A la conga no hay quien la pare

Gracias a la presión popular, la dirección del béisbol en Cuba anunció el viernes 22 la corrección de una medida incongruente: limitar las congas en los estadios a las pausas entre innings y los cambios de lanzadores.

En los últimos días, desde que se anunció la “circular número 4 de la Comisión Nacional” el asombro y la molestia afloraron en miles de seguidores del deporte nacional de este país típicamente musical.

La pretensión de controlar, en aras de la concentración y la “disciplina”, el complemento sonoro de muchos encuentros, recordó en gran parte de la afición las escenas del manager de Matanzas, Víctor Mesa, reclamando por el efecto de la música en uno de los partidos que perdió en las semifinales del pasado campeonato.

Tal sinsentido, que ahora se adecua trasladando el recital de tambores y trompetas hacia los extremos de las bandas laterales, lejos de los bancos de cada equipo; fue respondido por la opinión pública apelando también a un recurso patrio ante la autoridad equivocada: “el choteo” (ese que tan bien explicó Jorge Mañach en su “Indagación” de la primera mitad del pasado siglo).

Supuestas aceptaciones de la Sinfónica Nacional para amenizar partidos, la transmisión de Radio Enciclopedia por el audio de los estadios y la presumible conversión del deporte de las bolas y los strikes en partidos de tennis; fueron varias de las propuestas cargadas de sarcasmo y burla con que respondió el pueblo cubano ante semejante ataque a su alegría natural.

Hoy celebramos que la medida ya esté corregida, pero todavía quedan varias interrogantes que todo este ascenso y caída de la sinrazón no responden.

¿Cómo pudo ser identificada una expresión cultural con la fuente de las “indisciplinas sociales”?

Lo pregunto porque horas antes de la conferencia rectificadora todavía el comisionado Higinio Vélez afirmaba en la televisión nacional que la medida tuvo entre los motivos la intención de contribuir a la campaña que pide combatir actitudes agresivas en el país.

¿Será que el ritmo “intenso”, y no la ingestión de alcohol, la falta de decencia, civismo y educación elemental; es el verdadero detonante de tanta bronca y tanto mal hábito que presenciamos por ahí?

¿Cómo los decisores pudieron confundir el sonido de la conga con “ruido”? ¿De qué forma es posible equiparar en características a las vuvuzelas de Sudáfrica o a las sirenas empleadas en nuestros propios estadios, con una de las más intocables expresiones de la identidad cubana?

A muchos cienfuegueros jamás se nos olvidará un tiro de cámara que transmitió para todo el país al jardinero Lázaro Rodríguez bailando a ritmo de conga mientras cubría su posición. Los preocupados con tambores y cencerros seguro verían en tal acto una desconcentración del pelotero, pero en cambio para mí ha sido una de la más naturales expresiones de alegría que vuelve único al beisbol de Cuba.

Errar es de humanos, pero los humanos que tienen la responsabilidad de dirigir el “mayor evento sociocultural del país” deberán concentrarse en asuntos menos musicales y evitar fallas como esta, que para muchos ciudadanos resultó una gota más en el vaso de las inconsistencias de la Comisión Nacional.

Esta vez, y a juzgar por las reacciones, casi colman el recipiente, aunque al final triunfó la alegría. Tendremos congas todo el tiempo, porque las defendimos.

 

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