Dulce Reina con las botas puestas

Puede subir la montaña más alta, lanzarse al río revuelto, pasar un temporal protegiendo a sus animales y salir ilesa de todos los embrollos, con una sonrisa serena.

Dulce en su fina La Reina. Foto: Jorge Ricardo.

Dulce en su fina La Reina, después de arar la tierra para sembrar habichuelas. Foto: Jorge Ricardo.

Hija de padre machista que sin embargo la enseñó a ser independiente. “Yo no le temo a nada, ni a la palabra, ni a la fuerza, ni a nada. Y eso se lo debo a mi padre”, que era, según ella, un “machista futurista”.

Los más longevos de Manicaragua todavía se acuerdan de Dulce Reina y sus tres hermanas montadas en el camión de madera del padre. Las niñas iban y venían por todo el Escambray entre vacas y mariposas amarillas, entre las enseñanzas de su papá y las lecciones que les daba la naturaleza en su ciclo.

Su padre les enseñó a tener principios, a luchar por sus sueños, a ser autosuficientes. Solo tenía 3er grado, pero era poeta y eso lo cambia todo. “La poesía te hace pensar y eso te convierte en una persona con una capacidad diferente”. Reina habla de su padre como su gran paradigma.

También habla con orgullo de sus hermanas y dice que todas son mujeres emprendedoras, personas capaces que no dependen de ningún hombre. Hasta su madre, que era calladita, ya soltó el arique.

Dulce puede subir la montaña más alta, lanzarse al río revuelto, pasar un temporal protegiendo a sus animales y salir ilesa de todos los embrollos. Y eso gracias al padre machista, que le enseñó sin embargo a manejar un camión con 7 años y a hacer de todo en una finca.

“Nos enseñó con el miedo de que, por ser mujeres, la vida nos golpeara”.

Con Chicho. Foto: Jorge Ricardo.
Con Chicho. Foto: Jorge Ricardo.

Desde los 15 años dejó Villa Clara y vino a estudiar a La Habana. Se graduó de Geofísica y decidió llevar una vida dedicada a la naturaleza.

“Este lugar era un basurero, aquí no había nada, no hay un árbol que yo no haya sembrado”. La finca, ubicada en el km 17 de la carretera Vía Blanca, en Peñas Altas, Brisas del Mar, tiene casi treinta años. Hay árboles que nacieron cuando sus hijos eran chiquitos; y ya la “niña” es una arquitecta respetada y el “niño” está en Madrid haciendo una maestría.

El comienzo fue duro. Ella misma decía: “¡Ay, si me creciera mi matica!”. Ahora en la Finca Agroecológica La Reina hay cuarenta tipos de frutales.

Resiliencia. Le gusta esa palabra. La dice y la repite con donaire mientras acaricia a su perrito chino. Le gusta porque tiene que ver con buscar alternativas. “Es buscar la parte positiva de las cosas, siguiendo aquello que decía Teresita Fernández: ‘a las cosas que son feas, ponles un poco de amor’. Yo creo mucho en el amor. Gracias al amor yo tuve todo esto aquí”.

Me cuenta, sin perder la ternura, que tuvo muchos detractores, gente que no creyó en el proyecto. Personas que, por ser mujer, la subestimaron. Por suerte su padre “machista futurista” la había preparado para enfrentar esos demonios, para llenarse de fuerza y salir adelante.

Desde que había solo un ranchito de guano y tres o cuatro matas, ella se había planteado ser agroecológica. “Cuando la gente aquí casi no creía en la Agroecología, ya yo estaba soñando con eso. Ahora todo el mundo quiere ser agroecológico; pero no todo el mundo lo es”.

Dulce en su río. Foto: Jorge Ricardo.
Dulce en su río. Foto: Jorge Ricardo.

En 2017 presentó un trabajo que se titulaba “El desarrollo de la agricultura familiar y la agroecología en zonas urbanas y suburbanas”. Algunos la miraron raro; pero ahora es una realidad y una alternativa para muchas familias. La Universidad Agraria de La Habana en San José de Las Lajas apoyó su trabajo y dijeron que era el mejor del evento, por encima de aquel hombre que había presentado una variante para el cultivo de chícharos. Dulce Reina reconoce que, cuando nadie creía en ella, la universidad sí creyó.

Ella tiene la suerte inmensa de tener a Alfredo, su esposo, su compañero. La persona que siempre cree en ella y sus ideas. Tienen quince años de llevar su amor y su finca familiar. Su mundo es diferente. Ellos no tienen día para trabajar, porque los animales y las plantas no tienen días de descanso.

Se conocieron en La Habana en una fiesta del campesino, se enamoraron y comenzaron a trabajar juntos. Ambos son de Villa Clara, donde nunca se encontraron, porque ella es de Manicaragua y él de Manacas, el pueblo de Antolín El Pichón.

“Alfredo es el amor mío”, dice Dulce Reina. “Parece que fue ayer. Coño, quince años, no puedo creerlo”, dice Alfredo.

