Una vieja deuda con Ania Pino

“Tengo que decirte una cosa: Héctor tuvo un accidente”, me soltó la Flaca una tarde entrando a Deportes, y se me heló la vida. Cuando te sueltan un saludo así, lo primero que uno piensa es que le están dorando la píldora para anunciarle la muerte de un ser querido. Y no andaba equivocado: por suerte no se mató Héctor, por desgracia fue Ania.

Es que la Flaca no tenía por qué saber que yo conocía a Ania Pino, y no solo eso, me caía muy bien, como a todo el que la conoció… Días antes del accidente, me la había topado en un chat tras años sin vernos, y me contó de su niña Salma, us trabajos, sus viajes diarios San José-Habana y viceversa, esa travesía que acabó costándole la vida.

Dicen que la yagua que está para uno no hay vaca que se la coma. Aquella nefasta tarde de 2005 ella se iba en guagua, pero sus colegas de la corresponsalía provincial le insistieron en que fuera con ellos en carro. O sea, ella no debía haber estado ahí. Pero le tocaba, y la Ley de Murphy a veces se pasa en crueldad…

Ania no era de mi año. Cuando entré a la Facu, ella estaba en tercer año, pero nunca se creyó cosas. La gente de Habana campo la tenía como una especie de leyenda viva de la Félix Varela, un Pre que por entonces tendría par de graduaciones. Ania era chiquita, chula, de ojos expresivos, muy chévere, enyuntada siempre con la gran Yirmara, quizás la pareja de amigas más cómplice que jamás pasó por nuestra vetusta Casona de G.

Vivía en el quinto piso de F y 3ra, viejo cubil de iniciaciones y trasnoches bohemios, y para los que a diario subíamos 20 pisos de aquella torre sin ascensor, pasar a saludarla era el pretexto ideal para recobrar el aliento y no quemar de sopetón el exiguo férfere de cada día. Casi nunca estaba, porque desde estudiante se vinculó al sistema informativo de la televisión cubana, y cuando no estaba presa la andaban buscando…

No la recuerdo brava, al contrario, siempre sonriente, poniéndose colorá de nada, muy ágil y con una fortísima vocación periodística: para graduarse nos enseñó la Gambia que nadie más supo contarnos, y lejos de frenarla profesionalmente, la maternidad acentuó esa sensibilidad que le ponía a sus crónicas televisivas, esas que tanta falta hacen ahora, y cada vez se ven menos…

Ania se fue del parque a la absurda edad de 26 años: le faltó uno para unirse al tétrico club de Hendrix, Morrison, Joplin, Cobain y más recientemente Amy Winehouse. Como siempre pasa, al dolor de perder a un ser humano maravilloso, se le suma la amargura de nunca saber hasta donde habría podido llegar con su talento y sus ganas, y el dolor más íntimo y egoísta de que quienes la quisimos nunca se lo dijimos lo suficiente.

Esas cosas ya no tienen remedio. Queda al menos el consuelo de sentirla resucitar cada año en el concurso para jóvenes realizadores cubanos que lleva su nombre, el Ania Pino in Memoriam, que comenzó este viernes en La Habana. Salvo los organizadores, tal vez ninguno de los participantes llegó a conocerla, pero eso importa poco, porque el Gabo no conoció al inventor de la dinamita, e igual saboreó su Nobel…

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