Las últimas confesiones de Monseñor Céspedes

Monseñor Carlos Manuel de Céspedes. Foto: Virgilio Ponce

Monseñor Carlos Manuel de Céspedes. Foto: Virgilio Ponce

Monseñor Carlos Manuel de Céspedes no vivió el 17 D. Su lamentable deceso en enero de 2014 lo privó de conocer el anuncio que los Presidentes de Cuba y Estados Unidos hicieran ese día sobre el inicio de un proceso que normalizaría las relaciones entre los dos países.

El sacerdote e intelectual que tanto hiciera para tender un puente entre la Iglesia y el Estado Cubano y entre sus compatriotas de una y otra orilla del Estrecho de la Florida y de otros lugares como España, dejó lo que serían sus últimas confesiones en un libro que bajo el título de Monseñor Carlos Manuel de Céspedes se confiesa, contiene las entrevistas que le hicieran en diez sesiones de trabajo los periodistas Luis Báez y Pedro de la Hoz.

Tampoco Luis Báez tuvo oportunidad de ver el libro publicado. Murió antes que este viera la luz. Monseñor, por su parte, revisó y aprobó las transcripciones del volumen, publicado por la Editorial Abril y que extrañamente ha sido poco o nada comentado en los medios cubanos, a pesar de su extraordinario interés testimonial.

Con la divisa de que acotaban “algo que por experiencia en el oficio hemos sabido: no hay preguntas indiscretas, depende de las respuestas”, Báez y de la Hoz aseguran en su texto introductorio que les pareció retadora la idea de lanzarse a fondo con una agenda amplia, diversa, donde cabría abordar -más que metafórica, literalmente- lo humano y lo divino.

Monseñor, aseguran los periodistas, estuvo de acuerdo y con su proverbial sentido del humor comentó:”Luis y Pedro estoy listo. No sé qué preguntas me harán, pero sí sabré cuáles puedo responder. Soy un individuo transparente, no tengo misterios”.

De esta manera, el sacerdote y también escritor y académico de la lengua, habla en la primera sección del libro de sus impresiones durante aquellos años en que la Iglesia y el Estado cubano tuvieron tan difíciles relaciones.

“Era, dice, muy doloroso para mí y para todos los sacerdotes llegar a misa el domingo y ver que alguna familia se despedía porque se iba del país. Fueron disminuyendo paulatinamente. Pero por otro lado el legado que me ha quedado -y creo también que a todos los que vivieron esa etapa en Cuba como sacerdotes- fue el de la tremenda cercanía con nuestros feligreses. Eran familias muy colaboradoras y llegamos a tener grandes amigos.”

Según refiere Monseñor, la mayoría de los católicos cubanos no miraba con simpatía al gobierno de Batista pero lo que les sorprendió y disgustó mucho fue la adopción del marxismo soviético de aquellos tiempos “que no era, como sabemos, el marxismo de Marx en estado puro, sino el marxismo tal como lo había tratado de poner en práctica Lenin y que luego fue filtrado y cocido por Stalin y nos lo sirvieron en las bandejas de Jruschov y Brezhnev. Se conocía la historia de lo que había pasado y persistía en Europa del Este”.

En otro momento del libro, Carlos Manuel opina sobre el Papa Francisco quien, como se sabe, jugó un importante papel en el acercamiento entre Cuba y Estados Unidos, y afirma: “…en el papa Francisco, obispo de Roma, todo apunta, hasta ahora, hacia una dirección sumamente esperanzadora para la Iglesia Católica y para el resto del mundo, en el que la Iglesia está presente y lucha por encarnarse de la manera más evangélica posible”.

Sorprende la capacidad del sacerdote para analizar con moderación pero también con entera libertad los numerosos asuntos, desde la política hasta la literatura, sobre los que fue interrogado.

Aseveró que la ley de ajuste cubano le parecía “un disparate jurídico soberano y una manipulación carente de ética. Pero añadió: “pienso que debe haber libertad para emigrar de cualquier país, con las limitaciones imprescindibles que pueda exigir el bienestar del pueblo. Si hay leyes especiales de inmigración en Estados Unidos deberían ser iguales para todos los extranjeros”.

Especialmente interesantes resultan sus testimonios sobre algunas de las figuras más prominentes de la literatura cubana. Describe la muerte de Dulce María Loynaz y también la de la emigrada Lydia Cabrera.

De esta última cuenta que era muy habanera: “vivía en Miami, pero siempre tuvo en su mente y en su escenario interior a La Habana y sus lugares misteriosos de Pedro Betancourt. Ni siquiera diría que a Cuba entera. Cuentan que en el momento de morir estaba sentada en un butacón y con voz cansada dijo Habana. Habana. Habana” y añade que no le consta que sea cierta esta anécdota, pero en el caso de que fuera real siempre le resultó sobrecogedora.

Se refiere también a la década del setenta, años de ostracismo sufridos por sus amigos Cintio Vitier y Fina García Marruz, entre otros escritores, por el solo hecho de ser católicos y afirma que esa etapa la recuerda con mucha amargura “porque recibíamos un castigo que no merecíamos”.

Habla de Virgilio Piñera, que no era católico, de quien dice: “fue literalmente aplastado, pero su reacción fue la de mayor riqueza. Un ejemplo que ilustra todo eso es su última pieza de teatro, Dos viejos pánicos, premiada por Casa de las Américas”

El libro finaliza con las revelaciones del sacerdote acerca de sus contactos con algunas figuras de la política cubana, entre ellos, Fidel y Raúl Castro.

A Raúl lo define como un hombre sencillo y sumamente afable mientras califica sus relaciones con Fidel como “muy buenas”.

Ante la pregunta de si creyó siempre en él, Carlos Manuel responde: “Creer, creo en Dios” pero añade que siempre tuvo confianza en Fidel.

La entrevista culmina cuando de la Hoz y Báez preguntan a Monseñor si Fidel irá al cielo o al infierno. Y he aquí el colofón: “Eso -responde- solo lo sabe Dios. Yo le deseo que vaya al cielo y oro por él y por todos. Además la bondad de Dios y su amor misericordioso me obligan a pensar que el infierno debe estar bastante vacío”.

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Este lunes 29 de junio el proyecto Cuba Posible lanzó el Premio por el servicio a la nación Monseñor Carlos Manuel de Céspedes, instituido para resaltar la obra de “personas e instituciones que han contribuido a la promoción de los valores humanísticos, al diálogo como metodología para toda gestión social, y al patriotismo como virtud nacional.”

Inspirado en el ideal de “Casa Cuba”, descrito por Céspedes y que no es más que el entendimiento de la Nación como un espacio donde caben todos sus hijos, el premio será anunciado el próximo 15 de julio, natalicio 79 de quien fue vicario del Arzobispado de La Habana.

Según los coordinadores de Cuba Posible, el galardón “no se otorgará con una periodicidad establecida, sino cuando el Consejo de Dirección lo considere pertinente. Sin embargo, siempre será entregado un 10 de octubre, en conmemoración al inicio de nuestra gesta independentista, protagonizada por su tatarabuelo, el Padre de la Patria”.

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