Un invento cubano contra los ciclones

Foto: Jorge Luis Baños (IPS)

Foto: Jorge Luis Baños (IPS)

Desde tiempos inmemoriales los ciclones tropicales han hecho de Cuba, junto a otras islas del Caribe, los Estados Unidos y México, los principales blancos de sus trayectorias. Ya los pobladores taínos de Cuba los denominaban como “espíritus del mal” y los mayas, con el mismo sentido, dieron nombre a ese maléfico dios, llamándole “Huranken”, el dios de las tormentas, devenido hoy en Huracán, Hurricane o Ouragan, en las tres lenguas modernas principales que se hablan en nuestra área.

La necesidad de protegerse y sobrevivir a esos terribles vientos junto a las lluvias torrenciales, convirtieron a las cuevas en el primer refugio natural de los aborígenes. Las cuevas permitían la vida normal por un tiempo más o menos prolongado e incluso permitían cocinar y hacer otras labores, pero en los lugares donde no habían cuevas cercanas o que tuvieran las condiciones necesarias, la inventiva poco a poco floreció.

Y de ahí surgió un invento netamente cubano: el Varaentierra.

En tiempos antiguos se le llamó Bahío o Bohío, o también Rancho de Vara en Tierra. Sin embargo, el uso popular fue reduciendo la frase a simplemente “Varentierra”.

Se trata de una especie de habitación más reducida, provisional e improvisada, que si bien en antaño era utilizada por los campesinos para preservarse de la intemperie o habitar transitoriamente, luego se convirtió en una construcción permanente que servía a los guajiros cubanos para protegerse de las tormentas tropicales o huracanes.

En tiempos normales funcionaban también para guardar vituallas, materiales, aperos de labranza y hasta sus cosechas.

Foto: Juan Carlos Dorado (Blog Los Pasos Encontrados)
Foto: Juan Carlos Dorado (Blog Los Pasos Encontrados)

 

El Varaentierra posee un techo de dos aguas, de yagua o guano, con la techumbre o cobija en forma de un ángulo diedro, como si fuese el techo o caballete de una casa sobre la tierra, a modo de naipe doblado por el medio y puesto bocabajo.

No tiene horcones ni paredes, sino sólo dos aguas o aleros que descansan en el suelo, sin más respiradero que la puerta de enfrente. Típicamente se construía en un terreno algo más elevado, para evitar la entrada de agua de lluvia a su interior. Usualmente se prefería para ubicarlo el fondo del bohío o un lugar cercano a donde viviera la familia, y se profundizaba su piso hasta un metro por debajo de la superficie. El techo bajo le permite escapar a los efectos del viento.

 

Un Varaentierra puede describirse prácticamente como un hueco en la tierra con un techo de dos aguas encima, o lo que pudiera decirse como “una casa sin paredes”. Sin embargo, dentro del rústico espacio se encontraban todos los medios necesarios para la convivencia y sobrevivir al paso de un evento meteorológico extremo.

Con un área de unos 12 metros cuadrados, y escasos metro y medio de altura, del piso al caballete, en el recinto se puede albergar a toda la familia y además a varios vecinos que pudieran llegar, según el tamaño que tuviese.

vara en tierra

 

Tengo una anécdota personal: si no hubiera sido por un Varaentierra yo no estuviera escribiendo estás letras ni se me hubiera visto nunca en televisión.

Cuando pasó el terrible huracán de 1926 en La Habana, en Jibacoa del Norte, hoy provincia de Mayabeque, mi abuelo materno, campesino español que labraba su finca allí, llevó a mi abuela y sus cinco hijos, entre ellos a mi madre que tenía sólo dos años, a guarecerse del huracán en el Varaentierra que había construido previsoramente tiempo atrás, cercano a la vivienda, como era la costumbre de la época.

Sin aviso previo y con el huracán soplando en plena intensidad, salieron del bohío para el refugio en cadena, agarrados de las manos. En el maremágnum que sobrevino, la que sería mi madre se soltó de la cadena  y se perdió. Mi abuelo, a duras penas, entre el fortísimo viento y la pared de lluvia que caía, con visibilidad casi nula, la encontró y llevó al refugio donde ya estaban los demás. Así salvaron sus vidas, pues el bohío en que vivía la familia quedó totalmente destruido.

El Varaentierra, es parte consustancial de la cultura arquitectónica de nuestros campos, pero casi se fue perdiendo junto a nuestros abuelos y bisabuelos. Varios años sin huracanes de importancia y la dinámica de la vida, tendían a acabar con su existencia. Pero una nueva etapa de actividad ciclónica iniciada en 1995 y la continuación de nueve huracanes de gran intensidad que azotaron a Cuba en pocos años, los han hecho renacer como una necesidad, un aporte de los campesinos cubanos a la protección de la vida ante el azote de los huracanes.

Nueva versión del Varaentierra, para protección en caso de huracanes. Foto: José Rubiera
Nueva versión del Varaentierra, para protección en caso de huracanes. Foto: José Rubiera

 

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