Dylan en la calle

Ilustración: Natalia Tubío.

Ilustración: Natalia Tubío.

Varios días después de la noticia del Nobel de Literatura para Bob Dylan –seguida por el silencio del propio premiado y la imposibilidad de la Academia Sueca para dar con él–, esta conversación me tomó por sorpresa en la parada:

– ¿Viste? –le decía un muchacho con pinta de universitario a otro–, le dieron a Bob Dylan el Nobel de Literatura.
– ¿A quién? –le preguntó el otro quitándose los audífonos.
– A Dylan, el músico americano.
– No entiendo. ¿Si el hombre es músico por qué le dieron el Nobel de Literatura?
– Ah, no sé, será porque también escribe.
– ¿Tú estás seguro? ¿No sería el Nobel de la Música? –le preguntó por un lauro que no existe.
– No, chico, no. Lo leí en Facebook. Fue el de Literatura. Si hasta había una pila de comentarios por eso.
– Ven acá, ¿y tú has leído algo de él?
– Yo, na. Pero me pongo a buscar en Internet. Digo, si le dieron el Nobel por algo será, ¿no?
– Si encuentras algo me avisas, a ver si ponemos una con la profe de Literatura.
– A lo mejor lo que hago es conseguir un tema pa´ oírlo. Creo que dijeron que el premio también era por la letra de sus canciones. Aparte, siempre va a ser más fácil oír una canción que leerme un libro del tipo. Seguro que son gordos así.
– Sí, claro. ¿Y de qué va su onda?
– Creo que es como la trova, pero en inglés.
– Ño… ¿y tú estás tan escapa’o así en inglés?
– Más o menos…
– Ya, sirvió entonces. No me dejes fuera de esa jugada, fíjate –y volvió a ponerse los audífonos, mientras comenzaba a mover la cabeza al ritmo del reguetón que se filtraba.

Y en eso llegó la guagua y nos montamos, todos tan felices.

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