Cuba Posible: pensar el futuro de la Isla (II)

Lenier González y Roberto Veiga / Foto: Roberto Ruiz.

Lenier González y Roberto Veiga / Foto: Roberto Ruiz.

En la primera entrega de la entrevista con OnCuba, Roberto Veiga y Lenier González presentaron el nuevo proyecto Cuba Posible, sus orígenes, características y desafíos. En este segundo momento del diálogo, los antiguos editores de la revista Espacio Laical comentan, además, sobre el orden político en Cuba, la democracia, la justicia social y el bienestar económico, el estado actual y las perspectivas en torno a las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos.

 

¿Existe hoy un clima político favorable para que Cuba Posible se consolide como un proyecto crítico?

RV: Cuba Posible no desea criticar a ningún segmento de cubanos, tampoco a las posturas oficiales. Deseamos ser creativos, no críticos. No obstante, de este quehacer emanarán críticas, pero ellas no serán nuestra finalidad; y siempre pediremos que al criticar se haga de manera que quienes resulten cuestionados puedan responder de forma positiva y sentir que aquellos que los reprochan también desean su bienestar. Sólo así será posible destruir trincheras, construir puentes y edificar –como propuso José Martí- una República con todos y para el bien de todos.

LG: Cuba es un país con una diversidad social y política muy grande. La actual arquitectura institucional del Estado cubano ya no sirve para gobernar el país del presente. Esa institucionalidad no debe ser demolida, sino reformada gradualmente para que vaya entrando en sintonía con las nuevas dinámicas nacionales y hemisféricas. La construcción de instituciones estatales que sean capaces de procesar el pluralismo, y de ponerlo en función de las metas históricas de la nación, será un requisito indispensable al que deberán dar respuesta los que gobiernen Cuba en el siglo XXI.

RV: Por otra parte, en estos momentos existe un consenso en el país acerca de la necesidad de conseguir grandes cambios, sin que ello implique restaurar el pasado o desmontar de forma absoluta y festinada el modelo actual. La inmensa mayoría anhela un proceso intenso y gradual de integración de toda la pluralidad socio-política-cultural en el desempeño de la institucionalidad establecida y que las dinámicas positivas que emanen de esa interacción ajusten las instituciones hacia un diseño más liberador y democrático, justo y solidario.

Imagen de portada de la página de Cuba Posible en Facebook
Imagen de portada de la página de Cuba Posible en Facebook

Existen sectores radicales, en todas las partes del espectro social cubano, que reprochan todo intento de reconocimiento entre posiciones diversas, de encuentro y de diálogo, de integración y de cooperación. No obstante, estos cada día quedan más al margen de las sendas que conducen al bienestar, por mucho poder que parezcan tener dentro de sus ámbitos de influencia. Cada vez resulta más visible toda una diversidad de personas, jóvenes y maduras, conciliadas, porque nunca han estado enfrentadas, que no desean mutuamente el aniquilamiento, sino compartir el país y desarrollarlo juntos. Esta novedosa diversidad, no me quedan dudas, será la esperanza de la Casa Cuba. Con ellos cuenta sinceramente Cuba Posible.

LG: El asunto es que a nosotros no nos interesa crear más polarización, estamos aquí más bien para lo contrario, para apaciguar y para crear sinergias de entendimiento. Por eso no tendrán cabida en Cuba Posible los que piensan el futuro sobre la base de la explosión social, el ajuste de cuentas “a los Castro y sus seguidores” o la promoción del “cambio de régimen” diseñado en laboratorios inteligentes. Tampoco los que propugnan salidas simplistas hacia el futuro, esos que proponen una “transición de cartón”, enfocada únicamente en derechos individuales y “elecciones libres”, y no mencionan ni una palabra sobre justicia social, redistribución de la riqueza, asimetría de poder respecto a Estados Unidos o desconocen -con escandaloso infantilismo- la verdadera correlación de fuerzas dentro de Cuba. Tampoco aquellos que, en su afán de derrotar al Gobierno cubano, cabildean en las cancillerías de medio mundo para mantener o imponer sanciones que atentan contra la soberanía nacional y que, al final, solo les hacen la vida más terrible a los ciudadanos cubanos. Tampoco tendrán cabida aquellos que piensan que Cuba es el mejor de los paraísos posibles, y que aquí no hay nada que cambiar.

