Tres Papas y un país

En 1998, más de quinientos años después de la llegada del catolicismo a Cuba, y del reinado de más de 50 papas, uno de ellos, Juan Pablo II, visitó Cuba, otro, Benedicto XVI, lo hizo en 2012, y el próximo mes llegará Francisco. Sucesivamente en 17 años, tres pontífices habrán visitado la Isla. ¿Qué los atrae?

Probablemente los papas asumen que en Cuba tienen un servicio por realizar, y una misión que cumplir. Aunque pequeña en comparación con otros países latinoamericanos, aquí hay una grey católica, y una iglesia. Es preciso asistirlos.

Hay también un pueblo que es necesario comprender y ayudar para superar una dilatada y difícil etapa de magnos proyectos, vicisitudes colosales y nuevos planes. Entre ellos los esfuerzos por construir una nueva sociedad, las carencias derivadas de un bloqueo comercial y financiero que ha durado más de 50 años y más recientemente, el empeño por rectificar y actualizar sus metas y los modos de alcanzarlas.

Hay en la Isla una comunidad humana, conocida y respetada por sus realizaciones, sus proyectos, su valor y optimismo, y por el impacto de su liderazgo. Ellos, ya sean católicos, santeros, protestantes, espiritistas, afectos a otros cultos, agnósticos o ateos, merecen nuevas oportunidades y márgenes para realizarlas. Juan Pablo II sintonizó a la Iglesia con aquellas realidades al demandar: “Que Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba…”

Los viajes papales tienen un contenido obviamente misionero. Basta su presencia y su mensaje para promover la fe, acreditar la Iglesia, y aunque explícitamente no se realice una labor de proselitismo, el liderazgo espiritual que emana de su investidura y la autoridad que le confiere encabezar a la más importante estructura de la sociedad civil mundial, sumado al carisma y a las simpatías personales de cada uno, ejercen influencia en la difusión del mensaje evangélico y refuerzan la esperanza.

Después de cada visita papal, Cuba ha sido la misma y otra. En el plano interno se ha mostrado más desinhibida y esperanzada, y desde el extranjero, probablemente haya sido mirada y apreciada de otra manera. Tal vez los papas hayan influido en que los críticos se tornaran más indulgentes, los defensores más apasionados, y los adversarios más tratables.

Nadie debería preguntarle al Obispo de Roma si medió o interpuso sus buenos oficios entre Cuba y los Estados Unidos. Los curas, habituados por sus votos al silencio y al respeto por los secretos, nunca contarán cómo el Sumo Pontífice contribuyó a fomentar el clima de avenencia que permitió a los representantes de Cuba y Estados Unidos dialogar hasta alcanzar acuerdos históricos.

Si ese fuera su único aporte es más que suficiente para apreciar su talento y sensibilidad, y agradecer el gesto. Su obra está hecha, hacerla avanzar corresponde a otros, en especial a los presidentes Raúl Castro y Barack Obama y sus colaboradores, que superando la incomunicación que duró más de 50 años, han realizado en meses lo que hasta diciembre de 2014 nadie podía imaginar. Tal vez se trata de un milagro.

El papa llegará a Cuba unos días después de que el 14 de agosto lo haga el secretario de estado John Kerry, y meses antes que probablemente lo realice el presidente Obama, que según diversas señales, antes de dejar la Casa Blanca, pudiera visitar la Isla. En Washington podrá contarle al presidente y al Congreso lo que vio en Cuba, y el clima político que percibió. Él sabe cómo hacerlo.

La primera vez que un pontífice abogó por la paz para Cuba fue en 1898, cuando el papa León XIII, autor de la encíclica Rerum Novarum, todavía el más importante documento social de la Iglesia, por intermedio de los nuncios en Washington y Madrid, algunos obispos norteamericanos, y personalmente, trató de influir en la Corona Española y en la administración del presidente William McKinley, para impedir que, a causa de nuestro archipiélago, ambos países fueran a la guerra.

Sus gestiones no tuvieron éxito pero quedó el legado. En la saga de una historia plagada de contradicciones y desencuentros, aunque también de momentos magníficos como los aportados, entre otros, por el presbítero Félix Varela, los padres Sardiñas, Carlos Manuel de Céspedes García–Menocal, y el cardenal Jaime Ortega, llega Francisco a Cuba. Bienvenido seas.

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