La Yaya

El pasado 5 de agosto OnCuba publicó bajo el título Sitio Yera, la crónica sobre un pueblo ubicado en las montañas del Escambray, exactamente a 450 metros sobre el nivel del mar.  Sitio Yera inicia un ciclo de trabajos periodísticos sobre el Escambray y sobre la gente que allí vive. La autora de estos trabajos fue a las lomas a averiguar sobre teatro, sobre el teatro de la montaña, sobre artistas, sobre el grupo Escambray que un día fundó Sergio Corrieri, pero la autora de estos trabajos se encontró allá arriba, además, con otros personajes. Personajes reales, si es que estos términos pudieran coexistir: el hombre cuyos padres conocieron la luz eléctrica a los sesenta y tantos años; el que ayudó a bajar los cuerpos colgados de Manuel Ascunce y Pedro Lantigua; una niña, por ejemplo, que no conoce el mar, y la gente vieja del poblado La Yaya. Aquí tienen, pues, una segunda entrega.

La Vitrina*

Voy a buscar gente vieja. Voy a La Yaya.

Escondido en el Escambray, como quien no quiere ser visto, está La Yaya. Desde la carretera principal solo se percibe la torre de lo que fuera un central, y si acaso el borde impreciso de algún edificio. Esos datos indican que es por allí que está el pueblo. La Yaya simula una mujer cercana a los cuarenta y un años. No se me ocurre nada más. Es un pueblo, pero no se parece a otros pueblos. Está en la montaña, pero no parece un pueblo de la montaña y la montaña misma tiende a confundir. Por tanto, La Yaya parece, si habría que compararlo ahora, una mujer de cuarenta y un años. No de treinta, ni de veinte y tantos, o sea, no una mujer de trasero compacto y senos redondos, sino una cuarentona de vientre fláccido y pelo teñido.

Hay aproximadamente siete kilómetros de La Yaya a la carretera principal, la carretera que nace de algún lugar de Santa Clara y se refugia en el Escambray, atravesando Seibabo, El Hoyo, La Moza, Mataguá, Manicaragua, La Campana, y cualquier otro pueblo del Escambray que le salga al camino.

Voy a La Yaya a buscar gente vieja. Hay que apurarse cuando uno lo que quiere es buscar gente vieja, porque un día, de pronto, ya no están. Así que si yo quisiera encontrar jóvenes, robustos y ágiles jovencitos, puedo ir a La Yaya cualquier día que se me antoje. Pero como quiero gente vieja, de arrugas en la cara y vida en los ojos, hay que apurarse y pagar los cinco pesos del coche que te sube a la loma donde está el pueblo, y bajarte luego deprisa, y empezar a preguntar entonces quién tiene más años en La Yaya.

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Tiburcia Hernández López
Tiburcia Hernández López

De 61 años, Tiburcia Hernández López: “El 25 de enero fue la primera mudada y ese día vine a conocer el pueblo, y me gustó, y me mudé el 6 de febrero de 1972. Yo vivía en Biajaca, después de aquel valle que ves allá, en una casa de campo. Tenía que pasar el  fango y el río para ir al trabajo. Había viviendas y tierras por esa zona que estaban donde iban a hacer las vaquerías. Estuvimos de acuerdo con venir a vivir aquí. La casa nos la daban con todo. Ya de esas cosas quedan pocas, pero la daban con fogón, juego de muebles, juego de cuarto y, según los miembros del núcleo, daban la cantidad de camas. A mi papá le pagaban una pensión por esa tierra que dejó  y que, cuando  aquello, era de sesenta  y pico de pesos.

“Sí, aquí vivió mucho tiempo Sergio Corrieri y su mamá. Vivieron también la doctora Graziella Pogolotti y Flora Lauten, que fundó un grupo de teatro, La Yaya se llamaba, y en el que  estuvo mi papá. Flora montaba las obras y ellos las hacían. Fueron a La Habana a actuar y cogieron hasta fama por aquí por la zona. Yo vi La Vitrina tonga de veces. Mi esposo tenía un camión y, cuando el grupo Escambray hacía función, nos montábamos y corríamos detrás de ellos para donde fueran”.

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Busco gente vieja por varias razones. Una razón, porque ninguna persona de más de cuarenta y un años nació en La Yaya, sino en las lomas que le quedan en frente. La gente de mucha edad allí puede pararse en el balcón y señalar con el dedo dónde fue que nació, porque sin dudas es la parte de Escambray que le queda delante. Otra razón, porque casi toda  la gente entrada en años de La Yaya vive allí desde 1972. Y una última razón, porque todo el de más de cuarenta y un años en el pueblo conoce bien qué cosa es el teatro.

