La educación formal del hombre nuevo

Foto: Kaloian

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Ayer quedé atrapado por la lluvia en una panadería. Por matar el tiempo, pedí un masarreal y pagué con una moneda que extraje de mi billetera. Cometí el error de entregar una moneda que no era un peso cubano, sino un dólar americano del año 2000. La panadera me gritó que aquello era falso, que si yo me creía que ella era estúpida. Traté de explicar que la moneda no era falsa, que el error había sido mío al entregarla, pero fui apabullado. Escapé de aquel lugar corriendo bajo la lluvia, sintiéndome maltratado e incomprendido. La verdad es que recuperé muy pronto mi jovialidad característica, pues cuando mordí el masarreal me iluminé, regresé a la panadería, y arrojándolo encima del mostrador le dije a la panadera: “¿Tú ves? Este si es falso”.

Hace algunos años, en Perú, un conocido me dijo que nosotros los cubanos éramos, en general, maleducados: que se nos olvidaban las normas básicas, los porfavores, los saludos y todas las consabidas fórmulas de educación. Tuve un deseo irrefrenable de interrumpirle con alguna acción que le hiciera poco daño y le molestara mucho, como por ejemplo, darle con la palma de mano bien duro en la barriga. En su lugar, me erigí en patriótico defensor sugiriendo estudiar la situación más a fondo. ¿Has notado –pregunté– que muchas veces el cubano sustituye la fórmula que precisas, el condicional de cortesía (¿…podría usted…?,  ¿…le molestaría…?) por un imperativo (…alcánzame el pan…) acompañado de una voz suave, una inclinación ligera de cabeza y una expresión de cachorro de cocker spaniel que pide salir a jugar?

Aquella vez mostré mi punto y emergí triunfante del intercambio de agudezas. Se sintió bien defender a millones de cubanos (y a Cuba) y yo fui por unas horas mi propio pequeño patriota paduano. He atesorado el recuerdo de esa noche como amuleto contra la epidemia de    maltrato desenfadado con la cual convivo día a día en las calles cubanas. ¿Qué pasa? ¿Cuándo nos convertimos en trolls? ¿Tan ocupados hemos estado los últimos años en sobrevivir que la amabilidad y el respeto son cosa de perdedores?

Dice un amigo que tratamos de crear el hombre nuevo y nos salió el asere. Yo creo que hay tela por donde cortar en el asunto, y que si bien no todos los cubanos padecen el mal que les cuento, el problema ya podría considerarse endémico. Ahora mismo me parece fatal que en la Cuba de hoy cualquiera pueda cortar un árbol que crece frente a su casa o maltratar abiertamente a un perro sin que pase absolutamente nada. O que si muere un animal en la calle, no haya nadie encargado de venir a recogerlo. A lo mejor pareciese me aparto un tanto del tema de la educación, pero no existe tal cosa si no partimos de un elemental respeto por la vida, no ya de un árbol o de un perro, sino por la nuestra.

La vida ha cambiado mucho en los últimos años. La tecnología de punta, el lenguaje y la gente mutan al unísono, y las normas de educación formal, escritas y no escritas, se ven afectadas directamente. Me enseñaron que si camino con una dama, ella va siempre hacia adentro. Es decir, el hombre para afuera, encarando la fuente real del peligro, que viene siendo el tráfico. Ahora, siendo menos clásicos y más realistas, si el paseo es por determinadas zonas de Centro Habana, la fuente primaria de peligro permuta al precario equilibrio de los balcones. Entonces, ¿la mujer hacia adentro, o hacia afuera? Ante la duda, en fila india.

Algo semejante ocurre en los taxis. Si usted se conduce de la manera tradicional, abre la puerta y deja pasar a la dama, se arriesga a que el taxista le sobe el muslo izquierdo a la chica, cambiando las velocidades con frecuencia mayor a la que pide el recorrido. O se arriesga también a que la dama le recrimine por no haberle dejado coger el puesto de la ventanilla, ese bien tan preciado en nuestros días.

¿Qué hacer en el teatro? Supongamos que ya cometimos la primera falta, que es llegar tarde. Falta cuya impronta hemos atenuado a nivel nacional de una manera aplastante. Supongamos que nuestro asiento queda en el medio de la fila, y que para alcanzarlo habremos de molestar lo menos a diez personas ya sentadas. Pregunto: ¿cómo se pasa, de espaldas o de frente? Personalmente, y teniendo en cuenta las posiciones relativas de las partes del cuerpo de quien pasa y quien deja pasar, prefiero hacerlo de frente, ya que me permite mirar a cada agraviado a los ojos y poner mi cara de cachorro cocker spaniel que acaba de ser regañado por comerse una chancleta.

¿Qué me dicen de fumar en la guagua? Lo más grave es que he reclamado y he recibido expresiones y respuestas como si el maleducado fuese yo, además de intolerante. Probablemente Cuba sea uno de los países donde más laxas son las reglamentaciones en contra del problema de fumar en público. Y lamento decir, amigos míos, que ya la comparación no es solo con el mundo desarrollado, porque buena parte de Latinoamérica también nos gana en eso.

Como nos gana en la limpieza de los baños. Como nos gana en la atención de los trabajadores de lugares públicos, y en la conciencia del cuidado del medio ambiente y de la limpieza de la ciudad. ¿Qué hacer para mejorar? No sabría por dónde empezar, y tal vez no es mi trabajo proponer soluciones. Hoy mismo tengo que ir a La Habana Vieja. Me vendría muy bien, por hoy solamente, que el universo conspirara para que yo olvide que la gente orina en los portales, a plena luz del día e impunemente. Que arroja al piso restos de comida y que se empuja por ganar el puesto al abordar un taxi.

No ofrezco soluciones, pero tienen mi promesa de que no voy a fumar en espacios cerrados (muy fácil, porque yo no fumo). También tienen mi promesa de que no voy a maltratar a nadie por quitarle un asiento de taxi, ni voy a tirar papeles en el piso, y aunque me reviente, no voy a orinar en la calle. No hoy, sino en lo que me queda de vida. Santa palabra.

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