de miles de migrantes, sobre todo centroamericanos. Los cubanos no se hacían notar: cruzaban el puente, plantaban sus pies secos en Estados Unidos y ya. No se daban el tiempo para conocer una ciudad hermosa si no fuera por la falta de criterio arquitectónico, las camionetas militares que merodean, los taxistas que trabajan con los paramilitares y la inmanencia de Los Zetas.

Carlitos, uno de los pocos migrantes de la Casa AMAR que no es cubano sino hondureño, víctima de la mafia de Los Zetas. Descansa en el refugio tras una operación en su pierna. Foto: Irina Dambrauskas.
Carlitos, uno de los pocos migrantes de la Casa AMAR que no es cubano sino hondureño, víctima de la mafia de Los Zetas. Descansa en el refugio tras una operación en su pierna. Foto: Irina Dambrauskas.
Carlitos bromea: “Oigan a esta altura yo también soy cubano”. Foto: Irina Dambrauskas.
Carlitos, el migrante hondureño es ayudado por los cubanos a hacer sus ejercicios de rehabilitación diarios. Foto: Irina Dambrauskas.

La ola que los amontonó en la frontera despertó la sensibilidad de los neolaredenses. Sin contar la ayuda que reciben de los cubanoamericanos, que es mucha.

A los cubanos les tocó el invierno, una época soportable. La mínima suele ser de 10 grados y la máxima puede llegar a los 30. Si llegan a permanecer allí hasta el verano les tocará sufrir los picos de 45 grados de temperatura.

Del lado estadounidense lo primero que hay al cruzar la frontera es una terminal de ómnibus que tiene como destino centenares de ciudades del sur de Estados Unidos, casi ningún migrante cruza para quedarse en Laredo.

Comida que le traen los cubanos a Carlitos, el migrante hondureño. Foto: Irina Dambrauskas.
Comida que le traen los cubanos a Carlitos, el migrante hondureño. Foto: Irina Dambrauskas.

El puente de hierro que conecta el Laredo viejo y el Nuevo sobrevuela el correntoso Río Bravo, tiene unos 30 metros de largo y un ancho suficiente para que haya una doble vía vehicular y un pasillo peatonal de ida y vuelta. El flujo de personas es permanente: del lado estadounidense el combustible y la ropa son más baratas, del lado mexicano el supermercado y el dentista son más económicos.

Cuando se va de México a Estados Unidos hay un estricto control migratorio pero nadie revisa las maletas, no entienden necesario pasarlas siquiera por un detector de metales o por el olfato de un sabueso. De Estados Unidos a México, en cambio, hay control de equipaje pero no control migratorio.

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La cocina del refugio es para lavar los platos y los empleados del refugio se hacen cargo. El horno, por la cantidad de donaciones externas que llegan, se utiliza poco o nada: a lo sumo para calentar una donación. No hay peleas, ni gritos, ni comentarios subidos de tono. Existe un acuerdo tácito para preservar el buen humor. Hacen bromas, recuerdan pasajes del camino, recorren en sus diálogos lo que les gusta de Cuba.

Permanentemente hablan de una libertad que antes no tenían: “Esto que estamos haciendo, en Cuba no lo podíamos hacer”, “Esto que estamos diciendo en Cuba no lo podíamos decir”…

Migrante cubano se prepara para dormir en un colchón en el piso del refugio AMAR. Foto: Irina Dambrauskas.
Migrante cubano se prepara para dormir en un colchón en el piso del refugio AMAR. Foto: Irina Dambrauskas.

Las mujeres tienen una habitación aparte con un baño que comparten todas. En un cuarto de unos 15 metros cuadrados las casi veinte mujeres cubanas se organizan para asearse y se van a dormir temprano. Hacia las 10 de la noche las lucen están apagadas y el refugio queda en silencio.

A las 7 de la mañana del día siguiente se levantarán todos para tomar un café con leche y galletas donadas, para luego subirse a la camioneta del pastor para ir a la esquina del Puente Internacional 1.

Y así será, hasta que alguien les dé una visa. O una orden de deportación.

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