¿Cuáles son, según la opinión de ustedes, las características que debería tener todo proyecto político en Cuba que se comprometa con el bienestar de los cubanos, la independencia de criterio y el logro de una sociedad más justa y democrática?

RV: Desde hace un tiempo, Lenier González y yo hemos considerado que resulta posible y conveniente trabajar para que puedan convivir en Cuba diversas plataformas políticas. En tal sentido, aceptamos el pluralismo partidista, porque lo consideramos una dinámica natural que pudiera contribuir positivamente. Sin embargo, siempre hemos señalado dos condiciones. La primera, que exista el pluripartidismo en un contexto democrático capaz de garantizar auténticamente la cuota de soberanía de cada ciudadano y el más justo desarrollo social, mientras evita que los partidos políticos puedan secuestrar el Estado y los mecanismos democráticos. La segunda, que los partidos políticos, ocupen o no la función ejecutiva de la República, sean leales a la sociedad y a la legislación que debe garantizar sus logros y esperanzas. De esta manera podríamos disfrutar de un socialismo capaz de integrar, incluso, la diversidad política.

Por eso uno de los pasos que debiéramos dar de inmediato, y que he expresado en otras ocasiones, está relacionado con el artículo cinco de la actual Carta Magna. Este podría continuar refrendando la existencia de un partido único, pues hoy sería casi imposible otra cosa. Sin embargo, debería despojarse de todos los elementos que colocan al Partido Comunista de Cuba (PCC) como un mecanismo de control, colocado por encima de la sociedad y del Estado. Esto privaría de cargas innecesarias a la sociedad y a las instituciones públicas, colocaría al PCC en una dinámica más apropiada a su naturaleza institucional y lo forzaría a conseguir su hegemonía, no por medio de prebendas jurídicas, sino a través de un ejercicio agudamente político. Dichos cambios aportarían mucho bien al PCC y a la cultura política de nuestra población.

Quiero destacar, como he expresado en otras ocasiones, que no sería leal una plataforma política que apuesta por dañar al pueblo si hiciera falta para conseguir sus propósitos políticos, que se alinea con potencias extranjeras que tuercen intereses nacionales, que posea vínculos orgánicos con instancias nacionales o foráneas encargadas de promover la subversión, que no cuida la soberanía del país ni la concordia social, y que se proponga el aniquilamiento atroz del adversario, entre otros distintivos.

Ustedes mencionaban que uno de los temas por los que se preocupará Cuba Posible será la normalización de las relaciones entre Cuba y EE.UU. ¿Es razonable creer que existen hoy posibilidades reales para un acercamiento?

LG: No soy un especialista en la materia. El actual contexto sociopolítico podría facilitar un proceso de acercamiento y de diálogo constructivo entre ambos países. El proceso de reformas en Cuba, la articulación de una corriente anti-embargo en EE.UU., y la existencia de un gobierno demócrata, son signos positivos en ese sentido. Sin embargo, tampoco debemos pensar que transitaremos por una autopista de alta velocidad y sin obstáculos.

“La construcción de instituciones estatales que sean capaces de procesar el pluralismo, y de ponerlo en función de las metas históricas de la nación, será un requisito indispensable al que deberán dar respuesta los que gobiernen Cuba en el siglo XXI.”

El diferendo entre ambas naciones tiene casi dos siglos, y la asimetría de poder es aplastante. Además, existen sectores poderosos en ese país, conectados a los sectores de derecha de la comunidad cubanoamericana, que piensan que Cuba debe auto-flagelarse, humillarse, por sus últimos 50 años de historia. Esa prepotencia no conduce ni conducirá a ninguna parte. Por otro lado, el gobierno cubano debería abrir canales de diálogo con los sectores moderados del exilio cubano.

