Remedios, la endemoniada

La Iglesia Mayor San Juan Bautista, sede de varios exorcismos en Remedios. Foto: Mauricio Escuela.

La Iglesia Mayor San Juan Bautista, sede de varios exorcismos en Remedios. Foto: Mauricio Escuela.

Pocas ciudades de Cuba tienen el infortunio de contar con una larga data de demonios, muchos de ellos documentados por actas oficiales que dicen atestiguar la presencia de estos seres angélicos caídos.

El sabio cubano Don Fernando Ortiz, durante una visita que hiciera a la villa de San Juan de los Remedios, se percató de esa parte hasta entonces soslayada de lo que él llamó “nuestra edad media cubana”, un tiempo oscuro y plagado de creencias que aún tiene resonancias en el presente.

Amigo del legendario folclorista y periodista remediano Pedro Capdevila, Ortiz hilvanó su ensayo “Historia de una pelea cubana contra los demonios”, uno de los más controversiales libros sobre demonología en Latinoamérica, que narra, a través de indagaciones en la pepelería de la Iglesia Mayor de la villa y de la propia tradición universal, la ocurrencia en Remedios de posesiones maléficas durante la segunda mitad del siglo XVII, labor investigativa que apoyó Capdevila como fiel guardián de muchos de los conjuros e historias locales que convierten a Remedios en un referente universal demoníaco.

Todo comienza en el siglo anterior, el XVI, cuando la naciente ciudad surge como un feudo personal del noble español Vasco Porcallo de Figueroa, quien se negó a reconocer ante la Corona y la Iglesia el establecimiento del poblado, para así apoderarse de toda la ganancia producida por el comercio en el mar del norte de la isla.

Desde el inicio, se le negó a Remedios el título de villa, convirtiéndose en punto de encuentro de contrabandistas de todo el mundo europeo, desde holandeses hasta portugueses y judíos.

En muchas ocasiones este comercio con los “herejes” fue criticado por el cura de la parroquia local quien, sin embargo, era apaleado por los vecinos que vivían en “total libertinaje”. Abundaban los casamientos y las descendencias con los piratas y corsarios, así como los ataques a la villa pues nunca se quedaba bien con los ambiciosos lobos de mar. Ello le valió a Remedios ante la moral católica el calificativo de “herética”.

Foto: Mauricio Escuela.
La plaza Isabel II, vista desde el campanario de la Iglesia Mayor. Foto: Mauricio Escuela.

Alrededor de 1670 oficiaban en la villa dos párrocos, el padre Cristóbal Bejerano y José González de la Cruz. Ambos poseían hatos particulares alejados del asiento remediano y ansiaban mudar a los pobladores hacia las cercanías de sus propiedades por razones de beneficio económico. Una tercera posición, encabezada por el alcalde Jacinto de Rojas, era partidaria de mantener a Remedios en el sitio actual. Ya la última depredación de la villa en 1659, realizada por el corsario francés conocido como El Olonés, había dejado una huella devastadora no sólo física sino moral entre los habitantes.

De ese miedo y de la superchería se valió José González de la Cruz, quien gozaba de varios cargos que le investían de credulidad ante los remedianos: cura rector de la parroquial, vicario juez eclesiástico, comisario del Santo Oficio de la Inquisición y de la Santa Cruzada.

La historia registra que el día 4 de septiembre a las 9 de la mañana ocurrió en los predios de la Iglesia Mayor un hecho insólito: el exorcismo de una negra esclava llamada Leonarda, quien supuestamente poseída por Lucifer le habló al padre De la Cruz.

Un acta que aún se conserva, levantada por el entonces Notario Público del Juzgado Eclesiástico Bartolomé Díaz del Castillo narra lo acontecido aquel día. Según el documento, además del personaje bíblico estaban dentro de la esclava 25 legiones de demonios. El acta recoge las presuntas afirmaciones de Lucifer por medio de la esclava:

“Yo, Lucifer, juro a Dios todopoderoso y a la Virgen María y San Miguel y a todos los Santos del Cielo y a vos que obedeceré todo lo que han de mandar los ministros del Dios en su nombre para honra suya y libertad de esta criatura; y si por ventura quebrantare este juramento quiero que Satanás sea mi mayor contrario y que se acrecienten más mis penas 70 veces de lo que deseo. Amén”.

