¿Una puerta para el diálogo Cuba-Estados Unidos?

Sería escandaloso que esas conversaciones de asistencia técnica sean lo único que Estados Unidos aporte tras la tragedia histórica que significa el incendio en la zona industrial de Matanzas.

Incendio en zona industrial de Matanzas. Noche del día 7 de agosto de 2022. Foto: Raúl Navarro González.

¿Puede el incendio en la base de supertanqueros de Matanzas motivar un acercamiento diplomático entre Cuba y Estados Unidos por lo menos para atender esta tragedia económica, medioambiental y humanitaria? Nadie puede decirlo con certeza pero posible es. De hecho, las primeras señales enviadas por la embajada estadunidense en La Habana y del viceministro cubano Carlos Fernández de Cossío apuntaron en esa dirección. A horas del siniestro, la misión diplomática estadounidense dijo estar atenta a pedidos del gobierno cubano, y cuando Cuba solicitó ayuda internacional ante las dificultades para controlar el fuego, Estados Unidos brindó ayuda técnica. Cuba lo aceptó y como han revelado el propio Cossío y la subdirectora del Departamento de Estados Unidos del MINREX Johana Tablada algunos intercambios telefónicos han tenido lugar para intercambiar información.

Seguro que esa colaboración es correcta. Sin embargo, sería escandaloso que esas conversaciones sean lo único que Estados Unidos aporte tras esta tragedia histórica. Lo ideal sería que Washington y La Habana encuentren una forma de cooperar como vecinos y que fijaran parámetros de colaboración humanitaria entre los dos países e incluso con proyección regional. Por ser el país más grande y tener una historia de intentos de desestabilización al gobierno cubano, incluyendo la presente política del bloqueo, Estados Unidos tiene la mayor responsabilidad por la iniciativa. Cuba, por su parte, es el país necesitado, debe estar dispuesto a aceptar asistencia por si los mejores ángeles del humanitarismo terminan por expresarse en medio de la violación flagrante, masiva y sistemática de los derechos humanos que la guerra económica de Estados Unidos contra Cuba representa.

Lo que Biden puede hacer con su autoridad presidencial

Si quiere ayudar al pueblo cubano o a las víctimas del siniestro y la pandemia en la actual coyuntura, el presidente Biden tiene suficientes herramientas legales para hacerlo unilateralmente sin que La Habana le entregue lista alguna de pedidos. Para empezar, Biden puede cumplir las promesas electorales que hizo de eliminar de un tirón las medidas punitivas tomadas por Trump restaurando las licencias generales para viajar a la Isla, contenidas en la orden presidencial de octubre de 2016. Si apenas quiere atender las consecuencias del incendio, Biden puede crear una licencia general que quite los fondos para perseguir operaciones financieras usando el dólar con destino a Cuba con propósito humanitario.

Esa postura de “noblesse obligue”, actuando con la dignidad de una potencia democrática no sería una excepción en la gestión de Estados Unidos. Serviría a su propio interés nacional. Tres buenos resultados pueden seguir. Primero, explorar un destrabe al atolladero que es hoy la política norteamericana hacia la Isla. Mientras más difícil y desesperada es la situación cubana, la política estadounidense aparece más inmoral, ilegal y contraproducente. Si alguna política ha dañado el poder suave estadounidense ha sido el espectáculo bochornoso de su guerra económica contra el pueblo cubano con el objetivo de obligarlo -desde el memorándum de Lester Mallory- por “hambre, desesperación y. caída del salario real” a derribar al gobierno. Nada de derechos humanos.

Segundo, mientras más aprietan las sanciones contra la Isla, más riesgos asume Estados Unidos de que una nueva oleada migratoria carcoma las posibilidades políticas del partido demócrata, exacerbando la polarización política en Cuba, Estados Unidos y Miami, una ciudad donde la violencia y el macartismo son regla. Emigrar del país de origen no es una decisión fácil. Típicamente, eventos dramáticos impulsan al migrante a dejar todo lo que tiene detrás. Esta Cuba afectada por la pandemia, seguida por una inflación galopante y ahora este fuego que destruye el depósito más importante de combustible del país parece el cuadro perfecto a mitigar. Además de mejorar la situación cubana y su propia imagen ante sectores relevantes de la población de la Isla, la ayuda estadounidense puede mitigar la severidad de la crisis que compele la inmigración irregular.