Con Alfredo comparte 15 años de amor y la finca familiar. Foto: Jorge Ricardo.
Con Alfredo comparte 15 años de amor y la finca familiar. Foto: Jorge Ricardo.

En el comienzo era el río lo que le quitaba el sueño. De ahí nació todo. Reforestarlo fue la idea primigenia que daría paso a Punto Cubano, su proyecto agroecológico, del cual forma parte la finca La Reina. Con su experiencia como graduada de Geofísica se dio cuenta de que, si no reforestaba el río no se podía hacer nada más allí. Ella soñaba con los altos tallos del bambú meciéndose con la música del viento. Sembraba y sembraba, pero se moría una y otra vez la idea de lograr, alrededor de su río, la espesura impenetrable del bambú.

El mar está a 200 metros; en ese viento que debía hacer bailar los altos tallos llegaban millones de partículas saladas. Era la batalla contra la sal. Probó con otras plantas, pero nada se le daba. Un día se levantó tempranito, se puso sus botas, se paró en el puente y dijo: “Aquí hay algo que yo estoy haciendo mal”.

Cuenta que, después de pensar mucho y observar el río, se percató de que, justo debajo del puente había unos retoñitos de mangle. “Yo he aprendido que todo tiene su encanto. La sal no podía ser enemiga, había que convertirla en amiga”. Porque, con la naturaleza, dice, “no hay quien pueda”.

La reforestación le llevó tiempo y esfuerzo. Sembró una matica de mangle al lado de la otra, como quien levanta las paredes de su casa por esfuerzo propio. Casi un kilómetro hacia adentro el río está sellado de la planta. Se resolvió el problema del deslizamiento del suelo. Ahora llegan a anidar las aves migratorias. Con ellas se garantiza la polinización de todo el sitio, la belleza del paisaje y la banda sonora de su Punto Cubano.

“Yo digo ‘mi río’ y los envidiosos me dicen: ‘Ese río no es tuyo na’’. La gente es picúa. Pero digo que es mío porque lo cuido y porque me da la gana de decirlo”. Como su río divide las dos áreas de la finca, Dulce quiere hacer un puente colgante que las comunique. Y, desde arriba, ver cómo juguetean la guabina y la biajaca, cómo conviven en armonía la tilapia, la claria y el camarón de ley.

En su punto de venta. Foto: Jorge Ricardo.
En su punto de venta. Foto: Jorge Ricardo.

Una vez llegó un inspector a visitar la finca y dictaminó que todo estaba en orden, salvo la cantidad de basura que había. Se refería a las hojas secas que van formando capas de diferentes tonalidades sobre la tierra. Esas hojas, me dice Dulce, son parte de la protección del suelo, del arropamiento, de su fortaleza. Dejar las hojas es parte de sus premisas agroecológicas, aunque algunos no lo entiendan.

La producción de La Reina no da para llenar un mercado, pero sus frutas son únicas. Se comercializan en la comunidad de diferentes maneras. Tienen un punto de venta y además una juguera que no solo calma la sed de los que pasan por Vía Blanca, sino que promueve la cultura alimentaria.

Ya no solo le piden jugo de guayaba o tamarindo, lo habitual, ahora le cogieron el gusto al jugo de pitanga o de guayaba ácida, que se siente como una mezcla de guayaba y limón.

Los viajeros que pasan por la finca vienen de todas partes y se aventuran con sus frutas raras: la manzana de cake, melocotón, ciruela la gobernadora, cereza, grosella y otras extrañas que crecen sobre el mismo suelo de las tradicionales: coco, aguacate, platanito, guanábana, anón, chirimoya, tamarino, mamey, maracuyá, guayaba, limón y mangos de muchos tipos. Ella no solo ha extendido la moda de andar en botas en su comunidad: también ha extendido el cultivo de sus frutas exóticas.

Dulce examina la calidad de su tomate cherry. Foto: Jorge Ricardo.
Dulce examina la calidad de su tomate cherry. Foto: Jorge Ricardo.

Además de las plantas, las frutas y el río, a Dulce le apasionan los animales. Además de Chicho, el perrito chino, tiene conejos, vacas y un poni. Casi todos sus animales son rescatados y criados como parte de la familia. Pipo Pérez es adoptado. El dueño lo maltrataba y ella se lo cambió por una puerca. Ahora el poni es la mayor atracción para los niños que vienen a su finca. Y ella da sesiones de equinoterapia a los pequeños como parte de su proyecto Punto Cubano.

“Mariposa es una niña que yo recogí”. Así comienza la historia de una vaca grande y hermosa, lo más bello que tú puedas ver en vaca. Nació a las 4 de la mañana y su mamá murió en el parto. Al mediodía ella fue a ver cómo estaba el ternero y lo encontró enredado en los restos de la madre.

