Una vieja obsesión que solo consigue el ridículo

Sobre omisiones y añadiduras.

Esta semana el investigador y ensayista Julio Cesar Guanche, con quien comparto espacio en OnCuba, fue centro de atención en las redes y fuera de ellas después hacer pública la burda manipulación que había experimentado su biografía en las últimas jornadas desde en Ecured, la “enciclopedia colaborativa cubana”.

Lo ha explicado en su blog, que recuerda el nombre de una película de horror, pero sobre todo, a cierto código siempre presente en la calles que refiere directamente a la existencia: la Cosa. Para Guanche esta rescritura de datos personales, como lo es para todo el que ha sido víctima, tiene varios y explícitos propósitos: “aislar al criticado del medio intelectual cubano, diseminar narrativas falsas entre los no conocedores de esa persona, infundir miedo al que pretenda un tipo de participación cívica, impedir cualquier intento por legítimo que sea de organización por parte de ciudadanos, y hacerlo perder tiempo respondiendo a esa agenda”.

En su caso no solo fueron exacerbados datos en provecho de los manipuladores, sino que escondieron los que tampoco a los manipuladores convenía en provecho de la transparencia que a Guanche le interesa mostrar. Como es natural en estos casos la mano negra de la censura levanta la superficie de la realidad o la hunde a conveniencias.

Tan grosera operación de reescritura coincide con las argucias implementadas en biografías de otros artistas, también desde Ecured, como parte de una operación que Guanche muy bien define como “anticonstitucional”. Recuerdo cuando el investigador y académico cubano radicado en Estados Unidos, Yoady Cabrera, se quejaba hace unos meses por lo mismo, específicamente, por las supresiones en el perfil del poeta Delfín Prats referente a su libro Lenguaje mudos (Unión, 1969), hecho pulpa a poco de haberse editado en la Isla, donde ganó el Premio David en 1968.

En las redes otros han dado cuenta de haber sido objeto de esta costumbre tergiversadora que en el caso cubano se remonta quizá a la escuela del más puro estalinismo criollo y que ha logrado mantenerse viva hasta los días que corren. Lo han padecido muchos desde hace años, y hoy, además de Guanche, se siguen quejando artistas o intelectuales.

Esta alteración de datos desde sitios digitales públicos, que no es modus operandi a menospreciar, si se viene al caso es un daño reparable de comparársele con la supresión o añadidura en soportes físicos, entiéndase en este caso libros y periódicos impresos que forman parte de la memoria histórica. Un ejemplo es la famosa foto donde Carlos Franqui fue desaparecido y que aún se ve reproducida sin escrúpulos en los periódicos de la Isla.

Ocurre también que las tribunas se envalentonan y los voceros de esa facción inexorablemente “purista” sobrepasan los límites de la Internet y llegan a los medios de difusión para desacreditar o poner entre dicho la acción de este o aquel intelectual o artista. Quizá hoy con mayor persistencia la práctica se ha puesto de moda y se le ve de regreso en la televisión y la radio, en espacios y horarios que ejercen una incidencia directa sobre la población cubana.

Pese a que yo mismo lo he escrito otras veces aquí, reitero que el asunto es antiguo en la Cuba posterior al 59, cuando el discurso como era lógico se radicalizó y esa radicalización siguió emergiendo en tiempos de crisis económicas en una perpetua pugna con las acciones impulsadas desde Estados Unidos también. Tuvimos a Luis Pavón que una vez desde la revista de las Fuerzas Armadas arremetió contra escritores y artistas cubanos que no tuvieron la posibilidad de rebatirlo públicamente.

Incluso, antes tuvimos a otros impugnadores que a su vez con el tiempo se volvían víctimas, y otros se largaban del país, y otros eran defenestrados de sus puestos y así muchas veces el asunto se volvía cíclico y de difícil comprensión o, de comprenderlo, acabábamos por deducir que incluso los críticos extremos y los censores eran apenas otro elemento implementado por el poder para reacomodarse.

En materia de enciclopedias, que es lo que lo que impone hoy por las supresiones o manipulaciones de Ecured, tampoco debe olvidarse que el problema fue burdo en aquella obra de dos tomos titulada Diccionario de la Literatura cubana editado por el Instituto de Literatura y Lingüística en 1980 y 1984. Y digo que “la cosa” aquí fue más burda porque todavía tenemos en nuestras bibliotecas los ejemplares que nadie ha podido enmendar. De hecho, incluso está disponible de manera virtual en sitios como la Biblioteca Cervantes, y sigue los mismos errores.

Aquí como allá la discriminación de hechos en una biografía, o la omisión de una biografía completa parte de conveniencias políticas puramente circunstanciales. Es la causa para que tengamos aun un diccionario que desestima a grandes escritores solo por su conciencia filosófica o posición política, en una actitud de preservar a los lectores de una realidad que visto a estas alturas luce cuanto menos delirante.

Nombremos algunos ejemplos de quienes quedaron fuera en este trabajo que, no obstante y por ello mismo representa una antología de significativo valor documental: Luis Agüero, Oscar Hurtado, Juan Arcocha, Calvert Casey, Severo Sarduy, René Jordán… Pero, hay omisiones más escandalosas si es que usted ya estaba escandalizado: Gastón Baquero, Humberto Piñera, Guillermo Cabrera infante, Lino Novas Calvo… ellos tampoco se encuentran aquí.

A los que no pudieron omitir, porque era demasiado o porque tal vez quienes editaron el libro sentían cierto respeto todavía por su trabajo intelectual, le agregaron sin embargo unas líneas que desde entonces serían recurrentes cuando se ha querido “alertar” al lector sobre determinado texto o autor. Así, usted lee sobre la obra de Lidia Cabrera, pero debía recordar que “Al triunfo de la Revolución se marchó del país”, a Heberto Padilla, quien “después de abandonar el país ha mantenido una actitud hostil hacia la Revolución” o a Jorge Mañach, que “se marchó de Cuba en 1960 en desacuerdo con el carácter socialista de la Revolución”.

La propia Ecured explica que este Diccionario fue fruto de un trabajo colectivo, incluso ha mencionado nombres de responsables (Ángel Augier, Mary Cruz y Sergio Chaple), aunque olvida a otros que también ejercieron una influencia estimable sobre el documento, como es el caso de José Antonio Portuondo, quien ya tenía un libro como Itinerario estético de la revolución cubana, y Mirta Aguirre. Otro dato es el que aportan Ricardo Hernández Otero y Grisel González Albernal, según los cuales este libro fue terminado en 1975 antes de ser publicado por Letras Cubanas cinco años después.  

A pesar de las violaciones sobre determinadas biografías de los últimos días, debo apuntar que los nombres de peso, borrados o tachados de traidores en aquel Diccionario de la Literatura cubana, muestran en Ecured una biografía “limpia”. A veces, eso sí descuida la actualización de escritores que hoy ya a pocos importan, y esto lo digo con ironía, como es el caso del escritor y periodista Gregorio Ortega, quien para este sitio no ha muerto, sigue viviendo el éxito que consiguió con la novela que le dio el Premio Plaza Mayor un año antes de fallecer y en cuyo fragmento disponible se puede leer una expresión con la que termino esta breve ejemplificación de omisiones o agregados que aunque incomoda, molesta, jode, a la larga da más gracia que tristeza, porque “Coño, Pancho, a estas alturas ¿qué significa esto?”

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