En el acta original de la iglesia dice por separado Lucifer y Satanás, a Ortiz le llamó la atención y en su indagación sobre demonología terminó concluyendo que ambos no eran considerados el mismo demonio, sino demonios separados, al menos en la tradición que estudiaba a los ángeles caídos.

El acta recoge también que sobre los hijos de la ciudad pesaba una maldición generacional, producto de los muchos pecados de los padres y abuelos, que entraron en tratos con los herejes (piratas) en el siglo anterior y que había por eso una puerta del infierno, sobre la colina de la cabaña a poca distancia de la ciudad, en la cueva situada junto a la mata de güira de la Sra. Juana Márquez conocida como “La Vieja”.

Este hecho, consumado según los rituales de la Iglesia y por tan alta “dignidad” como un miembro del Santo Oficio, llenó de pavor a muchos remedianos. Las discordias se encendieron y, aunque la mayoría permaneció en la actual ciudad de Remedios, una parte la abandonó para fundar lo que hoy se conoce como Santa Clara en 1689.

Entonces comenzó un periodo de lucha entre ambos asentamientos enemigos, que incluyó el incendio de la villa remediana en 1690 de manos de Luis Pérez de Morales, alcalde santaclareño y otros tantos, quienes sólo dejaron en pie la Iglesia y la Casa del Regidor.

La porfía se extendió por algunos años más, hasta que el Gobernador General emitió una cédula reconociendo la existencia legal de ambas villas y los límites jurisdiccionales. Así Remedios sobrevivió a los demonios.

La historia registra que los restos del odiado cura De la Cruz desaparecieron misteriosamente una vez fallecido por muerte natural. Don Fernando Ortiz en su libro “Historia de una pelea cubana contra los demonios” recoge las palabras del Obispo de la Isla Morel de Santa Cruz, quien en el siglo XVIII dijera con respecto a lo sucedido: “Fue una comedia digna de un teatro de feria”.

Mentira o verdad, otros registros demoníacos acontecieron hablan de acontecimientos de este tipo en la también conocida como villa “de la tierra colorá”.

Don Facundo Ramos, médico y periodista español asentado en la villa remediana a partir de 1873, escribió entre 1895 y 1896 los resultados de sus investigaciones en torno al pasado de la ciudad, artículos que él llamó “Cosas de Remedios”.

Él registró la historia de la joven María Manuela, quien vivió a fines del siglo XVIII, y habría sido la siguiente víctima de las posesiones de demonios. Más tarde se le conoció con el sobrenombre de “La Rondona”.

Bella y vanidosa, era amante de salirse con la suya. Como era de familia adinerada sus padres siempre le daban todos los gustos. Una vez su madre le pidió 7 reales prestados y ella con soberbia se los negó y dijo: “¡Siete legiones de demonios es lo que tengo dentro del cuerpo!”.

Desde ese día María Manuela enfermó, tuvo convulsiones, perdía la memoria y le daba por escupir constantemente. Luego sacaba la lengua involuntariamente y se lamía, como si fuese un animal. Adelgazó tanto que estuvo a punto de morir, por lo que su familia decidió hacer algo urgente y llamaron al padre Marcos García para curarla “por la Iglesia”. Este cura la exorcizó varias veces tanto en la casa familiar como en la Iglesia Mayor. Decían que cuando estaba en ese trance nunca respondía por su nombre, pero sí ante el llamado de demonios como Belcebú, Lucifer, Satanás, etcétera.

La historia de María Manuela conmocionó a la villa, todos deseaban que la chica se curase y las sesiones de exorcismo se hicieron más frecuentes. Cuando el padre García llamaba a los diablos a salir, estos respondían que por qué parte del cuerpo quería que se fuesen y el cura siempre dijo que por donde no hicieran daño.