Tercero, un diálogo y cooperación humanitaria entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos puede servir de plataforma para grupos de la sociedad civil estadounidense y un acercamiento entre el gobierno cubano y su diáspora, donde sectores de diferente ideología convergen hoy en la necesidad de ayudar a las víctimas de la pandemia y este desastre inesperado por encima de las diferencias políticas e ideológicas. Se trataría de puentes, no solo entre los países, sino entre diferentes grupos de cubanos.

Ese acercamiento es hoy más importante en una Cuba que ya rebasa la era revolucionaria liderada por Fidel y Raúl Castro. Si completar la reforma económica es el reto más urgente para Cuba, el desafío más grande para el sistema cubano leninista de partido único es lidiar con los efectos descentralizadores y la pluralidad producidos por una transición a una economía mixta de mercado, en el hemisferio occidental, a solo noventa millas de Estados Unidos.

Malos entendimientos también son posibles

Es por lo menos plausible que entre la solicitud de Cuba de ayuda internacional y la comunicación de Estados Unidos que ofrece ayuda humanitaria si La Habana la pide específicamente nazcan malentendidos que solo se descifran poniendo la pregunta en el interlocutor. Es importante también recordar que las actividades relacionadas con la mitigación de desastres no tienden a ser prioridad fuera del país donde ocurren. Hay también una historia que justifica las suspicacias cubanas, pues Estados Unidos no se ha detenido ante nada para subvertir el orden político de la Isla. Se trata entonces de estructurar una interacción que evite malentendidos y exponga transparentemente dónde se traba la cooperación.  

Si bien Cuba puede decir que ya pidió ayuda a la comunidad internacional con especificidad, Estados Unidos también puede aducir que es buena práctica en la diplomacia de desastres ser deferente y esperar los pedidos del receptor de la ayuda, en particular de las autoridades locales. Existen protocolos y rutinas en la entrega de ayuda humanitaria que en Estados Unidos están institucionalizados en la Oficina de Asistencia para Desastres en el extranjero. El gobierno de Cuba puede tomar consciencia de esos procedimientos y directamente o a través de organizaciones internacionales hacer llegar los pedidos para una recuperación que apenas comienza. Puede ayudar que el receptor no sea solo el gobierno cubano a nivel nacional sino también las autoridades locales de la zona afectada, en este caso la ciudad de Matanzas.

La victoria aquí estaría en el manejo profesional desde el pedido de ayuda hasta su concreción. Intervendrían entonces los gobiernos de Cuba y Estados Unidos. Claro que es difícil. Hay un récord histórico en el que por cada experiencia exitosa de colaboración estadounidense-cubana como el enfrentamiento al ébola en África Occidental, hay varias historias de encontronazos y circunstancias en las que el manejo político por ambas partes de una ayuda humanitaria ofrecida en paralelo con el bloqueo ha frustrado oportunidades. La experiencia de la colaboración frente al ébola ilustra que la presencia de un organismo internacional con su prestigio en la línea ayuda a la transparencia. Cuba puede dar su lista de necesidades a la ONU y esta distribuirla a todos los países. Si Estados Unidos quiere colaborar que tome la lista, y converse con las autoridades cubanas para implementar la ayuda específica.

Finalmente, conviene recordar que el manejo de negociaciones sobre ayuda humanitaria no solo puede conducir a conversar otros temas, sino que a veces profundiza conflictos. La diplomacia de mitigación de desastres puede expandir esferas de colaboración pero difícilmente cree la voluntad de negociar. Si Cuba y Estados Unidos quieren acercarse este sería un buen momento. Si no es así, las ofertas norteamericanas de ayuda serian puertas con cierre automático, operaciones de relaciones públicas. Aquí habría que distinguir entre el gobierno estadounidense y las operaciones de desinformación que han proliferado en las redes, incluyendo deseos de mala voluntad y que al país le vaya mal por grupos o individuos que viven a cuenta de los programas de cambio de régimen. Pagados bajo artículos de la ley Helms, medran de la tragedia ajena, construyendo falsos equilibrios y ambivalencias que nada tienen que ver con la moderación martiana, el espíritu de Cuba.   

Como escribe el estudioso del tema, Ilan Kelman de University-College of London: “la aproximación diplomática ante desastres es cuando más un catalizador de voluntades negociadoras, nunca un creador de estas”.  Si la aproximación de posiciones ocurre, sus efectos tienden a ser más importantes a corto plazo, cual pretexto de interacción frente a un adversario común, el desastre, que a largo plazo cuando factores estructurales tienden a prevalecer. Por eso es importante explorar con celeridad la conversión de desastres en oportunidades pero con la convicción de que construir puentes sobre huracanes o incendios es tarea de cuidado.

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