El verdadero milagro de Yarini

Ilustración: Zardoya.

Ilustración: Zardoya.

En esta ocasión deseo referirme a un famoso personaje y me sirve de pretexto un asunto que fuera divulgado hace un tiempo, el 12 de junio de 2016, por el reputado cronista Ciro Bianchi. Una lectora de su página dominical manifestaba su inconformidad, y de otras personas más, con la venta del sepulcro de Alberto Yarini por un familiar, pues se argumentaba que este “pertenece a nuestro patrimonio por su cubanía e identidad”, y agregaba que sus devotos embellecían y adornaban su tumba ya que “Yarini al igual que Amelia [Goyri] concede milagros”.

Amelia Goyri es “La Milagrosa” del cementerio de Colón, la joven que murió de parto y su mausoleo y estatua se han convertido en un sitio de peregrinación, sobre todo de las embarazadas, en una manifestación palmaria de lo que se conoce como religiosidad popular.

Admito que Alberto Yarini y Ponce de León es un personaje histórico fascinante, pues no en balde se le rindieron honores en la vida y en la muerte. Sindo Garay le dedicó una canción “No temas, la vida te sonríe”; Carlos Felipe escribió y puso en escena Réquiem por Yarini, todo un clásico del teatro cubano; hay filmes que se acercan a su leyenda, como Los Dioses Rotos de Ernesto Daranas y está el enjundioso estudio de Dulcila Cañizares, entre varios ejemplos más que pueden citarse.

Su funeral estuvo signado por un baño de multitudes, como lo evoca Miguel Barnet en Canción de Rachel, y su panegírico lo pronunció un patriota y político que tuvo una vida pública honesta, el Comandante Miguel Coyula, por quien se instituyó en Cuba “el Día de la Probidad”. Recuérdese que Yarini, además de su lucrativa profesión, era cacique del Partido Conservador en el non sancto barrio de San Isidro.

Uno se pregunta al consultar el ameno y documentado estudio de la Cañizares, qué cosa era Yarini: ¿un proxeneta y por tanto un marginal?, ¿un héroe popular? Ambas cosas a la vez, me respondo, aunque infiero que lo segundo solo para un sector de la población. El imaginario de un pueblo es tan rico y diverso que incluye de todo un poco; como aseveraba Martí: “Para conocer a un pueblo, se ha de estudiar en todos sus aspectos y expresiones, en sus elementos, en sus tendencias, en sus apóstoles y en sus bandidos”.

Sirva una anécdota que cimentó la leyenda y celebridad de Yarini. La contundente reprimenda que le dio a un diplomático estadounidense que se atrevió a injuriar, con unos comentarios racistas, a un general mambí negro que lo acompañaba en un café de la notoria Acera del Louvre habanera. Se afirma, indistintamente, que el patriota agraviado era el mayor general Jesús Rabí (Bianchi) o el general de división Florencio Salcedo (Cañizares), pero lo relevante es que Yarini ofreció una indiscutible lección de civismo, y por su digna respuesta fue denunciado ante las autoridades, pero sus correligionarios del Partido Conservador intercedieron y no prosperó la causa judicial.

Este incidente contribuyó a consolidar la imagen de hombradía de Alberto Yarini, que sabemos fue herido mortalmente en un tiroteo con un rival francés del proxenetismo, en su feudo de San Isidro. Aunque al contrario de la canción de Sindo la vida no le sonrió mucho tiempo –falleció con apenas 28 años de edad– su fama no ha caído en el olvido con el paso de los años. Ese es el verdadero milagro de Alberto Yarini, ser leyenda en el imaginario cubano.

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