La visita del papa Francisco a Cuba

Por tercera vez en diecisiete años un Papa visita Cuba. Todos esos viajes han sido gestos extraordinarios de los jefes de la cristiandad católica para acercarse a los fieles, y también a los no creyentes, de nuestra pequeña isla.

Al igual que las visitas anteriores, esta tiene una triple significación: para el pueblo cubano, para la iglesia católica local y para el exilio. Con la peculiaridad de que este Papa habla nuestro idioma, pertenece a nuestro continente y tiene un mayor conocimiento de nuestra historia que cualquier pontífice anterior. Además, por su humildad y sensibilidad pastoral, se ha convertido en un líder no solo inmensamente popular sino alguien cuyas palabras son escuchadas con atención e interés por una parte importante del planeta. Lo que diga en Cuba no se quedará en Cuba.

Visitará el Papa el Santuario del Cobre, a rendir homenaje a la más universal de las cubanas: la Virgen de la Caridad. Con ese gesto, el Papa Francisco, cuyo predecesor Benedicto XVI la nombró Patrona de Cuba atendiendo a la petición de los mambises hace cien años, honra a quien los cubanos han venido honrando de manera especial por cuatro siglos. “Símbolo de cubanía”, ha llamado a la Caridad la historiadora cubana Olga Portuondo. El Papa quiere estar cerca de Cuba y, para ello, se acerca a ella.

Se hace generalmente tanto énfasis en la unidad del cubano que se nos olvida otra importante realidad: Cuba es, además, un país plural. Nuestro pueblo es plural en su composición étnica, en su sentido de pertenencia geográfico, en su estatus socioeconómico, en su manera de entender el pasado y enfrentar –y desear– el futuro. Hay muchos matices en las convicciones políticas de nuestros ciudadanos y hay muchísimas personas con inquietudes espirituales que buscan respuestas en una fe que va más allá de los presupuestos científicos, los manuales teóricos, o la experiencia cotidiana.

Y he aquí la principal importancia del viaje papal. El gobierno de Cuba ofrece a Francisco importantes plataformas –espacios públicos de prestigio, acceso a los medios masivos de comunicación— para presentar ideas, compartir visiones y sugerir soluciones que no son las ortodoxas y oficiales del régimen político. Esto es significativo, pues permite al pueblo cubano escuchar, abiertamente y desde lo alto, otras maneras de pensar distintas a las que diariamente se transmiten a la población, todo ello dentro de un marco de respeto y hasta admiración. Es, por otra parte, un reconocimiento por parte de las autoridades cubanas de que un pedazo de nuestro pueblo piensa y siente distinto de la ideología oficial. 

Para los católicos cubanos la visita tiene una significación muy entrañable. Se trata de un padre que, aunque encargado de altísimas responsabilidades de la iglesia universal, viene a conocer y visitar personalmente a sus hijos dispersos. A brindarles solidaridad y ánimo. A confirmarles que van por el buen camino y que deben perseverar en él. A pesar de los pesares.

Además, en la medida en que la iglesia organiza un evento nacional de tal magnitud, esta institución –el único organismo no oficial dentro del país capaz de acometer tal reto— adquiere más experiencia en tareas de logística y organización, esfuerzos que contribuyen a formar líderes y crear mecanismos fluidos, coherentes y estables de transmisión de ideas y ejecución de actividades. Esto, a su vez, fortalece a la iglesia como institución, reanima a sus miembros, vigoriza a la incipiente sociedad civil.

Para el exilio, en fin, la visita de Francisco es un evento clave y definidor que le permite a muchos que aún no lo han hecho regresar a la isla: querida, sí, pero con recuerdos imborrables de salidas traumáticas, incomprensiones e injusticias que dejaron heridas profundas difíciles de cicatrizar. La visita del Papa ablanda corazones, ilumina lo mejor de nuestros sentimientos y logra que muchos cubanos tomen el camino del regreso. He leído en la prensa que el Arzobispado de Miami organiza un grupo de 200 peregrinos. Muchísimos otros más participarán de forma individual o en pequeños colectivos desde diversos estados de la Unión y otros países. Con ello se facilitan los reencuentros necesarios para hacer que Cuba se parezca cada vez más a sus vecinos. Para llegar a ser un país normal. Ni más ni menos. ¡Gracias, Francisco!

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*Emilio Cueto, cubano, abogado jubilado del Banco Interamericano de Desarrollo. Coleccionista, reside en Washington, donde ha erigido un museo personal de objetos relacionados con Cuba, durante más de 20 años. Es autor, entre otros volúmenes del libro La Virgen de la Caridad del Cobre en el alma del pueblo cubano (2014), una enjundiosa compilación de la huella de la Caridad en las más diversas manifestaciones de la vida cubana.

 

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