Conforman el lugar doscientos cuarenta apartamentos distribuidos en cinco edificios. Los edificios son como todos los que se construyeron en Cuba por aquel tiempo. Edificios modelo “Gran Panel”, copias casi  exactas de la vieja y parca arquitectura soviética, demasiado recta y uniforme, buena solo en el apuro y la escasez. Por eso La Yaya no parece un pueblo de la montaña. Una vez encaramado en la loma donde se encuentra, La Yaya es tan parecida a los repartos de La Habana del Este. Un edificio que sigue al otro. Las paredes mal hechas y desgastadas. Los mismos problemas de filtración de techos. Dos cuartos, un baño, sala, balcón, terraza, comedor. Comedor, terraza, sala, un baño, dos cuartos. La serialización de la vida.

Ningún pueblo en el Escambray debiera ser como La Yaya. Los edificios son cómodos y útiles en las urbes. Déjenselo a las grandes ciudades pero no a los campos. Se debiera respetar siempre -aunque esto vaya contra la lógica y el desarrollo-, la sutil miseria del campo. El edificio no debiera anular nunca la madera y el guano. Jamás. El Escambray, y los campos del mundo, no debieran permitir tal insolencia. Es solo la parte romántica que encierra todo esto. No hay nada que pueda hacerse.

La Yaya, si uno se pone a pensar, se hizo para la gente que nació en el lugar equivocado. Existen en La Yaya dos clases diferentes de personas. Hablo, claro, de la gente vieja, la gente que fui buscando. Están quienes desde el inicio quisieron vivir allí y los que no tuvieron otra alternativa. En cualquier caso, toda esa gente nació donde no debía haber nacido, y es por eso que ahora vive en La Yaya.

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Omar Jaime
Omar Jaime

De 65 años, Omar Jaime: “Cuando vine en el 72, el pueblo estaba nuevo. Cuando aquello, todo era nuevo, pero al pueblo le pasan los años como a nosotros, que estamos viejos ya. Mira, yo vine aquí porque tenía casa en Las Torres, y  allí iban a hacer una vaquería. Yo no quería venir para acá. Teníamos la tierrita y cuando empezó la empresa La Vitrina, fuimos afectados por las vaquerías. Fíjate que yo ni pago esta casa, ni pienso pagarla, porque yo tenía mi casa allá con todo y no molestaba a nadie. Sí, estos apartamentos hay que pagarlos, pero yo no lo voy a pagar. No estuve de acuerdo con venir. Vine porque decían que mi casa estorbaba. Allá yo criaba y aquí es difícil.

“¿Que te hable del teatro? Habla tú con aquel hombre de la camisa roja que está jugando dominó, Jesús, que él trabajaba en un grupo de teatro”.

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Uno sube a La Yaya, mira un rato La Yaya, y mira luego desde allí el Escambray, y aun así nunca podría imaginar lo que le cuentan. Una obra de teatro sí. Si te dicen que solo es una obra de teatro, y que ellos son personajes de una obra de teatro, y que su historia es la trama de la obra de teatro, uno no tiene por qué dudar de nada. Uno se ha acostumbrado a diferenciar tanto el teatro de la vida, a distanciarlos de manera tal que va a una sala y cualquier obra, por desastrosa y funesta que sea, puede llegar a parecer una obra sensacional. Las historias de horror y miseria casi siempre han devenido excelentes obras teatrales: la locura y decadencia de Blanche, la muerte dramática de Hamlet, el asesinato por Charlotte Corday. Cuando uno se retira, una vez terminada la obra, no pasa nada más porque la calamidad quedó en la sala. Lo malo es la coincidencia de la vida y el drama.

La gente vieja de La Yaya es parte de una obra. El Escambray es un teatro.

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Jesús Oliva López
Jesús Oliva López

De 85 años, Jesús Oliva López: “Yo actuaba en el grupo de teatro La Yaya, que fundó en este pueblo Flora Lauten. Muchos de los actores que estaban ya fallecieron, éramos más o menos 12 personas. El que quisiera podía estar en el grupo. Nosotros aquí hicimos muchas obras, Los dos hermanos, La Vitrina, y más. Había una en que yo era un personaje llamado Iluminado, y mi mujer, que en paz descanse, se llamaba Rosa. Yo me acuerdo que en la obra le decía “Edelmira, cállate que te voy a dar un planazo”. Y fuimos a actuar a La Habana y todo.

