Vuelven los guerreros

Ilustración: Zardoya.

Ilustración: Zardoya.

En los años 50 las posadas se reafirmaron como lugares óptimos para encuentros taurinos, transacciones sexuales rentadas o amores imposibles. Las había de varios tipos y categorías.

En las más sofisticadas y modernas, como la Monumental y el Reloj Club –que se parecían más a los moteles estadounidenses– el cliente de clase media podía llegar en automóvil, parquear debajo de una habitación con aire acondicionado y subir con absoluta tranquilidad para lo suyo, sin preocuparse por las miradas callejeras e imprudentes.

Pero también estaban las históricas y más populares, dispersas por distintos puntos de la ciudad; un poco más económicas, pero igualmente eficaces para cumplir el cometido.

En la Guía Telefónica de La Habana de 1958 aparecen 33, la mayor parte –el 60 por ciento– ubicadas en Centro Habana y La Habana Vieja, lugares históricos de concentración poblacional, bares y clubes nocturnos.

“El Prado es el corazón de todo”, dijo el escritor jamaicano W. Adolphe Roberts en Havana: The Portait of a City (Coward-McCann, NY, 1953). De acuerdo con su formidable testimonio, que emplea un lenguaje bastante elíptico al abordar estos temas, en los bares aledaños al Prado se encontraban “muchachas que juegan el papel de anfitrionas (…) cuyas serviciales maneras”, por comparación, eran “más francas que las de su tipo en los Estados Unidos”.

“Francas” quiere decir, obviamente, “agresivas”. La transacción solía terminar en una posada del área, usualmente concertada de antemano por una de esas mismas muchachas.

En general, los nombres de las posadas habaneras iban desde neutros hasta medio líricos. Existió una que convocaba para la guerra, la muralla y el fuego: “La Troya”, en la calle Cowley no. 204, por Vía Blanca. Otra emulaba con una famosa tienda por departamentos: “El Encanto” (Chávez no. 60). Dos miraban al Norte y su modernidad: “Hotel Johnny” y “Nuevo Hotel Miami”, la primera en Marianao y la segunda en la calle Leonor Pérez, cerca de la Terminal de Trenes.

En Marianao aparecían cinco, algunas no muy distantes de Tropicana: “Villa Tropical”, “Villa Cierra”, “Universal”, “Pérez y Fernández” y “La Finquita”, esta última, en La Playa, detrás de Las Fritas y los tugurios. En la calle Pajarito, en una de las zonas rojas más famosas de La Habana, estaba Pajarito no. 12. Sin embargo, llama la atención que en El Vedado solo hubiera tres: “El Pullman” (calle 24 no. 82), “El Rosal” (11 no. 1318) y “Villa del Río” (24 no. 3).

No hay que presumir que se trate de todas las que existieron, sino aquellas registradas por sus dueños con sus respectivos números telefónicos. Constituía también, y sobre todo, una manera de anunciarse.

A principios de los años 60 hubo un movimiento por eliminarlas como parte de una campaña para acabar con los “vicios públicos”–asociarlas con la prostitución era lógico, pero no toda la verdad–, lo cual no prosperó. Fueron reconocidas por el propio Fidel Castro como “una necesidad social”.

Así dieron servicios durante las tres primeras décadas del proceso revolucionario, hasta que decayeron por el deterioro o la falta de insumos. A partir de aquel momento, sí se registraron todas en la guía telefónica bajo el nombre de Albergues INIT, lo cual ubicaba al sexo a medio camino entre el turismo, las escuelas al campo y el Servicio Militar Obligatorio (SMO).

De acuerdo con el periodista Ciro Bianchi, en la guía telefónica de 1973 había 60; en 1979 siete menos, pero cayeron a 30 en 1989, cuando el Muro de Berlín se vino abajo. Dos años después, durante la disolución de la Unión Soviética, descendieron a 27.

Los posaderos fueron auténticos maestros en la técnica de mirar tras bambalinas, eso que los franceses denominan voyeur. Prácticamente no había ni ventanas ni puertas que no estuvieran horadadas para ello. La práctica fue acompañada de un nuevo apelativo: “los espejuelos de palo”.

Del otro lado de los orificios podía o no haber juego de manos, y no resultaba extraña la participación entusiasta de familiares y amigos, convocados para observar al show a partir del proverbial gregarismo de los cubanos. Estos, emulando al refrán, tomaban chocolate, pero nunca o casi nunca pagaban lo que debían.

Estos lugares eran también una institución cultural, a juzgar por los grafittis de sus paredes. La mayor parte tenía un claro sentido humorístico, una expresión de la manera como los cubanos asumen su sexualidad.

Los había incitativos: “Aquí estuvieron Lina y Manuel Barbosa. ¡Tú también hazlo y goza!”

Algunos heréticos e irreverentes, como uno firmado por Magdalena: “Si a Cristo lo clavaron, ¿por qué entonces sufrió tanto, papi?”.

O perifrásticos: “En este cuarto nos amamos Felipe y Alejandrina. ¡Ay de mi conducto de la orina!”

Pero en los años 90 las posadas entraron en crisis. Las sábanas desaparecieron, como las toallas y el jabón; no hubo ni refrigerios ni bebidas, en los momentos de crisis del Período Especial. Más adelante, las autoridades las convirtieron en viviendas para las familias que perdieron las suyas debido a derrumbes y huracanes. También hicieron lo mismo con bodegas y carnicerías fuera de servicio, y hasta con una fábrica de espejos en Espada y Valle.

La medida se dirigió a aminorar un problema social, pero creó uno nuevo: la inexistencia de sitios oficiales para hacer el amor en la ciudad. Muchos cubanos –especialmente los más jóvenes y las parejas con problemas de privacidad en sus casas– no tuvieron más opción que acudir a parques, escaleras y edificios derrumbados, a la hora de involucrase en “el más apasionado de los diálogos”, como le decía Lezama.

Pero los cuentapropistas vinieron al rescate. Como deben pagar impuestos, los nombres de las posadas cedieron lugar a un letrero seco y elíptico: Se alquila por horas. Pero también aparecieron sitios privados más exclusivos.

Ahora el regreso de los guerreros a las posadas estatales ha aparecido en los titulares de prensa. Las personas lo agradecerán, sin dudas, aunque todavía no se han dado a conocer los precios.

Sin embargo, las preguntas se imponen: ¿podrán competir con las casas de renta? ¿Habrá aire acondicionado, refrigerador, TV, papel sanitario? ¿Las parejas de homosexuales tendrán acceso? Pronto tendremos respuestas.

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