Tinta añeja: Raúl Roa, el periodista antes del canciller

La telúrica impronta de Roa como canciller cubano opaca en muchas de sus reseñas biográficas, su fértil actividad intelectual y, en particular, su agudo periodismo.

El político, académico y periodista cubano Raúl Roa en 1961. Foto: Jack de Nijs / Anefo / commons.wikimedia.org

El político, académico y periodista cubano Raúl Roa en 1961. Foto: Jack de Nijs / Anefo / commons.wikimedia.org

La telúrica impronta de Raúl Roa como canciller cubano opaca en muchas de sus reseñas biográficas, su fértil actividad intelectual. Su nombre se repite invariablemente con el apelativo de “Canciller de la Dignidad”, ganado al calor de las lides diplomáticas de los años 60 en la ONU, la OEA y otros foros internacionales.

La encendida oratoria de Roa, quien naciera en La Habana en 1907 y dejara de existir en la propia capital cubana 75 años después, lo convirtió en una de las figuras más visibles y seguidas de la naciente Revolución Cubana, como ya lo había sido antes del movimiento estudiantil en la convulsa década del 30.

Sin embargo, detrás de su compromiso político y su carácter agitador –que contrastaba sobremanera con su figura enjuta– había una sólida cultura que le permitió brillar lo mismo en la docencia universitaria, el ensayo histórico y el periodismo.

Roa, que fue profesor dentro y fuera de Cuba, decano de la Facultad de Ciencias Sociales y Derecho Público de la Universidad de la Habana, delegado a no pocos congresos y conferencias internacionales –entre ellas la Asamblea General de la UNESCO de 1951–, y Director de Cultura del Ministerio de Educación cubano a fines de los años 40, fue también un periodista aguzado, frontal, combativo. Pero a la vez finamente atinado y culto.

Raúl Roa en su juventud. Foto: segundacita.blogspot.com
Raúl Roa en su juventud. Foto: segundacita.blogspot.com

El catálogo de publicaciones que contaron con la agudeza de su pluma es amplísimo. Fue redactor del periódico Línea, órgano del Ala Izquierda Estudiantil –en la que coincidió, entre otros, con Pablo de la Torriente Brau–, y colaborador del suplemento literario del Diario de la Marina y de las revistas Orto, El Fígaro, Social, Alma Mater, la Revista de Avance y Bohemia.

Además, publicaron textos suyos otros importantes medios cubanos de la época como El Mundo, Ahora, El País, Pueblo, Índice y Mediodía, e, incluso, publicaciones de países latinoamericanos como México, Costa Rica y Colombia.

Esta obra, recogida parcialmente en libros y aplaudida por sus contemporáneos, mereció el reconocimiento del gremio periodístico cubano, que le otorgó dos de sus principales premios del período republicano: el Juan Gualberto Gómez en 1956 y el Justo de Lara en dos ocasiones: 1955 y 1957.

Precisamente uno de sus trabajos premiados vio la luz hace 64 años en las páginas del diario El Mundo, en el que aborda la conquista y colonización de América por España y sus implicaciones y resonancias culturales varios siglos después. Sirva entonces como ejemplo de su periodismo agudo y preciso y, al mismo tiempo, como el necesario abordaje de un tema que aún hoy mantiene intacta su vigencia.

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12 de octubre

Hoy es, oficialmente, el Día de la Raza. ¿De qué raza? Cuando las naos españolas hienden las doradas arenas de América –imagen concreta de un sueño milenario–, sus tripulantes traían ya en las venas, fundidos, metales de diversos yacimientos y de varios quilates. Raza, por otra parte, como ha dicho Fernando Ortiz, es una mala palabra. Alude a caballo, a borrego, a buey. De sus implicaciones políticas se percató Hitler y a punto estuvo de arrebañar a los hombres bajo la totalitaria férula del pedigrí ario. Más que al ámbito de la vida humana, el concepto de raza pertenece al reino de la zoología. Dejémosla ahí, tostándose en su propio fuego.

Ni siquiera sería apropiado festejar el 12 de Octubre como el Día del Descubrimiento. Sin menoscabar ni ensombrecer la prodigiosa proeza de Cristóbal Colón, hay autores y autoridades que discrepan al respecto. Convienen, unánimemente, en reconocer al audaz genovés como protagonista del acto material que incorpora el Nuevo Mundo a la historia y redondea la tierra; disienten, empero, con pareja unanimidad, en cuanto a que esa fuera la primigenia intención que lo impulsara a desafiar mares hasta entonces ignotos. Algunos van más lejos. Afirman y sostienen, con impresionante despliegue dialéctico, que en vez de descubrirla lo que hizo Colón fue contribuir a encubrir y cubrir a América durante cuatro siglos.

De ahí que juzguen más pertinente evocar hoy los genuinos timbres de la cultura hispánica que las dudosas glorias de la conquista y de la colonización. No podríamos renegar de aquella sin negarnos a nosotros mismos. De esta abjuramos, definitivamente, al adquirir conciencia de nación y emanciparnos en la búsqueda de nuestro propio destino. Si España forma ya parte de nuestra historia y nosotros de la suya, somos ya distintos y andamos por nuestra cuenta, aunque todavía cargando viejos y nuevos hierros, servidumbres y miserias. Española es la lengua que hablamos y escribimos; pero americano es el espíritu que le infunde sentido y objeto al cristalizarse en forma de vida. Y esa es, justamente, la grandeza de España como potencia colonial: haber engendrado con su lengua un espíritu que, al disputar y conseguir el albedrío, asegura y garantiza la continuidad de la cultura de que proviene. Aquello, como diría José Martí, ya también va con esto. Como nadie, lo intuyó Miguel de Unamuno al ensalzar las épicas hazañas de Don Quijote Bolívar.

Día de la Cultura es Día del Espíritu. Se repelen y antagonizan los cuerpos políticos y los imperios económicos. Se atraen y conviven los valores del espíritu. La cultura es punto común de referencia de las agonías y esperanzas del hombre y obligado abrevadero si es raíz de la lengua. En ese campo nuestra América ha sido, es y seguirá siendo, so pena de traicionarse a sí misma, española con acento impar, trasfondo indígena, elan criollo y aluvión africano. Como España solo ya podrá subsistir en plenitud histórica y cultural, si fertiliza su espíritu con jugos americanos, completándose a sí misma al librarse de las ataduras que la han convertido, paradójicamente, en colonia última de su imperio esfumado. El mito de la Hispanidad es únicamente eso: un mito.

Día de España y de América es, debía ser, el 12 de octubre. No me refiero, parece ocioso advertirlo, a deleznables estructuras temporales de allende y aquende el proceloso océano que señoreó Colón y surcaron, en pos de aventuras, riquezas y fama, los grandes capitanes de España. Eso, por fuerza, es transitorio y perecedero y, cualquier mañana, se derrumba.

No me refiero a eso. Me refiero a las sustancias creadoras de España y de América, a su cuantioso aporte a la cultura, a la vocación de libertad de sus pueblos, a lo que representa y significa su espíritu en tiempos en que campean, azuzados por Mefistófeles y Shylock, el escudero Sancho Panza y el zafio Tirano Banderas. Hoy es, debía ser, Día de América y de España. De lo mejor de España y de lo mejor de América. Día en que se dan la mano los comuneros de Castilla y los vencedores de Ayacucho, Miguel de Cervantes y Rómulo Gallegos, Antonio Machado y Rubén Darío, Santa Teresa y Sor Juana Inés de la Cruz, Baltasar Gracián y Andrés Bello, Miguel de Unamuno y José Martí.

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