Cuidar ancianos en Cuba: entre el asilo y el home

Foto: Claudia Padrón Cueto

Foto: Claudia Padrón Cueto

En un terraza descansan un grupo de 10 ancianos. Esther tiene más de 100 años y con la vista casi apagada dormita sobre el sillón. A su lado Martha, casi siempre triste, tiene la condición de ser la abuela que más tiempo lleva allí. Muy cerca, arropado con varias mantas y una demencia que lo vuelve huraño,  Pancho recibe un medicamento de la mano de una de las cuidadoras.

Un poco más activo, en su esquina, Radamés, el “más joven”, no pierde ocasión para dialogar. En un rafagazo me cuenta que fue asesor de un Ministro, que tiene 79 años, que la pelota de antes “si se jugaba de verdad”, que sus familiares no pueden cuidarlo entre semana y que se siente bien allí. Me dice que no está solo.

Los cuatro ancianos son los usuarios más permanentes del primer asilo “privado” del que se tiene noticia en Cuba. Sus propietarios nombraron “Vida Nueva” a esta casa del reparto Capri que acoge en cuatro pequeñas habitaciones a sus clientes.  En un espacio muy reducido se tiene lo básico. Todo está pulcro, ordenado.

Maday Segundo Páez es la guía de este emprendimiento. Unos años atrás no tuvo otra opción que dejar su trabajo de laboratorista para velar por el padre enfermo. “No había ningún lugar estatal dónde pudiesen cuidarlo y decidí yo misma estar con él”, afirma. Cuando Maday tomó esa determinación no podía imaginar que también sería el primer paso para su propio negocio particular: dirigir un “home” dentro de su propia casa.

La dueña explica a OnCuba que atienden a los clientes tanto desde la mañana a la tarde, con horarios similares al de las tradicionales Casas de Abuelos; como también las 24 horas de lunes a viernes. En esta segunda modalidad se integran la mayoría de los ancianos a su cuidado. Ambas variantes incluyen dentro del precio (muy superior al salario medio de un trabajador en Cuba) la alimentación, el aseo, el lavado de las ropas y el seguimiento médico.

“Dentro del personal de asistencia se incluyen dos enfermeras jubiladas. En la casa también convive mi esposo, quien es doctor y está pendiente del estado de cada uno de las personas que atendemos. Son pacientes con patologías y trastornos diversos, la atención a ellos debe ser individualizada: Pancho tiene parkinson; Martha, físicamente está saludable pero recae en crisis depresivas y comenzó a quejarse de padecimientos irreales; Dulce es diabética…”

Una de las cuidadoras de Nueva Vida, con una de las clientas. Foto: cortesía de la entrevistada
Una de las cuidadoras de Nueva Vida, con una de las clientas. Foto: Cortesía de la entrevistada

La encargada se queja de dormir a veces con las manos entumecidas, de tener que despertarse constantemente  para verificar que todo esté bien, de no tener momento de descanso… “Quien pretenda construir un negocio semejante –dice– debe saber que hay que ser paciente con ellos y sentirse a gusto con este oficio. La retribución económica es importante, por supuesto, pero si no eres una persona que le agrada el contacto con los ancianos es mejor ni intentarlo”.

Los hijos de los ancianos de Maday se encuentran fuera del país transitoriamente. Para ellos diseñó una tercera modalidad de cuidado: la estancia allí durante espacios temporales delimitados de antemano.

“Cuando decidí abrir el club, no habían referentes legales. Era una experiencia nueva en el país y no se habían establecido concretamente los procedimientos jurídicos. Mi patente es de cuidadora, la cual establece que puede atender al anciano dentro de mi casa, en el hogar del cliente o un espacio rentado para ello; pero una patente de “Home” no existe, y es esa realmente la que debería pensarse. El gobierno no es capaz de resolver por sí solo el déficit de centros de este tipo, por lo mismo deberían ofrecer la posibilidad al sector privado de contribuir como una opción más.”

La demanda de sus servicios parece corroborarle a Maday que es necesario crecer: “Si el Estado me permitiera rentar un lugar, el cual pudiese acomodar a las necesidades de los adultos mayores, y construir un centro mayor que el que hoy tengo, creo que sería beneficioso para mí, como propietaria, para los familiares y para el propio país que se enfrenta a un envejecimiento poblacional sin precedentes”, asegura.

Foto: Claudia Padrón Cueto
Instalaciones de “Nueva Vida”. Foto: Claudia Padrón Cueto

Hoy en el archipiélago cubano existen 258 casas de abuelos y 144 hogares de ancianos, con 8 794  y 11 174 plazas, respectivamente (20 mil capacidades en total). Con una población de más de 60 años que supera la cifra de 2 millones de personas, el número de capacidades es, a todas luces, insuficiente. Una reciente comprobación de la Contraloría General de la República detectó falta de supervisión en los asilos de ancianos y problemas con las condiciones higiénicas y constructivas de esas instituciones.

