Sabiduría ancestral

Foto: Kaloian.

Foto: Kaloian.

Una señora muy mayor a quien conocí hace tiempo, me dijo dos expresiones lapidarias, que, aunque me parecieron absurdas, jamás olvidé. Las he ido comprendiendo mejor en la medida en que me acerco a la edad en que se pierde la capacidad de asombro. Admiro la gente que conserva esa facultad, asi como a quienes mantienen lo que se ha dado en llamar “el niño que se lleva dentro”. Por desgracia, no me encuentro en esos grupos afortunados. No me causa excesivo pasmo casi nada, ni me siento niña, pero de ese tema hablaré en otro momento.

Hoy quiero referirme a la sabiduría atávica. A la cotidiana, la terrenal, la que nada tiene que ver con toma de decisiones monumentales. Así como me irrita (y me preocupa, aunque no me asombre) el anquilosamiento mental en términos de atrasos voluntariosos, ese salutífero hábito de quedarse anclado en obsoletas circunstancias; respeto a quienes siendo ancianos, brindan sus experiencias en forma de consejos o de comentarios, que se dejan caer con sutileza. La manía de imponerse es fatídica, y no tiene relación directa con la edad, dicho sea de paso. Conozco jóvenes o personas de mediana edad más rígidos, más inflexibles y más duros de entendimiento que muchos ancianos.

A lo que vamos: el refrán “Más sabe el diablo por viejo que por diablo”, muchas veces refleja la realidad. Las personas que acumulan juventud (eufemismo válido para esquivar el concepto de ancianidad), no se estremecen por casi nada. Las noticias los dejan tan frescos como antes de recibirlas. ¿La vecina de los altos tiene relaciones con el panadero, y ambos están casados por su parte? ¿La hija del amigo se fugó a Groenlandia con un primo hermano? ¿A Fulano lo cogieron in fraganti robando sacos de harina, a pesar de ser el Jefe de los vigilantes del almacén? ¿Mengano se autodeclara hemofílico después de años de ser donante habitual, con diplomas y todo? ¿Ya los trámites de vivienda no son en Vivienda sino en Planificación Física? ¿Se fue la luz, vino la luz, no hay agua, tronó y se fue el gas, anunciaron lluvia y salió el sol, dijeron que habría calor y hay tormenta? Todo les resbala, como manteca en agosto. Es envidiable la naturalidad con que toman y dejan las noticias. Están curados de espanto, perdieron el hábito de escandalizarse.

No todo es desagradable al llegar la senectud: una rara ecuanimidad mantiene a salvo a aquellos ancianos que vivieron con la sana ética de no perjudicar al prójimo. Los jóvenes (sobre todo) y los medianos en edad, no solemos pedir consejo a los mayores. Por un lado, nos parece cruel perturbar la apacible jubilación del mayor de la casa, o de la señora que al fin puede dormir la mañana después de treinta años de madrugar, y por otro, tenemos la falsa impresión de que, al no estar en contacto con la calle-calle, no entenderán el problema que nos agobia. Esto último, si bien es cierto en la mayoría de los casos (basta con ver la cara que pone la abuela cuando le decimos el precio actual de medio litro de aceite, o de una libra de tomates), no se cumple con rigor en muchas otras situaciones.

No por gusto en las tribus existe el Consejo de Sabios. Cuando la anciana con quien empecé esta estampa me dijo “El dinero ensucia”, me dejó a medio camino entre el asombro (todavía me quedaba algo de ese sentimiento) y la lástima, porque ya entrábamos en una de nuestras etapas de escaseces  y, por tanto, la búsqueda de recursos materiales era prioridad entre nosotros. Años más tarde, con crisis y sin ella, con necesidades resueltas y otras pendientes, vi lo que puede causar el devastador asunto del dinero, cuando esclaviza en lugar de facilitarnos la existencia. Las monedas, que tanta falta hacen (¿cómo dudarlo?), son también motivo de incurables heridas.

Parejas que discuten hasta llegar al divorcio, vecinos que se retiran la palabra, amigos que nunca más pueden mirarse a los ojos, hijos que reprochan, padres que mienten, novios que se roban, familias enteras divididas de pronto. Las discusiones cuyo tema central sea el dinero, tienen garantizada la imposibilidad del perdón.

Hacer concesiones por concepto de monedas: mentir, hiperbolizar lo malo, exagerar lo bueno, mostrar solo lo peor, edulcorar lo amargo o acidificar lo dulce, todo tiene un costo cuyo alcance casi nadie percibe de inmediato. En efecto, quien se deja manipular por el dinero (en vez de manipularlo nosotros a él, según nuestra individual escala de valores), corre el riesgo de suciedad en el espíritu. Incurable, incrustada para siempre.

La otra frase que nunca olvidé tiene que ver con los despidos. Aunque en mi caso se trataba de un fracaso amoroso, es aplicable a cualquier situación en la que somos conminados a retirarnos. O sea, que nos expulsan. La anciana de marras me dijo: “Cuando te boten, no te lamentes. Piensa de lo que te has librado”. Otra vez me pareció una sentencia absurda. Un consuelo barato. Sin embargo, he entendido el mensaje: Muchas veces somos trasladados a un sitio desventajoso, que resulta mil veces mejor que el anterior. O encontramos una nueva pareja, que nos hace olvidar el fracaso, y aprendemos a valorar “de lo que nos libramos”.

Algunos ancianos saben mucho. Han recibido palos, golpes, y los que nos quieren bien, aunque no puedan evitar las heridas que nos tocan, es posible que nos ayuden a paliar las magulladuras que la vida nos tiene reservadas.

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