Una vez los demonios anunciaron que si se iban de “La Rondona” era para entrar en el cuerpo del Sacristán. Este salió corriendo aterrorizado hacia una pila de agua bendita.

Al fin salieron los diablejos de dentro de la chica, el último de los cuales lo hizo por un dedo del pie, y dejó un olor a azufre en toda la casa. Luego, María Manuela se hizo muy religiosa y todas las mañanas iba a la Iglesia y rezaba más que nadie, porque decía que de lo contrario los demonios se la llevarían en cuerpo y alma.

Cuando murió, hay versiones de la historia que dicen que abrieron el cuerpo de la mujer ya mayor y encontraron que no había órganos, sino una masa dura y compacta donde no se distinguía una parte del cuerpo de la otra.

Foto: Mauricio Escuela.
Altar principal de la Iglesia Mayor San Juan Bautista. Foto: Mauricio Escuela.

Un demonio apareció en la tarde del mes de septiembre de 1801 cuando sucediera en la villa un impactante asesinato. Don Isidoro Manso y su mujer vivían en la calle Amargura, hoy conocida como Alejandro del Río y era muy celoso de su pareja, quien por su devoción católica se la pasaba todo el día confesándose con el padre Jerónimo de Tordesillas, hasta que un buen día y ya cabreado por los comentarios de la gente, Manso tomó un trabuco y se fue hacia la Iglesia del Santo Cristo y mató por la espalda al cura. El autor del crimen salió huyendo desde el templo hasta su casa, mientras un diablillo lo perseguía dando voces por toda la calle Amarguras.

El asesino murió en prisión, mientras la gente se preguntaba de dónde había salido aquel delator tan espectacular, que a pleno pulmón y en la luz del día delató a Don Isidoro.

En 1819, un joven libertino y famoso por sus calamidades que avergonzaban a su familia fue a confesarse con el cura. Su nombre era Don Agustín González, quien tras oír la réplica del sacerdote se arrepintió de sus barbaridades y se metió en su casa sin probar bocado ni hablar. Así estuvo el resto de su vida, mientras la gente lo llamaba “El Santo”.

Solo una yema de huevo tomaba cada mediodía, hasta que se lo llevaron al poblado de Mayajigua, donde murió entre la admiración de todos. Este ser había perdido la sensibilidad, le clavaban alfileres y no los sentía ni entrar ni salir y lo llevaban en una litera hacia todas partes.

El último indio que merodeó Remedios, llamado Luis Beltrán, tomó dimensiones de demonio frente a la imaginación popular. El conocido como “Indio Martín” era un forajido y asesino capaz de andar 15 o 20 leguas en un día. Su único alimento eran las lenguas de las vacas. En cierta ocasión se robó a una niña de 8 años llamada Dionisia Ruiz, a la que enseñó a hablar una lengua extraña y que adquirió costumbres de forajida.

Los remedianos, armados de valor, tuvieron que ir en partida contra el indio y un negro de apellido Lara fue quien mató al temido “diablo”, en un combate cuerpo a cuerpo, que terminó con la cabeza de Martín cortada y puesta sobre un pico. Esto sucedió a mediados de siglo XIX, cerca del poblado de Santa Fe.

La historia de los demonios se extiende hasta la actualidad, cuando las personas aluden a que Remedios no ha tenido el desarrollo que debiera por la maldición que pesa desde la cueva situada en la colina “La Cabaña”, junto a la casa de Juana Márquez “La Vieja”.

Todavía en 1980, cuando la se hizo la declaratoria de Ciudad Monumento Nacional, la entonces Historiadora Natalia Raola, quien no estaba de acuerdo con la fecha de fundación de la ciudad acordada por la Asamblea del Poder Popular, dijo que eso costaría caro. El día de la investidura remediana, en pleno Teatro Madrid, un tornado proveniente de la colina de “La Cabaña” entró en el pueblo, levantó el techo de muchas edificaciones e interrumpió la ceremonia.

 

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