“Vivo allí, en la casa 24 del edificio 3. Antes vivía en Los Cocos, eso queda en Barajagua, y nos mudaron para aquí porque el terreno que yo tenía hacía falta para  hacer un plan lechero, y fue una comisión y conversó conmigo para que entregara la tierra. ¿De acuerdo? Sí, estuve de acuerdo”.

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La gente vieja de La Yaya recuerda el día en que Fidel se paró en la loma donde ahora está el pueblo y miró el valle, o sea, la parte de Escambray que le quedaba en frente, y dijo que ese era el lugar donde se construiría una empresa para la producción de leche, una empresa tan “transparente como una vitrina” de cristal.

Eso sucedió en el 1970, y dos años después recién se terminaba de construir La Yaya, y la gente que nació en el lugar equivocado, la gente que hoy es gente vieja allí y a la que yo fui buscando, comenzó a mudarse al pueblo.

De acuerdo con la resolución No259/76 del Ministro de La Agricultura, el día  15 de diciembre de 1976 quedó oficialmente constituida la Empresa Pecuaria La Vitrina, cuyo propósito fundamental entonces era la producción de leche.

Las tierras pertenecientes a la empresa serían las tierras donde vivía la gente vieja de La Yaya, y ellos mismos serían los trabajadores de la empresa, y el Escambray empezaría a desarrollarse económicamente como región con uno de sus sectores fundamentales: la ganadería.

Al Escambray se trasladaron grupos de ordeño mecanizado tipo ALFABAL, de procedencia sueca, termos de frío, camiones, cosechadoras. Era esta una empresa pensada para la cría artificial de terneras y la aplicación de inseminación también artificial. Vaquerías por toda esta zona del Escambray. Mucha pangola sembrada, que es adecuada para que el ganado se alimente. Vacas de buenas razas europeas, Holstein y Bronwi Swis, que darían treinta y dos litros de leche diarios cada una.

Lo anterior puede ser perfectamente el argumento de una obra de teatro, pero no hay obra de teatro sin conflicto, y el conflicto viene cuando algunas de las personas no quisieron entregar sus tierras, las mismas que le había dado la Revolución años antes con la Reforma Agraria, y que ahora le pedía que las devolvieran porque les hacía falta al país y al Escambray. Les pedían entendimiento, y muchos entendieron, pero otros no querían irse a los edificios modelo “Gran Panel”. La vida les cambiaba: la casa de madera y guano por el edificio, el campesino por el obrero asalariado, el monte por La Yaya.

Lo triste de todo es llegarse al Escambray en 2013, cuando ha pasado tanto tiempo, y que te cuenten algo así. Entonces uno pregunta por las vaquerías, y por las Holsteins y Bronwi Swis, y por los treinta y dos litros de leche, y Juan Guerra Villegas, Jefe de Personal de la Empresa La Vitrina, que aún se encuentra en el poblado de Mataguá, me da poca información pero dice que el culpable es el Período Especial. La gente habla del Período Especial como habla de una persona. Pareciera que es de nombre Período, y de apellido Especial, y que ese sujeto es el encargado de todos los `problemas -reales o no- de los últimos años en Cuba, o que el nombre de ese sujeto basta para explicar y justificar cualquier fallo. Saco una agenda y le digo que en el museo de Manicaragua un documento decía así: “A la empresa no le fue posible crear fondos debido a que las pérdidas fueron superiores a las planificadas, indicador este que nos limitó la obtención de los mismos”[1]. Me pregunta, dudoso, que si eso estaba en el museo de Manicaragua, y agrega que fue el Período Especial, que el deterioro comenzó en el Período Especial. Después añade Villegas que desde el 98 la empresa está sometida a una recuperación. ¿Y la leche?, pregunto. ¿Cuántos litros de leche producen ahora? Y responde que dos millones diarios, que la empresa se ideó para que produjera catorce, catorce millones de litros de leche, y  que ahora llegan a dos, pero que alcanzarán más, muchos más, porque se están recuperando y la empresa saldrá adelante. Según Villegas, Jefe de Personal.

