Hijas e hijo

Si se pudiera pedir algo por el Día de los Padres, yo pediría que ellos no estuvieran tan lejos unos de otros.

José Julián y Julio Antonio. Fenway Park, Boston, junio de 2023. Foto: Cortesía del autor.

Voy a escribir sobre mi hijo y mis hijas. No tengo mucho que decir sobre el Día de los Padres, pero puedo hablar de ellos, que ocupan los mejores lugares de mi corazón.

José Julián

Jose nació el 12 de enero de 2009. Ahora tiene 15 años y cuesta tratarlo como niño, aunque lo sea, porque es más alto que yo y tiene un vozarrón que ha venido agravando desde que despertó a todo el hospital González Coro, en aquella madrugada que llegó con un distrés respiratorio que lo mandó directo para el cunero.

Jose siempre ha sido un niño bueno y, a la vez, callejero y parrandero, con cara de serio y aparentemente callado, pero líder en los guateques y los jelengues de jodedera. Ha estado en más fiestas a sus 15 años que en las que yo voy a estar en toda mi vida. 

Pero Jose se pone serio cuando entrena y juega al fútbol. Recuerdo muy nítidamente cuando me pidió practicar ese deporte. Me dijo con mucha seguridad mientras veíamos juntos un anuncio de una competencia infantil de fútbol en la televisión: “Quiero jugar una copa”, y ahí está, sin parar en su deporte desde los 6 años.

Uno de los placeres más gratos de mi vida ha sido verlo jugar y escucharlo preguntarme si prefiero una casa o un carro como regalo suyo el día que se haga millonario como estrella de fútbol. Esa siempre ha sido una broma entre nosotros, y otra que los amigos y amigas que lo conocen y han visto los videos de sus goles, le digan todo el tiempo que no se olvide de ellos cuando llegue a un club importante.

Jose, sin embargo, me ha dicho muchas veces que le gustaría jugar por Cuba, porque es quien lo necesita más, aunque él resida y practique en la Florida.

Ahora hace casi cinco meses que no lo veo. No pude estar en su última graduación ni en sus últimos partidos, ni en sus últimas peleas de adolescente con su mamá, que ha tenido que lidiar desde hace tiempo con la precocidad de Jose, aunque también con la belleza y el regocijo de convivir con él.

Alma Aitana

Alma y Julio Antonio. Pembroke Pines, Florida, octubre de 2023. Foto: Cortesía del autor.

Almi nació el 12 de junio de 2018. Los 12 me persiguen, como ven. Escribo esto sobre ella un día antes de su cumpleaños número 6. Será su primer cumpleaños lejos de mí; lo puedo escribir, pero casi no lo puedo pronunciar.

Sobre ella y su hermano escribí en una columna que tuve en OnCuba durante varios años. Alma es una niña chispeante, con una risa contagiosa y ancha y unos ojos alicaídos que no pueden opacar su gracia y alegría.

Alma, como su hermano, tiene las orejas paradas todo el tiempo para los asuntos de adultos. Por suerte Jose y ella son discretos, pero el chisme de gente grande les atrae y les interesa más que otras cosas.

Me encanta el sentido del humor de mi hija, su facilidad para captar al vuelo el color de los ambientes y sus salidas cómicas y ocurrentes. 

Como a José Julián, la enseñé a comer chicharrones desde pequeña, aunque ella es amante de las gomitas de colores y otras chucherías.

Todavía me asombro cuando los escucho, a ella y a su hermano, hablando inglés con tanta facilidad. Hace menos de tres años estábamos en Cuba y ahora ellos están en Miami y yo en Barcelona. Mi corazón salta por encima del océano y quiere estar en muchos lugares a la vez, en El Vedado, en Nou Barris, en Homestead. 

Para Alma escribo cosas como esta en WhatsApp:

Un ratón con un bastón
Va pensando en un bombón
Entra raudo en el melón
Que le sirve de mansión
Es delgado y bonachón
Y de afilado mentón
Solo escucha reguetón
Y prefiere el panetón
Sueña con ser un campeón
Y correr la maratón
Pero el gato es muy gruñón
Y está echado en el portón
De la casa del ratón
En el huerto hay un melón
Que es la casa de un ratón.

Ananda

Ananda y Julio Antonio. Barcelona, Cataluña, primavera de 2024. Foto: Cortesía del autor.

Ananda es mi hijastra. Hija afín, según el Código de las Familias de Cuba. Debe ser porque “afín” y al cabo es como si fuera mi hija. Bonche aparte, como se dice en Cuba, la experiencia de los cuidados a una niña que conozco desde hace un año y con la que he compartido ya tantas cosas, es una prueba de que el amor y la responsabilidad se pueden construir y alimentar de muchas maneras diferentes.

Ananda es una niña de casi 5 años que habla todo el tiempo con los seres vivos e inanimados, como si no hubiera ninguna diferencia entre sujetos y objetos, y baila, danza en las aceras mientras avanza y esquiva a duras penas a los transeúntes admirados.

Con ella aprendo diariamente palabras en catalán y le inoculo usos guaposos de Cuba, para que su español sea una mezcla de seseos y palabras cortadas y mal pronunciadas, como ya antes le enseñaban su mamá y su tío, oriundos orgullosos del cruce entre Santa Cruz del Norte y La Habana.

Ananda me pregunta cuándo vendrá Alma a visitarnos, cuándo vendrá Jose, o el futbolista, como le decía cuando supo de él, y espera a su hermanita, la que todavía está en la barriga de mamá, como cosa buena.

Para ella he escrito cosas como esta, en WhatsApp:

En la playa hay diez palomas
Una gris come maíz
Una negra y colorada 

es feliz con la ensalada.
Una blanca y muy coqueta 

solo piensa en las croquetas.
Una que se llama Ana 

le pide a Ananda botana.
Una de plumas marrones 

se desmaya por turrones.
Una que se cree actriz 

no canta sin regaliz.
Una de color granate 

espera el pan con tomate.
Una que parece atleta 

le echa miel a la galleta.
Una que juega en la arena 

te pregunta por la cena.
Y la décima en su pico 

embarrado de cereza 

lleva una carta que dice, 

Ananda, pronto, regresa.

Mi hijita, todavía sin nombre

Todavía su mamá y yo no nos decidimos por un nombre, pero sabemos que será una niña. Debe nacer en octubre, ya veremos.

Por ahora se calma cuando pongo mi mano en la panza de su madre, que me llama para que la sienta y ella juega a los escondidos o a flechita stop y se queda quieta.

Parece que se la pasa dando vueltas porque en los ultrasonidos se ve en un tiovivo inagotable y las doctoras repiten que no se detiene. Un reguilete, dirían en Cuba.

No sé si se debe a que después será una niña tranquila o porque no se estará quieta, pero me da lo mismo. Por ahora, puedo decir que parece que también será amante de los chicharrones, porque su madre no vuela un turno cuando compro lo que aquí llaman morros fritos, dígame usted.

Si se pudiera pedir algo por el Día de los Padres, al menos los padres que se lo merezcan, yo pediría que mis hijas e hijo no estuvieran tan lejos unos de otros y que se adelanten los movimientos tectónicos y que amanezcamos un día de estos con los continentes pegaditos, para poder llegar caminando, sin necesidad de pasaporte ni de visa, ni de cuño ni de aduanas, a todos los lugares donde están mis hijas y mi hijo.

Lee los otros artículos de este especial por el Día de los Padres:

El eco de otro canto, de Israel Domínguez.

Bendita abuelidad, de Manuel García.

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