“Se lo iban a llevar por desecho”. Me cuenta casi llorando. “Le dije al dueño: ‘Coño, compadre, vamos a salvar al animal’. Y me dijo: ‘No, no, a mí no me interesa’. Entonces Reina cogió a la criaturita, le dio fricción y vio que respiró. La montó en la moto y la llevó para su finca. La chiva fue quien la salvó, porque le daba la tetica. “Y ahora, el que era dueño de la madre, la ve y me dice que me da una vaca y la mitad del dinero, pero yo no la vendo. Le explico que Mariposa es algo diferente”.

Rosita es otra vaca que iban a llevar al matadero. Estaba sequita, sequita, era cabeza nada más, no daba leche ni nada. Ella negoció con el dueño para que se la diera; y la salvó. Ahora es la mejor vaca de toda la zona. Parió a Caramelo, que era como otro hijo para Dulce y lo llevaba en brazos como un niño chiquito por toda la comunidad.

“La gente quiere mucho a Rosita y gracias a ella todo el mundo tiene su buchito de leche”. Aunque es una vaca chiquita, es fajarina y se pelea con las vacas grandes que no le caen bien.

“Hay un hombre que venía como si Rosita fuera mi hija a dar las quejas. El problema es que él tenía una vacona grande y la chiquitica mía le tumbó un tarro”. Aquel señor llegaba a casa de Dulce y ella defendía a su vaca. “Un día me dijo que la vaca era igualitica a mí”. Y ella orgullosa de aquella comparación, se ríe y suspira enamorada de sus vacas.

Mariposa, la vaca alimentada con leche de chiva y su mamá humana. Foto: Jorge Ricardo.
Mariposa, la vaca alimentada con leche de chiva y su mamá humana. Foto: Jorge Ricardo.

Dulce Reina tiene distinciones y premios. Tiene un río, tiene a sus animales, sus plantas. Tiene la mirada segura, las manos fuertes y la sonrisa limpia como el agua un pozo. Tiene a Mariposa, una vaca criada con leche de chiva que cree que es hija de una humana. Tiene un millón de ideas y, por suerte, tiene a Alfredo, su hacedor de sueños. Uno de sus planes es recuperar una laguna natural por escurrimiento que ahora es un vertedero, y prepararla para la cría de peces. Ella cree firmemente en el desarrollo local sostenible para la alimentación. En sus palabras: “Si yo logro eso, se va a acabar el hambre por todo esto aquí”.

Después de muchos años de trabajo y de pensamiento en función de la agroecología, la ANAP le dio el certificado que acredita su condición agroecológica. “Ya yo era agroecológica desde mucho antes del papelito, porque así lo decidí”. Aunque ella siempre fue una convencida en ese sentido, enseña con dignidad su diploma y me confiesa que, gracias a su insistencia, a muchos otros campesinos les tuvieron que dar el certificado. Su distinción más apreciada es el Premio de la ACTAF a la Creatividad de la Mujer en el Medio Rural.

Es muy difícil emprender algo en la agricultura, seas hombre o mujer. Sin embargo, para las mujeres es todo más complicado. “A veces se refieren a las mujeres campesinas con lástima: ‘¡Ay, pobrecita, en el campo!’. Pero en este momento yo creo que en Cuba las mujeres campesinas tenemos más preparación y oportunidades que mujeres de otros sectores. He ido a eventos con mujeres de fábricas y cuando les digo todo lo que hacemos nosotras, ellas se quedan frías”.

Además de la preparación de las mujeres campesinas, ahora hay más apertura a apoyos de personas e instituciones extranjeras, pero eso antes no existía. “Cuando tú ves florecer un proyecto que no tuvo apoyo ninguno, hay que quitarse el sombrero”.

Dulce muestra su diploma de Condición Agroecológica. Foto: Jorge Ricardo.
Dulce muestra su diploma de Condición Agroecológica. Foto: Jorge Ricardo.

Su finca no es muy grande, pero no hay un pedacito que no esté sembrado con amor. En los linderos del río están las corraletas. Dulce quería una casa de tapado, aunque fuera una rústica, pero como todo cuesta y cuesta mucho más en estos tiempos, no ha podido tenerla.

“Ya no la quiero, ahora inventamos una agroecológica de maracuyá”. Resiliencia. Esa palabra que tanto le gusta define su espíritu.

Antes de sembrar la primera posturita de mangle en su río, cuando no había nada en todo el lugar, ella quería que su Finca Agroecológica La Reina fuera un punto focal para las comunidades.

“A este lugar nadie venía, pero ahora esto tiene pegolín”. Hace años, ella tenía un profesor muy querido que hacía décimas y se llamaba Sergio González. Aún las recuerda de memoria y me las recita con histrionismo para que yo sepa que sobre esos versos sembró las primeras semillas de su gran sueño:

Proyecto Punto Cubano

un proyecto que se empeña

desde los sueños de Reina

hasta de sus fecundas manos.

Ella ha enyuntado el guano,

el arique y el sinsonte.

Ha convocado al monte

para hacer posible el sueño

llevándonos con su empeño

más allá del horizonte.

 

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