Cuba necesita consolidar su economía y rediseñar su modelo institucional para adecuarlo al siglo XXI, y debe hacerlo en las condiciones más ventajosas posibles frente a Estados Unidos. En el actual contexto, el inmovilismo en Cuba equivaldría a la derrota en el mediano y largo plazo. Es por ello que resultaría estratégico seguir avanzando en la adecuación de la institucionalidad económica y política cubana para armonizarla con la de la región latinoamericana, única garantía para una efectiva inserción de Cuba en las nuevas dinámicas que vive el hemisferio. Para ello, el nuevo constitucionalismo latinoamericano resulta un referente poderoso y necesario. Una vigorosa inserción política y económica de Cuba con las naciones del Sur podría ser el contrapeso necesario para saldar otro desafío igual de impostergable: la imperiosa necesidad de reconstruir la relación bilateral con Estados Unidos, con todos los desafíos que ello conlleva.

¿Qué obstáculos deberían rebasar el gobierno de Cuba y el de Estados Unidos si desean resolver el distanciamiento de más de cincuenta años?

RV: El más grande de los obstáculos que deben rebasar los gobiernos de Cuba y de Estados Unidos está relacionado con la carencia de confianza política entre ambos. Esto sólo se revertirá cuando dichos Estados, sin esperar cada uno por lo que haga el otro, desplieguen, cada vez más, actitudes positivas con capacidad para construir la confianza necesaria. Pero hay que tener en cuenta, como decía Lenier, que las distancias entre ambos, el poderío de uno y la debilidad del otro es muy grande, por lo que, un diálogo de igual a igual sería, más bien, el ideal.

A pesar de esto, existen temas puntuales que dificultan el avance del proceso de entendimiento. Exclusivamente me referiré a dos de estas cuestiones, por la actual influencia negativa que ejercen.

La cuestión de los denominados Derechos Humanos en Cuba resulta un tema importante que muchos incorporan como condición para dar pasos realmente efectivos que aporten al entendimiento. Considero que, indudablemente, resulta un asunto que debemos platearnos. En tal sentido, comprendo que el asunto de los Derechos Humanos puede integrar el conjunto de materias que han de tratar los gobiernos de Cuba y de Estados Unidos, aunque estimo que constituye una cuestión que debemos ventilar entre cubanos, independientemente de criterios políticos y países de residencia.

Para hacerlo, en cualquier caso, opino que debemos tener en cuenta no solo la teoría sobre los Derechos Humanos, sino también las circunstancias, el uso que se le ha dado, la realidad. De lo contrario, los juicios podrían resultar errados, y las soluciones, difíciles de encontrar.

“Una vigorosa inserción política y económica de Cuba con las naciones del Sur podría ser el contrapeso necesario para saldar otro desafío igual de impostergable: la imperiosa necesidad de reconstruir la relación bilateral con Estados Unidos.”

Si apreciamos la práctica social que establece el modelo cubano vigente, podríamos sostener que prevalece una concepción que privilegia la igualdad y los llamados derechos sociales (por ejemplo: el acceso a la educación, a la cultura, a la asistencia social y a la salud pública). Para algunos, la igualdad y la justicia sociales fueron aspiraciones no satisfechas por los modelos de sociedad y de Estado en la era republicana. Había garantías de igualdad, pero no las suficientes según las pretensiones de la nación y las exigencias de la más auténtica justicia. Atentaban contra dicho propósito ciertas visiones que privilegiaban los denominados derechos individuales (como pueden ser: la expresión pública de cualquier opinión, la posibilidad de reunirse sin control alguno y la viabilidad para asociarse con el objetivo de garantizar intereses particulares) en detrimento innecesario de los derechos sociales y de la igualdad. Asimismo quebrantaba tal propósito un intenso vínculo con los sectores de poder en Estados Unidos, que imponían una relación muy asimétrica entre los dos países en perjuicio de importantes proyecciones que abogaban por una política que nos condujera hacia un mayor equilibrio en todos los ámbitos de la nación.

