Del inquieto Erasmo: Los canales de afuera

No cogemos ya los canales de afuera, hórrida suerte de nosotros, me dijo mi amada en una lamentación que me removió el espíritu. No, mi amada, no te encojas, no vayas a temblar de ira, hay solución, —deja la ira, la ira, la ira déjala, sugerencia poética de los Van Van—lo único que no tiene solución es la muerte, mentira obscena, ni el pan de la bodega, el pan ácido que nos dan ácidamente (nombre en latín: acidofilius panis). Con disimulada abulia la invité a que se sentara a mi lado, y jugué con sus longuísimos cabellos bermejos, ansiando relajarla, a mi lado. Se recuesta, su figura disminuida contra la mía, y yo verdaderamente crecido por su compañía como una cooperativa de transporte. Beso su sien cien veces, tierna, como de niña. Calma, amor, calma, le pido, solo cambia el canal con tus dedos gráciles.

Sus dedos delicados que me acariciaban la rodilla provocando un delicioso y musical frufrú, —rumpipí, te cogió, te cogió el camello, yo soy, señoras y señores, el atropello, cantó el bardo achocolatado— pasaron delicadamente flotando a los botones de channel del remoto. Busca, encuentra tu bálsamo, alma mía. No hay nada que ver, cinco canales y no hay ni una…ostia que ver. Y el chiste que dice que peor están los panameños, que tienen un solo canal, el Canal de Panamá. Lo que realmente ha puesto a mi amada tan lóbrega, es la inexorable pérdida del capítulo 1436 de la telenovela Romance de pangolines, hora, 3 y 30 p.m, no se lo pierda. En su lugar, mi amor, puedo ofrecerte, escúchame antes de mandarme al cuerno, a Julio Acanda, en el programa Entre Amigos, enfundado en un traje resplandeciente, bigotes bien cuidados, corbata con escaques, calva límpida, tersa y ese carácter amistoso que reverdece con sus invitados, fingido o no, qué más te da. Pero ni la telenovela, ni la calva iluminada, o mejor, aureolada de Julio Acanda, san Julio Acanda, cortesía del cuerpo de luminotécnicos del ICRT. Y nada más, y nada más, repite Silvio Rodríguez dentro de mi cabeza.

Ella, mi amada, cuyo nombre no revelaré; no importa cómo la llamen en la tierra sino los coros de ángeles, ella, —más bella que una luna desnuda, que una luna en pelotas, observen qué fantasía más jodida la de Descemer Bueno que se masturba con la luna, selenofilia—cada vez más reducida, perdiendo vitalidad, pasando los canales, channel up y channel down, up and down, updown girl. She’s been living in her updown world. Cubavisión, un acto político por el aniversario….con la presencia de…. TeleRebelde, deportes, partido en vivo de… Canal educativo 1, lo mismo que en Cubavisión, Canal Habana, ídem, Multivisión, programa Mi gato endemoniado, pues llévelo con un exorcista o con James Wan, Telesur, el Estado Plurinacional de Bolivia es… Por fin, ella abre la boca, y su voz que es frágil, enervada, me dice en un esfuerzo yo —su yo es ahogado— antes, frente al mar, al mar bravo y al mar sedoso, yo, cogía los canales, de allá, —sus bellos ojos de gacela encallados, reflejando un pasado difuso, con un allá bidimensional, temporalmente impreciso— del norte, de Miami. Yo —mi yo es el que finge fortaleza pero es un castillo de naipes— también, mi amor, yo, también.

En los noventa, a mi casa vino un ingeniero a instalar una antena parabólica, un ancho plato metálico, rústico, basto, con una lata que robaba la señal satelital de los hoteles, siguiendo una orientación determinada. Los cubanos siempre arreglándonos con las orientaciones, orientaciones del Partido, del Nivel Central, del Sindicato, de la UJC, en este caso, de la señal. Ilegalmente, la antena oculta en el patio, tras franjas de fría mampostería, oculta entre penumbras y orina de perro sato y lisiado. Ilegalmente veíamos Cartoon Network, HBO, TNT, Cinemax. En agosto, recuerdo, el artefacto fue robado bajo circunstancias bastante extrañas. Perdimos los canales. Perdimos los ahorros.

A finales de los noventa, otro ingeniero con la ética carcomida, nos propuso una antena que potenciaba la recepción de los canales de Estados Unidos, Univisión, Telemundo, CBS, ABC, una antena como una píldora VIAGRA. Mi familia volvió a fatigarse por los dólares, desleídos sus principios por los dólares, por la antena analgésica.

Al final, el aparato solo era realmente efectivo en ciertos días de verano, cuando la señal del norte interrumpía con extraordinaria enjundia las transmisiones nacionales. Después qué pasó, amada mía, lograron bloquearlas, se extinguieron las interferencias, las señales del norte, como tú retiras ahora tus cabellos de mi nariz, —es el tinte que me da alergia— para luego colgarte de mi cuello y dejar caer tu cabeza atrás y mirarme oblicuamente, proponiéndome algo: este silencio que nos complace de modo infinito. Acodado te miro, juro que te miro y me miro, porque nos hacemos uno, jugando cortazariana, estúpidamente babeados, de espaldas al tiempo y a las antenas, uno, tú y yo, UNO.

En 2008, nos propusieron una permuta para Centro Habana. La vivienda constaba de 2 cuartos, sala comedor, baño, cocina y patio. Amor mío, recuerda, incluían televisión por cable, bien lo sabíamos, en Centro Habana eran otras las circunstancias. En Centro Habana, los cables tejían, tejen una red de señales pulsando en los horarios, por lo general, una trama inocua para los CDR, que también consumen Don Francisco y discuten por la modelo más despampanante de Nuestra Belleza Latina.

Pero la permuta, qué sucedió, dime tú, oh, fosforera de mi vida. No hubo permuta, se decidieron por un apartamento con frisos dorados y baño con agua caliente instalada, aunque por lo común, le faltaba el agua. Era en la calle Neptuno. Mi amada me observa y creo que bizquea, un ligero estrabismo en sus ojos de gacela. Y qué has sabido del muchacho de las antenas, pregunta, agraciada. El primero de los ingenieros había llegado a ser amigo de la familia, pero pasados los años, lo perdimos de la memoria como una voluta de humo. Cayó preso, cayó y cayó, entiendes a lo que me refiero, después levantó un pequeño negocio familiar que era un taller de electrónica, reparaba de todo, le decían el mago, en una de esas, sé que volvió a las antenas. No escarmienta, el infeliz no escarmienta, murmura mi amada, como hablando para sí misma, luego apaga el televisor.

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