Una escalera al cielo

Foto: Alexandre Meneghini / Reuters.

Foto: Alexandre Meneghini / Reuters.

En poco más de un mes se cerrará un ciclo político en Cuba. El enroque de poder que el país vivirá a partir del próximo abril ha sido cuidadosamente organizado entre la dirigencia histórica de la Revolución que aún prevalece –combatientes del proceso insurreccional, militares y civiles– y los nuevos cuadros políticos de mayor rango–cincuentones–  que lograron llegar a ser lo suficientemente confiables como para acarrear, sin dudarlo, el valor político más cotizado para la ideología dominante en Cuba hoy: la continuidad.
Acaba de votar organizadamente, sin sediciones ni rifirrafes notables, el 82,9 por ciento del padrón electoral. Es cierto que la participación bajó unos siete puntos respecto a la votación de 2013, pero todos esos votos que siguen siendo una amplísima mayoría, serán interpretados, no por gusto y otra vez, en su valor refrendario.
De nuevo el pueblo de Cuba extiende un cheque en blanco. Y nuevamente el argumento de que esa multitud se conduce por miedo o por los mecanismos de la vigilancia y el control, vuelve a ser muy impreciso.
Las barajas que están hoy en el juego no son muchas. Desde hace años Raúl Castro ubicó en nuestra imaginación el escenario que ya comenzó a desarrollarse: no serían estrictamente las “razones biológicas” las que provocarían lo que algunos llaman el “postcastrismo” y que no es mucho más que una etiqueta para conversar sobre algo que no conocemos.
Contraria a la determinación imprevista de la muerte o la enfermedad inhabilitante, el jefe, gentil, con la ayuda de la Comisión de Candidatura encargada de no interrumpir el estado basal de la Asamblea Nacional, y la comprensión de sus compañeros directos y subordinados, se retira o se queda con una fracción del poder anterior (no pequeña, por cierto, al frente del PCC) para dar paso a alguien más (y más joven), aunque esa persona, quien sea, no acumule un fuerte liderazgo propio.
Miguel Díaz-Canel Bermúdez es el blanco del mayor número de apuestas y especulaciones, aunque no el único.
Pero que no sepamos nosotros a ciencia cierta quién encabeza la lista no es grave. Igual se lograrán los planes del traspaso de poder. En definitiva la ley electoral vigente prevé que la decisión que podría llevar a Díaz-Canel, o a otro, a los cargos de presidente del Consejo de Estado y presidente del Consejo de Ministros que la Constitución convoyó en 1976, no emana directamente del pueblo sino de la selección que realice la Asamblea Nacional.
No obstante, el pueblo no está fuera de esto. No del todo. El proceso eleccionario que acaba de ocurrir en Cuba le da un empujón a quien haya sido escogido para ser el sucesor: toda vez que los electores saben conscientemente, o lo han introyectado, que en Cuba no hay ni habrá sorpresas y han aprendido a bordar el paño de la paciencia con los hilos de “la lucha” cotidiana.
La gente suele conocer, o intuir, que sus votos, unidos o fragmentados, autorizan y legitiman de forma indirecta una distribución de poder y un modelo de gobierno cuyos nortes se mantendrán en sus rasgos esenciales después del 19 de abril. Los ciudadanos cubanos parecen saber distinguir consensuadamente entre lo que quieren arriesgar y lo que no, por más que algunos efectos de la prudencia fastidien al común de los mortales.
No se puede figurar el futuro si no se parte de esta terca realidad, que es mucho más precisa e indomable que cualquier otro deseo o interés personal, sea del color o el signo político que sea.
 

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