Ser del Caribe o una llama que nunca se apaga

He visto de todo en la Fiesta del Fuego…

A la reina del carnaval de Aruba y a un desborde de merengue dominicano, Enramada abajo. Al Nobel de Aracataca, García Márquez, firmando autógrafos hasta en la espalda y a las cinturas rompiéndose al ritmo de los tambores venezolanos de San Millán.

A Totó La Momposina llorando de emoción en el Teatro Heredia y al sable de Toussaint  Louverture gritando desde una vitrina. A los muñecos gigantes de Pernambuco (Brasil), a los gauchos del Sur, al Coro de Bahamas.

A tres mujeres del Caribe rindiendo al mundo: a la Sonia inolvidable, a la Silvestre y su tarde. A Lucecita Benítez, la boricua jíbara y su alabanza. Y a capella trovando, Sara González, que hoy descansa para siempre -o se agita  para siempre-, en las aguas de la bahía habanera.

A una werken (mensajera) mapuche hablando de Caupolicán y a una veneciana imitando el canto de los gondoleros. Al Quijote del Caribe, el poeta Jesús Cos Causse, diciendo que su abuelo vino en una calabaza, que un esclavo se ahorcó en el framboyán más hermoso de la tierra.

A la stell band de Trinidad Tobago tocando el Ave María de Schubert.

A Luis Carbonell pintando olas a palabra alzada.

A un diablo de paja quemarse frente al mar.

A una ciudad irse detrás de una corneta china.

A unos labios fundando continentes.

He visto de todo…

Razones para un Festival 

El Festival del Caribe, también llamado Fiesta del Fuego, comenzó a principios de los ochenta como una descarga  de las artes escénicas, como un gran pasacalle, como un sueño… y es ahora mismo, una olimpiada cultural. Ha tenido varios nombres, pero siempre ha sido una fiesta.

El Caribe no es postal de palmeras, no es un fenómeno geográfico. Es un lugar de choques y encantamientos, de encuentros y diásporas, de soles y de lágrimas.

El Caribe va siempre con su gente a todas partes: a Campeche y Margarita, al Canal y a Belice, a Montego Bay y Cartagena; pero también a la Florida y la Louisiana, a Nueva York y París, a Londres y Montreal. Va con su gente, con su caos y su euforia.

El Caribe es una artesa donde se funden todos los colores, todos los sabores. Es un espacio sin guerras ni odios, un ejemplo de convivencia plural de idiomas y de razas.

Aquí se habla en español y bolero, en inglés y calipso, en salsa y en sancocho, en papiamento y maíz, en caña y en creole. Aquí se habla hasta en cueros.

Joel James Figarola, director de la Casa del Caribe, artífice del Festival, siempre dijo que salvar la cultura popular  de los pueblos del Caribe, era salvar su independencia, salvar su espíritu.

Lo que sale de las piernas y del pecho no necesita escenario ni reflectores, vive en las calles. No hay viento que lo apague. El pueblo hincha las velas con sus propios pulmones.

Solo una advertencia sobre el Caribe, como hiciera Nicolás Guillén con la guitarra: “Cuidado, suena”.

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