Hemingway y los gallos de pelea

Ernest Hemingway.

Ernest Hemingway.

Las peleas de gallos son muy arcaicas, se remontan a la Antigüedad, y en Cuba se especula que fue el Almirante Cristóbal Colón quien trajo los primeros ejemplares de lidia.

Autores cubanos y viajeros extranjeros han descrito con minuciosidad la crianza, entrenamientos y peleas de estas aves singulares, y se han referido a su arraigo indiscutible en nuestro país, a pesar de las prohibiciones gubernamentales, en diversas épocas, o las severas críticas al juego de eminentes compatriotas. Ahí está el pensador José Antonio Saco, quien en su tratado El juego y la vagancia en Cuba (1830) alude brevemente a “las perniciosas gallerías”, fenómeno social que le parece “una democracia perfecta”, pues en la valla se agolpaban todos, sin distinción social, de raza, género o edad.

Saco, en la primera edición, trató muy poco el tema, pues a posteriori reconoció que el mismísimo Capitán General Francisco Dionisio Vives poseía una gallería en los predios del Castillo de la Fuerza, y sus amonestaciones sobre esta práctica, admite, “por más templanza y destreza con que yo hubiese manejado la pluma, no era dable escapar del anatema que se habría fulminado contra la Memoria sobre la vagancia en Cuba”.

Otro dato sugerente es que ni siquiera durante las guerras independentistas contra España se dejó de jugar y así tenemos el testimonio del coronel Fermín Valdés Domínguez de que los insurrectos conducían, junto a la impedimenta y el armamento, gallos de pelea para enfrentarlos en los campamentos: “(…) es cosa que da pena y risa ver las vallas en los campamentos, (…) en las marchas, el ridículo cuadro de los soldados que cargan al lado de sus rifles el consabido gallito”.

Con este preámbulo, digamos entonces que el autor de El viejo y el mar, de sólidos lazos con Cuba, además de su predilección por la pesca y la caza, o por la tauromaquia, gustaba de las peleas de gallos. En una crónica de 1949, al manifestar por qué vivía en la Isla, confesaba: “No es necesario explicar la posibilidad que se nos ofrece de criar gallos de pelea, adiestrarlos y participar en las competencias dondequiera que se organicen, por tratarse de un asunto lícito. Es una de las razones de vivir en aquella isla”.

En su finca Vigía, en San Francisco de Paula, nos cuenta Norberto Fuentes que Hemingway mandó a construir una pequeña valla y se asoció a José Herrera, alias Pichilo, quien cuidaba sus ejemplares y estuvo a su lado desde 1942. Allí criaba unos 20 gallos para lanzarlos a las competencias. Aseveraba el gallero Pichilo que Hemingway apostaba mucho, pero su fin no era la ganancia, y mencionaba una frase suya: “A mí lo que me gusta es ver la pelea”.

“Yo tomo y me emborracho todos los días, pero no molesto a nadie”.
“Yo tomo y me emborracho todos los días, pero no molesto a nadie”.

Cuando ganaba sus enfrentamientos invitaba a todos los presentes a la cantina de la valla en cuestión y se consumían grandes cantidades de alcohol. El escritor alertaba que bebieran hasta el cansancio, pero que no se pusieran pesados: “Yo tomo y me emborracho todos los días, pero no molesto a nadie”. Era beber con moraleja incluida.

La pasión por los gallos de pelea, tan afín al cubano de todas las épocas, contagió también a Hemingway, hasta el punto de reconocer que fue una de las razones, no la única desde luego, por la que escogió a Cuba como su hogar por muchos años.

 

Salir de la versión móvil