De Oro

Alfredo de Oro. Foto: Harris & Ewing (1914).

Alfredo de Oro. Foto: Harris & Ewing (1914).

El público rodea la mesa expectante. Jerome Keogh acaricia la punta de su taco mientras observa con atención el turno de su rival. Solo 9 bolas lo separan del título mundial de billar en la modalidad de piña continua, mientras su contrincante necesita embocar 63. Pero su contrincante es Alfredo de Oro.

Con asombrosa tranquilidad, casi con displicencia, de Oro acierta una bola tras otras. Sus movimientos son seguros y elegantes. El flemático Keogh hinca el palo de billar en el suelo mientras los espectadores ahogan sus exclamaciones.

Cuando resta una bola, una sola bola, el billarista cubano se recrea. Demora el golpe, se regodea en los gestos, detiene el tiempo como un maestro del suspense.

El público se impacienta. Los periodistas, que habían escrito ya el titular del día, se apresuran a borrar su sentencia: “Cae el campeón”. Keogh, atónito, no aparta los ojos de la tronera.

La bola decisiva está a un pie del agujero y la bola tiradora a un pie más de distancia, en línea recta. De Oro, aupado por un creciente murmullo, lanza de una vez el golpe. La bola blanca embiste de lleno a la otra, que se precipita tronera adentro. La multitud estalla en un grito.

Para la revista Pearson’s Magazine no hay dudas: se trata de uno de los partidos de billar más increíbles de la historia. Así lo reseña en su número de mayo de 1905, poco tiempo después del célebre encuentro. A más de un siglo de aquellos hechos, todavía muchos lo creen así.

Esta no es, sin embargo, la única anécdota memorable de Alfredo de Oro. Su trayectoria, exitosa y longeva, fue rica en juegos tensos, temerarios, asombrosos, deslumbrantes. Y, más que nada, en victorias.

Foto: elveraz.com.
Foto: elveraz.com

De Oro nació en Manzanillo, antigua provincia de Oriente, en 1863. Fue su hermano Joaquín quien le puso por primera vez un taco de billar en las manos, cuando era apenas un adolescente, y desde entonces nadie pudo apartarlo de esa pasión.

Se cuenta que, a pesar de su juventud, a inicios de la década de 1880 derrotaba a los jugadores más experimentados de La Habana. Pronto su nombre ganaría relevancia universal.

Su primera incursión en un torneo internacional fue en 1887 y ya entonces terminó empatado en la cima con otros dos jugadores. Pero el nerviosismo de debutante lo hizo errar en el desempate y lo condenó al tercer lugar.

Poco después, sin embargo, tomó desquite y se hizo de su primer título mundial. El primero de muchos.

En total, Alfredo de Oro conquistó 31 coronas mundiales, de ellas 18 consecutivas. Ningún otro billarista ha podido acercarse siquiera a esa marca.

Su capacidad de concentración era proverbial. Su destreza y su tino para calcular la trayectoria de las bolas, únicos en su tiempo. Se distinguió no solo en la piña continua sino también en otras modalidades del juego, en particular en la de carambolas a tres bandas, en la que también se proclamó campeón.

En los Estados Unidos su nombre era admirado y a la vez temido por sus contrarios. En Cuba se le comparaba en grandeza con José Raúl Capablanca y Ramón Fonst.

Poker de ases, según el Diario de la Marina. De izquierda a derecha: el pelotero Armando Marsan, el esgrimista Ramon Fonts, el bilarrista Alfredo de Oro y el ajedrecista José Raúl Capablanc
Poker de ases, según el Diario de la Marina. De izquierda a derecha: el pelotero Armando Marsan, el esgrimista Ramón Fonst, el billarista Alfredo de Oro y el ajedrecista José Raúl Capablanca.

En la Isla disputó incluso una final mundial. Después de dos décadas de ausencia se enfrentó en el teatro Payret a Charles Otis. Tenía ya 56 años pero logró retener el título frente a sus compatriotas. El gobierno de Mario García Menocal le otorgaría desde entonces una pensión vitalicia.

Maravillado, el periodista José Sixto Sola escribió sobre él en la revista Cuba Contemporánea: “aún con la edad que cuenta, conserva su maravillosa habilidad, serenidad imperturbable, pulso fijo como si fuera de acero, ideación rápida y original, que ha hecho de él, el más grande de los billaristas modernos.”

Todavía le quedaba por hacer.

En 1922, con 60 años de edad, de Oro cayó derrotado por el estadounidense Johnny Layton. Muchos pensaron entonces que ese sería el final de su carrera. Pero once años después regresó para vencer a Layton y recuperar su corona. Al año siguiente anunciaría su retiro. Era el fin de una era.

Radicado en los Estados Unidos, Alfredo de Oro falleció en 1948. Dos décadas después fue exaltado póstumamente al Salón de la Fama del billar estadounidense y en 1999 la revista especializada Billiards Digest lo situó en el cuarto puesto entre los 50 mejores jugadores del siglo XX.

En Cuba sus logros se perdieron en el olvido. Cabe a investigadores como la desaparecida Irene Forbes el haber recuperado en parte su memoria. Una academia fundada en el municipio habanero del Cerro sería también bautizada con su nombre.

No obstante, mucho falta para devolverle al sitial que merece.

A pesar de los años transcurridos, las hazañas deportivas de Alfredo de Oro continúan brillando hasta hoy. En Cuba y en el mundo. En el universo del billar y también fuera de este. Y lo hacen con el fulgor áureo de los inmortales.

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