Televisión cubana, Grandes Ligas y silencios

El cubano Yasiel Puig, una de las estrellas de la Serie Mundial 2017. Foto: Stephen Dunn / Getty Images.

El cubano Yasiel Puig, una de las estrellas de la Serie Mundial 2017. Foto: Stephen Dunn / Getty Images.

La posible transmisión casi en directo –con algunos minutos o innings de retraso– de la Serie Mundial de la MLB por la televisión cubana, generó grandes expectativas y debates entre los aficionados del béisbol en la Isla.

La posibilidad de que los cubanos presenciaran prácticamente en directo el duelo entre los Dodgers de Los Ángeles y los Astros de Houston y, de esta forma, la actuación en esta instancia decisiva de peloteros nacidos y formados en Cuba como Yulieski Gurriel y Yasiel Puig, puso a soñar a muchos y alentó interpretaciones más allá del béisbol.

Sin embargo, la rumorada transmisión finalmente no fue, con la consabida decepción de los ilusionados, aunque luego sí se hizo, diferida –un día después– al menos la de los dos primeros juegos. Lo que bien visto no es poca cosa, teniendo en cuenta los antecedentes.

Serie Mundial en la TV cubana: la trasmisión que no fue

Hasta el momento, los partidos de la MLB habían llegado a las pantallas cubanas con varios días de retraso. No importaba si eran de la temporada regular o de los play off. En la voz, por demás, de narradores cubanos condenados a disimular la falta de emoción que entraña narrar un partido cuyo resultado ya se conoce, incluso, por muchos de sus posibles espectadores.

Su transmisión diferida ha sido apenas un flaco consuelo. El intento de mostrar un cambio de aire en la televisión cubana que en realidad enfatiza su desfasaje con la realidad, con el mundo, con –al menos una parte de– la propia sociedad cubana que consume pronto por otras vías –más o menos lícitas, más o menos alternativas– lo que la TV propone como una novedad.

Transmitir los juegos de la Serie Mundial, aun con el breve retraso presumido, hubiese sido un hito. Un espectáculo. Una ilusión cumplida, que no un imposible. Todavía con un día de retraso lo sigue siendo, aunque luego de rumores y controversias cueste verlo así.

Pero más allá de las razones y lecturas del hecho, de la polémica alimentada en las redes y fuera de ellas, este episodio ha echado nueva leña al fuego de una antigua y controversial relación.

Antigua, porque los vínculos de la Isla con la llamada Gran Carpa del béisbol estadounidense se remontan a más de un siglo, con figuras ilustres y ausencias dolorosas. Y controversial por motivos harto conocidos, alimentados –sobre todo– en las últimas décadas por el diferendo político e ideológico entre Cuba y Estados Unidos.

Cuba y las Grandes Ligas: tan cerca, tan lejos

Mientras el deporte cubano se ha ido abriendo paso tímidamente en el mundo del profesionalismo, las Grandes Ligas han permanecido como el feudo prohibido. Al menos desde la perspectiva institucionalizada y el discurso oficial.

Para insertarse allí, tanto en el campeonato élite como en su sistema de granjas, los peloteros cubanos están obligados hasta hoy a romper sus lazos con la Isla. Los lazos legales, nunca los espirituales y humanos que, por el contrario, los acompañan siempre, los identifican. Incluso allí, en el Big Show.

No obstante, romper los primeros lazos –los legales– durante mucho tiempo fue interpretado “oficialmente” en Cuba como romper también con los segundos. Como una ruptura total. Como una condena.

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Por décadas, todo el pelotero que salía de la Isla rumbo a Estados Unidos o abandonaba algún equipo cubano en el exterior, era tildado de “desertor” y su memoria borrada o “señalada” en los números oficiales.

El tiempo, ciertamente, ha ido poniendo las cosas en su sitio. Poco a poco se han venido recuperando nombres, imágenes, estadísticas. Se ha ido comprendiendo que el deporte es eso: deporte, aunque no le falten en ocasiones los tintes políticos.

Pero aún para muchos cubanos amantes (y no amantes) del béisbol, no es suficiente.

La televisión de la Isla, en un espacio salomónicamente nombrado “Béisbol internacional”, empezó a transmitir hace pocos años partidos de la MLB –además de otros de las ligas del Caribe e incluso Asia–, y en ellos inevitablemente comenzaron a aparecer los cubanos. Los “desaparecidos”. Los “desertores”.

A su “reaparición” también contribuyó la presencia de Cuba en la Serie del Caribe, torneo donde recalan habitualmente no pocos nacionales.

No quedaba otra: había que verlos.

Poco a poco, sus nombres pasaron de ser obviados o mencionados sin entusiasmo, sin color –muchas veces solo por el apellido–, a ser señalados con todas sus letras como un producto del béisbol cubano, de su formación deportiva en la Isla.

Los cambios de la sociedad cubana en los últimos años y, en gran medida, el restablecimiento de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos obligaron a un giro de timón en el discurso mediático sobre esos beisbolistas, sobre el profesionalismo en general y las Grandes Ligas en particular.