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María Eugenia Álvarez
María Eugenia Álvarez

De 67 años, María Eugenia Álvarez: “Nosotros fuimos de la segunda mudada para acá, hizo el  otro día cuarenta y un años de eso. Yo vivía allá, mira, por aquellas lomas, allá vivíamos nosotros, lejísimo en el campo, en una granja que ahora es una cooperativa. Mi esposo tenía un pedazo de tierra y entonces nos dieron esta casa. Iba una comisión y hablaban con los campesinos, para ver si estaban o no de acuerdo con venir para la  comunidad. Nosotros sí quisimos porque teníamos tres niñas y vivíamos muy lejos en el campo, y la escuela quedaba como a 4 o 5 kilómetros, pero muchos no estaban de acuerdo porque no les gustaba el pueblo. A mí sí, no quería que las niñas pasaran trabajo y le dije a mi esposo “yo me voy”, y nos dieron esta casita con todo dentro, estos muebles, fogones, cama, ropa de cama, todo. Y de aquí no me voy hasta que me saquen para el cementerio.

“Sí, tú dices La Vitrina, la obra, sí, si nosotros fuimos los fundadores de todo eso. Yo y mi esposo trabajábamos en el ordeño mecánico. Esa obra la hizo aquí el grupo Escambray”.   

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Me empeño en buscar gente vieja, pero en el pueblo no lo saben. Cuando preguntan que quién soy, les digo que estudiante, estudiante de qué, les digo que de Periodismo. Estudiante, periodista, o lo que fuere, igual me ayudan. A los estudiantes de Periodismo a veces se les pone la cosa dura si dicen que son estudiantes, pero a la gente en La Yaya no les interesa. Les pido que me digan quién tiene más años en el pueblo y me ayudan, pero luego agregan que si soy periodista, o estudiante de Periodismo, debo estar buscando gente importante -como si ya con ellos no fuera suficiente-, y que aunque no lo crea, hay gente importante en La Yaya, y me mandan que llegue al edificio 5, que en el edificio 5 está esa gente.

Hay dos actores y un buen bailarín en el edificio 5. Los actores son un par de gemelos de 22 años, hijos de Giubel Viera Cartaya. El bailarín, un joven de 24, hijo de Pedro Antonio Montero Acea. Ni el bailarín ni los artistas estaban en el pueblo aquel día. Los padres sí: el de los artistas, de 50 años, y el del bailarín, de 60. Son muy jóvenes los hijos y gente mayor los padres. La gente joven de La Yaya va y viene, pero los de mucha edad casi siempre están.

 El padre de los gemelos vino al pueblo con ocho años, cuando su familia entregó las tierras donde vivía, en Zapatero. Recuerda haber visto la obra La Vitrina, hace muchos años ya, por el viejo grupo Teatro Escambray, el mismo grupo al que pertenecen hoy sus hijos y con el que se encuentran de gira artística por Venezuela.

Pedro Antonio habla poco de él y mucho de su hijo, como usualmente hacen los padres. Fue director de escuela en La Yaya, y su hijo es bailarín. Con trece años ganó el Concurso Internacional de danza Alicia Alonso, y ha estado bailando en Bélgica, Holanda, Alemania, España. Hoy pertenece a la agrupación Danza Contemporánea, y se encuentra trabajando en Montego Bay, al noroeste de Jamaica.

Hay, sin dudas, personas importantes en La Yaya. Ellos conocen pocas, pero hay realmente muchas. Tiburcia, de 61 años, es importante; Omar Jaime, de 65; Jesús Oliva, de 85; de 67, María Eugenia. Y el padre de los artistas, y dos artistas. Y el padre del bailarín, y un bailarín.

Un último aspecto importante en La Yaya: el mito.

La Yaya es un árbol silvestre y alargado, de corteza dura y lisa. Detrás del árbol de Yaya que está a la entrada del pueblo, una mujer pasaba las noches llorando con su hija muerta en los brazos. La pequeña murió sin ser bautizada y, por esa razón, la madre fue condenada a salir llorando todas las noches con la niña en brazos. Se dijo que desde entonces La Yaya fue albergue de fantasmas y almas en pena, y que es por eso que muchas personas no querían mudarse al pueblo.

La gente vieja de La Yaya me recomienda que crea en lo que me dicen y no en el mito. Verdaderamente, la gente vieja de La Yaya es el mito.

Camino a La Yaya
Camino a La Yaya

*Título de la obra de teatro La Vitrina, de Albio Paz


[1] HISTORIA DE LA EMPRESA PECUARIA LA VITRINA, MARZO 12 DE 1981, Documento MATAGUÁ

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