La “libreta” ¿50 años más?

El pasado 12 de julio se recordó en Cuba el 50 aniversario de la libreta de abastecimiento, pero nadie puede asegurar si se celebraba un cumpleaños o se le rendían honores funerarios. Lo cierto es que desde hace tiempo la cartilla de racionamiento en Cuba está en cuenta regresiva, al menos como se le ha conocido hasta hoy.

Durante medio siglo, los distintos momentos de escasez o de abundancia en la vida cubana pueden relatarse tomando como referencia el esquema de distribución de la canasta básica que, en Cuba, ha tenido una extensión universal “radical”, y con precios tan subsidiados, que a veces fueron ridículos.

Surgió en 1963 para afrontar los primeros desabastecimientos que comenzaron a afectar al país luego del triunfo de la Revolución en 1959. La fuga de capitales, las nacionalizaciones, la estatización y sobre todo, la implantación del bloqueo norteamericano en octubre de 1960 inmediatamente tuvieron sus efectos perniciosos sobre las posibilidades de consumo en una población de más de 5 millones de habitantes, dentro de un proceso revolucionario que proclamaba, entre otros, el derecho de todos a una vida material digna.

Desde que comenzara la grave crisis económica de los ´90s en Cuba, la libreta, que fue en diversas circunstancias la tabla de salvación de la mayoría de las familias cubanas, aún en los años más prósperos (los ´80s), ha ido disminuyendo su impacto. Hoy es imprescindible para algunos, para otros simplemente una dádiva. Unos la perciben como una obligación vitalicia del Estado socialista, mientras que muchos comparten el criterio de que debería ofrecérsele solo a quien verdaderamente la necesite.

La libreta –en ciertas zonas de Cuba le llaman “tarjeta”–, un virtual miembro de la familia cubana,  tiene cada vez menos páginas, y asegura cada vez menos productos. Cincuenta años después, representa el recuerdo de una sociedad que interpretó igualdad como igualitarismo y le ofreció a todos los ciudadanos un recurso idéntico de compensación, a pesar de que no eran idénticos los aportes de cada uno al conjunto social.

La libreta
La libreta

Durante el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba, en abril de 2011, el informe de apertura presentado incluyó tres párrafos sobre el tema. Era de esperar. Raúl Castro afirmaba entonces que durante los debates previos a la reunión partidista (163 079 reuniones, con 8 913 838 participantes) fue el tema más abordado. Afirmó que “este instrumento de distribución (…) se ha venido convirtiendo, con el decursar de los años, en una carga insoportable para la economía y en un desestímulo al trabajo, además de generar ilegalidades diversas en la sociedad.”

Desde 2010, el entonces ministro de Economía y hoy artífice de las reformas, Marino Murillo, le había informado al Parlamento que el Estado erogaba más de 1000 millones de dólares cada año para mantener la oferta de esta canasta básica (Cuba ingresa a su economía unos 10 000 millones anualmente), de los cuales solo el 12 por ciento lo aportaban los consumidores, el resto (88 por ciento) lo solventaba el propio Estado.

“Mucho hemos estudiado cómo eliminar la libreta”, pero “es bastante complicado quitarla de un golpe”, por lo que “el camino debe ser irla quitando paulatinamente”, dijo entonces Murillo. Y justamente así quedaría formulado en el lineamiento número 174 de la política económica: “Implementar la eliminación ordenada y gradual de la libreta de abastecimiento, como forma de distribución normada, igualitaria y a precios subsidiados.”

La sentencia de muerte está dictada, solo que no está definido (al menos no públicamente) el modo de su ejecución.

Cíclicamente se generan olas de criterios sobre todo entre personas dependientes en lo fundamental de salarios depreciados e incapaces de completar, a precios de oferta demanda, las necesidades básicas de alimentación.

“Este país se desarrollo con esa libreta, que no alcanza para el mes, pero resuelve una barbaridad, sobre todo a las personas de más bajos ingresos que desgraciadamente son los que trabajan para el Estado o trabajaron y ahora están jubilados. Porque nadie habla de que quienes trabajan para el Estado viven de su salario, y en las condiciones de hoy, aun con la vilipendiada libreta, no le alcanza más que para resolver lo del mes en comida, jabón, detergente y si queda algo, ahorrarlo poco a poco para comprar alguna ropa y calzado”, afirmaba un usuario de Cubadebate en la zona de comentarios de ese sitio web.

Otro lector ponía sobre la mesa una propuesta: “A mí me gustaría no hablar de eliminación gradual de la libreta. Me gustaría que los precios de la libreta gradualmente no fueran subsidiados. Es necesario tener garantizado en nuestro país algo y con la eliminación del subsidio lo lograríamos y las preocupaciones disminuirían. Es como en el caso de la construcción que se propone subsidiar gentes y no bloques para los casos que no puedan asumir el incremento”.

Un personaje humorístico de mucho éxito hoy en Cuba, ha hecho suya esta problemática, lo que indica la tensión entre un modelo de políticas sociales que nace y otro que se despide. Pánfilo (Luis Daniel Silva), un anciano de bajos ingresos, obsesionado con la libreta, desata la risa cada semana desde las pantallas de la televisión.

La libreta se ha convertido también en el símbolo de nuestra singular pobreza material aguzada aún más por un entorno donde ya, obviamente, todos los cubanos no tienen los mismos ingresos, y sus posibilidades de consumo, se estratifican cada vez más.

La socióloga Mayra Espina lo dibuja perfectamente: “los activos necesarios para aprovechar las nuevas oportunidades de empleo (conocimientos, capital, bienes para generar actividades mercantiles, información, conexiones que permitan acceder a los nuevos espacios económicos creados, etc.) no están distribuidos de forma equitativa entre todos los grupos sociales. Por ello, es de esperar entre los efectos principales de las medidas de cambio la dinamización de corrientes de movilidad social ascendentes y descendentes, al crear nuevas oportunidades que podrán ser aprovechadas en mayor o menor proporción en dependencia del conjunto de activos tangibles e intangibles de los que se disponga. De tal manera, junto a una dinamización, ampliación y apretura de corrientes y oportunidades de movilidad social ascendente, es también previsible el aumento de la vulnerabilidad de los grupos de menores ingresos.”

En estas circunstancias, el pequeño cuadernito que todavía ampara un puñado de salvavidas para muchos, ya sea en las grandes ciudades como en los más intrincados poblados montañosos, está en proceso de pasar “a mejor vida”. Cabe esperar que no se extinga, sino que se adapte dentro de una nueva visión sobre la igualdad social y la función del Estado como garante del bienestar social.

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