Un giro de timón coherente, además, con el acercamiento entre la MLB y la Federación Cubana que ha propiciado ya varios encuentros, y que ha tenido entre sus puntos culminantes el partido entre el equipo Cuba y los Tampa Bay Rays, y las visitas a la Isla del comisionado de las Grandes Ligas, Rob Manfred, y estrellas como Miguel Cabrera, Nelson Cruz y Clayton Kershaw. Incluso de cubanos como Yasiel Puig, Alexei Ramírez y José Dariel Abreu.

El Latino enloquece con los cubanos de la MLB

Aunque las negociaciones entre ambas partes no han rendido los frutos esperados y el enfriamiento de las relaciones bajo la administración Trump enrarece aún más el escenario, dar marcha atrás –al menos en el discurso– no parece ser la salida al estancamiento.

¿Estar o no estar?

Hace solo unos días, el periodista Oscar Sánchez comentaba en el periódico Granma que “para un pelotero jugar en la MLB, es lo que para un tenor cantar en la Scala de Milán”. Esta oración, aunque certera, hubiera sido impensable hace algunos años en la prensa cubana. Como impensable hubiese sido hablar, con pelos y señales, de la actuación de peloteros cubanos en la Gran Carpa, como lo hace ese artículo sobre el performance en la postemporada de Puig y Yulieski Gurriel, dos de los actuales iconos de Cuba en la MLB enfrentados ahora en la Serie Mundial.

Como lo hace –aunque sea– para reafirmar que la calidad de Puig y Gurriel, y también de “Pito” Abreu y Chapman y Alex Guerrero –este último en Japón– lleva el sello “made in Cuba”. Y que para que otros peloteros todavía en la Isla puedan seguir sus pasos e intentar brillar en las Grandes Ligas, deban hacer todavía lo que ellos: quemar las naves, imposibilitados “de hacerlo por la vía normal, como el resto de los que juegan en Estados Unidos” y convertidos en “mercancía de un mercado muy sugerente para los que lucran con el talento ajeno”.

La culpa de que así sea –sugiere el artículo en consonancia con la actual opinión oficial cubana sobre el tema–, después de todo, no es de Cuba. Nunca lo fue. La culpa es de las leyes y el bloqueo estadounidense que impiden esa “vía normal” a los peloteros nacidos en la Isla.

El texto de Oscar Sánchez lleva –a fin de cuentas– razón, aunque borra de golpe y porrazo la retórica que durante décadas denostó a quienes “se vendían” por un puñado de dólares y glorificaba a los que renunciaron a cheques en blanco para permanecer junto a su pueblo.

El artículo, escrito antes de la presumible transmisión casi en vivo de la Serie Mundial, ayudó a avivar –junto a rumores y post de Facebook, a los que a priori no habría por qué colgarle el cartelito de malintencionados– la esperanza de que el milagro se produjese. Su publicación podía verse –en una lectura entre líneas ciertamente optimista– como un espaldarazo a la posibilidad. Una posibilidad que al parecer sí fue manejada institucionalmente, aunque finalmente no fue.

Las razones por las que no fue, no son dominio público ni creo lleguen ya a serlo. Es muy posible –como se ha comentado en las redes– que todo se deba al (excesivo aunque no incoherente, de acuerdo al estado actual de las relaciones bilaterales) respeto a los derechos de la transmisión original. O que a última hora haya fallado la tecnología o alguien no apretara el dedo cuando debió. Pero los fantasmas de un tamiz ideológico volvieron a sobrevolar en la mente de muchos. No importa que esa tesis no resulte lógica a la luz de la pronta transmisión diferida de los dos primeros partidos con los “desertores” cubanos incluidos.

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Quizá hubiese sido más fácil cortar por lo sano. Responder a los rumores con un simple comentario en los espacios deportivos de la televisión. No digo ya explicar sino dejar las cosas claras de antemano en lugar de permitir que la expectativa creciera y que tantas personas se asomaran a Tele Rebelde la noche del martes con la esperanza de que –como tantas otras veces– la cartelera televisiva previa estuviese equivocada.

Tal vez pido demasiado. Tal vez para quienes gestionan programaciones y políticas el silencio siga siendo la respuesta más fácil. Más efectiva.

Pero no lo es. A estas alturas del juego, no puede –no debería– serlo. La expectación generada en las redes y en la calle, la decepción posterior e, incluso, la recepción de los juegos diferidos, habla –o más que habla, grita– de una añoranza, de una historia, de un espíritu vivo.

No importa si en Hong Kong, en Luxemburgo o en Paraguay, la Serie Mundial de las Grandes Ligas no se transmite en vivo. Los cubanos –todavía, a pesar de tanto fútbol en vena, en vivo y en directo– respiramos béisbol y los batazos y atrapadas de Gurriel y Puig también nos dibujan como nación. Nos enorgullecen. Allá, en las Grandes Ligas, y aquí.

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