El forcejeo entre todas estas tendencias provocó que con el triunfo de la Revolución el 1 de enero de 1959, que contó con el apoyo de los más amplios sectores populares, ávidos de igualdad y derechos sociales, comenzara un proceso de exclusión de las visiones liberales y de los mecanismos que les ofrecían poder, así como de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Esto favoreció el establecimiento de importantes derechos sociales y de sólidos marcos de igualdad. Sin embargo, obligó a limitar ciertas libertades, así como las relaciones de la Isla con países importantes para nuestra sobrevivencia.

Esto condujo a lo que algunos llaman un modelo de resistencia, pero no a un modelo de desarrollo. Todos sabemos que hemos de completar la obra. Se hace imperioso ensanchar las libertades restringidas y asegurar, a su vez, que a través de ellas no se restablezca aquel pasado signado por una concepción que legitimaba la desigualdad. Esto sería una ignominia imperdonable. Por ello, resulta una miopía política o una intensión mal sana, imponer como condición para normalizar las relaciones con Cuba, que esta emprenda un programa de “democratización” con el propósito de restituir a su verdadera importancia las libertades limitadas.

La realidad muestra que únicamente sin poner condiciones, sin imponer agendas, podríamos conseguir la estabilidad interna necesaria para afrontar, con éxito, el ensanchamiento de esas libertades, una adecuada apertura política y un sereno ajuste de la institucionalidad nacional.

“La emigración debe integrarse en (…) la vida social, política, cultural y económica del país. Cuando esto ocurra, entonces estaremos en mejor situación para afrontar la normalización de las relaciones entre Cuba y cualquier país”.

Otro aspecto que, según muchos, parece interponerse en el camino de las negociaciones es el de Alan Gross, el contratista norteamericano preso en Cuba por ejecutar acciones no permitidas por las leyes, y los tres cubanos que cumplen sanciones severas en Estados Unidos por trabajar para entidades de la seguridad cubana. Realmente, la liberación de estos por parte de uno de los Estados implicados, o por parte de ambos, pudiera aligerar de cargas el proceso de negociación e impulsarlo por senderos más amplios y profundos. Pienso que ambos gobiernos deberían estudiar, indistintamente, la conveniencia de dar el primer paso en este sentido. Igualmente opino que todas estas personas están hoy condenadas y presas porque son víctimas de una política de guerra fría.

¿Y es posible que la sociedad civil de la Isla, tanto como la de la emigración, puedan contribuir a este acercamiento?

RV: Todos los cubanos, con independencia de sus posturas políticas, residan o no en la Isla, deben participar en este proceso. Esto ha de constituir un deber patrio. Los ciudadanos cubanos, con opiniones distintas a las oficiales, deben encontrar formas de participar activamente. Y quienes sostienen posturas gubernamentales, no pueden rechazar las opiniones distintas. Ahora bien, unas y otras, las posiciones más oficiales o menos, deben respetar los fundamentos más legítimos del orden establecido. Por otra parte, esto debe facilitar que el gobierno se esfuerce en adecuar, cada vez más, la institucionalidad del país, con el objetivo de que tal protagonismo plural sea posible.

La emigración debe integrase en este proceso, en la vida social, política, cultural y económica del país. Cuando esto ocurra, entonces estaremos en mejor situación para afrontar la normalización de las relaciones entre Cuba y cualquier país. Y hoy como en ningún otro momento mejorar los vínculos entre el gobierno de Cuba y el de Estados Unidos, entre todas las partes de nuestra sociedad, viva dentro o fuera del territorio de la Isla, podría catapultarnos de la desconfianza y la beligerancia, al clima de entendimiento entre nacionales y extranjeros que tanto necesitamos.

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