Rachas

A todos nos ha sucedido: coincidencias de tragedias, cataratas de tribulaciones, sucesión de malos momentos. Solo que al principio de la cadeneta, no podemos sospechar lo que nos espera. Creemos, por ejemplo, que es obra de la casualidad el hecho de que al mismo tiempo se rompan el televisor y la cocina. Pero es solo el comienzo: la lavadora expira antes del amanecer, aunque esto no constituye una desgracia mayúscula, porque alrededor de las diez de la mañana, muere el motor del agua del edificio, con lo cual, el tema “lavado” pasa a segundo plano.

Encontrar técnicos reparadores de cualquier equipo en Cuba es una verdadera odisea, sobre todo si tenemos en cuenta nuestros requisitos: que sean de confiar, que trabajen rápido, con eficacia, sin ensuciar mucho, que coman poco, cobren menos, y no sea impuntuales. Es casi un rara avis lo que pedimos. Existe ese tipo de persona, no lo niego, pero es difícil dar con ella.

Por lo general, quien nos ayuda en las desdichas cotidianas solo cumple  uno o dos de los atributos que imaginábamos elementales cuando la avalancha de roturas tocó a nuestra puerta. El experto en refrigerador sabe mucho de resistencia y de congelaciones, es puntual y agradable, pero cobra una barbaridad, en contraste con el que sabe de fogones, cuyos honorarios son adecuados. Pero jamás cumple con lo que ha prometido en cuanto a fecha de terminación. El plomero nos recomienda a un amigo, según él, lo mejor en lavadoras rusas de todo el archipiélago, y decimos “Sí, tráelo”. Justo cuando aceptamos la propuesta, dejamos de verlos a ambos.

Hay familias que han demorado años en componer todos los equipos, y otras, ven de pronto aumentados los comensales durante breve tiempo. Porque merendar y almorzar, además de un derecho lógico y necesario, viene con el paquete del reparador. Y no está contemplado en el pago.

Se conoce la familia que pasa una mala racha solo con mirar la cara de uno de sus integrantes. Es algo indefinible en la mirada, en la caída de hombros, en el obstine con que responden nuestro saludo. Casi podría adivinarse qué problemas los agobian, según la mueca y la cara que ofrecen. No es igual el rostro de “lavadora-fogón-refrigerador fallecidos” que el de “no agua-no luz-no gas”, ni tampoco la mirada de quien quiere decirnos (pero se contiene) “salidero de lavamanos-goteras en la sala-ventana rota”.

Otra racha es la de fracasos entre artistas. Libros que duermen el sueño eterno en la imprenta, discos que no acaban de ser “masterizados”, películas cuya post producción demora más que el casting, concursantes que pierden el primer lugar, u obtienen una Mención que les “quema” la obra. El lenguaje extra verbal de estos artistas también puede ser interpretado. No es igual el saludo de una Segunda Mención, que el “Ahí vamos, tirando” de quien no quedó ni siquiera entre los finalistas, por poner un ejemplo.

En materia de mal de amores, las rachas suelen ser implacables, lo cual se demuestra por el repentino enflaquecimiento del abandonado. Cuando vemos a alguien conocido, de pronto pálido y al borde de la emaciación, no preguntamos si está enfermo o sigue la dieta de la sopa: Pobre enamorado(a), anda en solitario, como perro bajo la luna. Sin embargo, todos estos ejemplos se quedan cortos cuando de salud se trata.

Ahí la cuestión se enrarece, se enturbia. El miedo a un desenlace fatídico impide todo intento de broma. No obstante, existe la mala racha digamos a escala menor. Tengo una amiga que decidió acudir al hospital, luego de varios días con dolor en el oído derecho. Por el camino, una basurita se le coló en el ojo izquierdo, y una repentina coriza se le instauró, con lo cual las manos no le alcanzaban para frotarse los órganos afectados, a pesar de lo cual, decidió continuar su camino hacia el centro de salud. Justo cuando estaba llegando, tropezó con un bache (de los muchos que inundan nuestras calles), y se torció un tobillo. Con mucha dificultad, casi a rastras, logró entrar en el Cuerpo de Guardia, donde fue recibida por un camillero, que muy amablemente le preguntó adónde se dirigía, a cuál departamento de urgencias. Mi amiga se echó a llorar y limitó su respuesta a “Llámeme al Psiquiatra de turno, por favor, o a un santero que usted conozca, porque esto ya es brujería mala”.

Algo me dice que las buenas rachas también existen. No me consta. Más bien soy testigo y víctima de las malas, pero es mejor ni hablar, porque, como bien dijera Murphy, nunca las cosas están tan mal que no puedan ponerse peor.

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