Como Matías Pérez

Anoche soñé que el malecón se iba a bolina como un papalote. Se perdía en lo alto del cielo, después de haberse desprendido en jirones su quejosa mole de hormigón, no sin antes ofrecer una resistencia muy parecida a la de un chicle pegado en el zapato. Un chicle remasticado que se resiste a zafarse de tu suela, que intenta ponerte de nuevo los pies sobre la tierra a como dé lugar. En mi sueño volábamos por los aires lanzando un mismo grito, que no estaba a favor ni en contra, no era un efímero grito ocasional de esos que respaldan alguna minoría. Nuestro grito, al fin podía decirse con verdadero orgullo, era un grito unánime.
Al desprenderse el malecón se llevaba consigo, envuelto en una sonrisa, al vendedor que pregona con ánimos salidos de no se sabe dónde: ¡Vamos, jamonéate con pan! ¡Cómprame un chupa chups y rechupetéate! Hubo músicos que se agarraron con una mano cargando en la otra su instrumento. Hubo algunos que, al vernos desde la otra acera, corrieron desesperados con tal de montarse en el muro viajador, impulsados por el temor de quedarse aquí dando vueltas y más vueltas, ahora para colmo sin un muro donde llorar las penas. ¿Qué iban a hacer los fines de semana? ¿Adónde iban a ir sin un kilo en el bolsillo si aquí los restaurantes están cada vez más caros?
Dentro del sueño yo sabía –era uno de esos donde uno sabe lo que sabe con certeza aunque no sepa bien por qué lo sabe–, que era el deseo unísono de la gente lo que había arrancado el muro demostrando que sí se puede. Pero una vez en el aire la gente volvía a no estar de acuerdo. Pasa siempre, tanto quejarse y a la hora del cuajo uno se pone como la mujer de Lot piensa que te piensa en lo que deja detrás, que si la familia, el barrio, los amigos. Y ahora tampoco había dónde poner los pies más allá, estuvieran secos o mojados. No pocos se tiraron al mar y regresaron nadando, que para abajo todos los santos ayudan –aunque esto también depende del padrino que uno tenga.
Como de costumbre en estos casos de desastres naturales, siempre hubo algún testigo cámara en mano viviendo la realidad a través de su dispositivo. No se pudo evitar que el  muro fuera trending topic en cuestión de segundos. La imagen de aquel gusano sobrepoblado surcando el cielo –aunque también podía ser la animada cola de un papalote, según se mire–, se regó en Facebook, Instagram, Twitter, ahora sí tendrían algo de qué hablar los youtubers cubanos cuando se reunieran de nuevo en el Paseo del Prado. Así fue replicado por todos los periódicos del mundo y hasta en el paquete semanal, que volvía a encontrar un nicho de mercado libre de impuestos. Salió en todas las radios, ¡por todas las televisoras! –salvo en el NTV, claro.
Por suerte, a punto de repetir la hazaña de Matías Pérez, pues no había en el planeta lugar aséptico de pesares para nuestro muro volador, rodé de la cama y caí. Desperté con ese mal sabor de las pesadillas y las manos por delante buscando mi muro. Hurgué en los motivos de tan extraño sueño y recordé la nota de Michel Hernández en el periódico Granma diciendo que Orishas volvería a tocar en La Habana a finales de marzo. Claro, si me había dormido repasando aquel video donde llegaban desde el mar como gulliveres pisando un país de enanos y lamenté el ver que, después de tantos años, volvían para colgarse de los mismos andamios que nos apuntalan, y hasta cantaban el mismo estribillo… ¿qué es lo que pasa en mi barrio?
Orishas - ¿Qué pasa?

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