Además, y debido a ciertas condiciones neurológicas o impedimentos físicos, las Casas de Abuelos subsidiadas por el presupuesto público (incrementado en 2015 en 66 millones de pesos) no aceptan a determinado tipo de ancianos.

Nidia Díaz Castillo, trabajadora social de una Casa de Abuelos explica que los centros de este tipo aceptan adultos mayores con familiares incorporados a la actividad laboral o sin amparo filial.

“Un requerimiento indispensable es que sean personas válidas para la vida diaria. No podemos admitir ancianos carentes de capacidades funcionales. Para ello tendríamos que tener un personal y condiciones infraestructurales que no poseemos. Además nuestro objeto social como institución es convertirnos en un club de socialización entre abuelos que puedan hacerlo”, describe.

Por el alcance parcial del servicio desde las instituciones del Estado es que ha tomado notable relevancia el oficio de “cuidador” de ancianos por cuenta propia, uno de los 200 aprobados como parte de la apertura al sector no estatal. Pero ni siquiera ellos son suficientes.

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Tras una restructuración de la plantilla laboral, Arlenys Martínez quedó “excedente” en su trabajo y comenzó a cuidar ancianos en sus domicilios. “Sé que existe una patente pero no la tengo para no pagar impuestos, esa es la verdad. Prefiero guardar todo el dinero para los gastos de mi familia. Tengo dos hijos adolescentes y una abuela que viven conmigo. Paso el día pendiente de una anciana ajena y tengo la mía sola en casa, así de dispar es la vida”, confiesa.

Una alternativa para las personas que no pueden valerse por sí mismas y sus familias no disponen de recursos para pagar a un cuidador son los asilos de ancianos, pero entre varias personas consultadas siempre emergió algún criterio negativo.

Primero porque para los hogares de ancianos las listas de solicitudes siempre son extensas; las capacidades (ya vimos) insuficientes y las que se otorgan se dirigen, preferentemente, a aquellos que clasifiquen como “casos sociales”. Estar allí, además, no es garantía de acceder a condiciones de vidas más favorables.

Historias de un asilo contadas en primera persona

“Vivo en el asilo General Peraza hace 4 años, desde que mis hijos salieron de Cuba. Tengo mi casa cerrada, pero prefiero estar aquí. Entrego 40 pesos de mi pensión, y ya está.  En mi casa estaba solo y nadie me atendía, mientras que aquí estoy acompañado, y al menos si me muero alguien me entierra”, dice César de 65 años.

Foto: Claudia Padrón Cueto
César. Foto: Claudia Padrón Cueto

“Siempre fui un hombre fuerte, de trabajo: primero chofer de rastra en Manzanillo, después me mudé para Holguín y fui minero; y cuando vine para La Habana volví a manejar que es lo que más gusta. En 45 años no tuve ni un accidente. Llegué a este asilo después que se quemó mi casa. Mi hija vive en una muy pequeña con su familia donde no hay lugar para mí, pero no me quejo. Aquí estoy bien. Y después que pasó una visita de la ministerial, estoy mejor. Todo se ha corregido. Están reparando, limpiando (antes era insoportable el olor a orine y la suciedad).

Además la comida  es como de la noche al día: el pollo que hasta hace poco era dos veces al mes, ahora lo como cada semana y repetido, y también dan carne de res. Por otra parte en el aseo las cosas eran muy pocas, teníamos, incluso, que compartir un tubo de pasta; en cambio después que asumió esta nueva directora hemos recibido colonia, abrigos, calzoncillos, más jabones”, cuenta Luis Orestes, de 75 años.

Foto: Claudia Padrón Cueto
Luis Orestes. Foto: Claudia Padrón Cueto

“Lo más difícil de estar en un asilo es que tienes que convivir con ancianos de todo tipo. Hay algunos muy malos, quienes están aquí porque nadie en su familia los quiere cerca.  Hay veces que el abandono se justifica. También hay otros que son buenas personas pero les ha tocado envejecer solos, como a mí. Yo era bailarín y coreógrafo hasta que en México tuve un accidente de trabajo: me corté el pie con unos espejos. Después se complicó y en Cuba tuvieron  que amputar. Ahí se me acabó la vida. En el tiempo que estuve ingresado ninguno de los sobrinos que vivían conmigo fue a verme al hospital. La casa estaba a mi nombre pero yo se las dejé y vine para acá. No quería ser una carga. En este hogar de ancianos me tratan bien. No tengo quejas, pero vivo con la esperanza de que cuando aprenda  a manejar la prótesis podré salir de aquí”, cuenta Santiago, con 64 años.

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Santiago. Foto: Claudia Padrón Cueto

Son sus historias parte también de esta realidad compleja de la atención a la tercerdad edad en Cuba. Mientras en en el país aumenta el número de jubilados, disminuye la fuerza laboralmente activa. Mientras asciende la cantidad de ancianos que requieren cuidados sigue en declive la cifra de personas que puedan hacerlo. En asilos estatales y privados, la atención hacia ese sector necesita crecer.

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