Vacunación anticovid en Cuba: realidades y claroscuros

A menos de tres meses para que finalice el 2021, el avance de la vacunación contra la COVID-19 en Cuba resulta innegable, aunque no exento de dificultades y cuestionamientos, de triunfalismos y vacíos de información.

Una enfermera prepara una dosis del candidato vacunal anticovid Abdala, en la ciudad cubana de Cienfuegos. Foto: Otmaro Rodríguez / Archivo OnCuba.

Una enfermera prepara una dosis del candidato vacunal anticovid Abdala, en la ciudad cubana de Cienfuegos. Foto: Otmaro Rodríguez/ OnCuba/Archivo.

A menos de tres meses para que finalice el 2021, el avance de la vacunación contra la COVID-19 en Cuba resulta innegable. Aunque no exento de dificultades y cuestionamientos, de triunfalismos y vacíos de información, este proceso, desarrollado casi por completo con fármacos propios, marcha hoy sobre ruedas y sus efectos parecen notarse ya en las estadísticas diarias de la pandemia en la Isla.

La inmunización anticovid tomó un notable impulso el pasado septiembre, luego de que las previsiones iniciales para agosto quedaran por debajo de lo esperado. En este “acelerón” ha impactado no solo una mayor disponibilidad de dosis y la ampliación del proceso a todos los municipios cubanos, sino también el comienzo de la vacunación masiva en edades pediátricas ―que en Cuba se extienden entre los dos y los 18 años―, así como en los alérgicos al Tiomersal y los convalecientes de la enfermedad, tras las aprobaciones correspondientes por la autoridad reguladora nacional. 

Así, hasta el 7 de octubre en la Isla se habían administrado más de 22 millones de dosis anticovid, de acuerdo con el Ministerio de Salud Pública (Minsap). Además, más de 9 millones de personas ―el 85,8 % de la población cubana― habían recibido al menos la primera dosis, y más de 6 millones ―el 53,8 %― habían completado el esquema de vacunación. Estas mismas cifras representan el 98 % y el 61,4 %, respectivamente, de la “población vacunable”, un concepto manejado actualmente por las autoridades sanitarias que descarta del cálculo a aquellas personas que, por diferentes motivos, no pueden ser inmunizadas por el momento.

Marcha de la vacunación anticovid en Cuba hasta el 7 de octubre de 2021. Foto: Captura de pantalla de una tabla del Ministerio de Salud Pública cubano (Minsap).
Marcha de la vacunación anticovid en Cuba hasta el 7 de octubre de 2021. Foto: Captura de pantalla de una tabla del Ministerio de Salud Pública cubano (Minsap).

En cuanto a los menores de edad, hasta el 3 de octubre más de 1 millón 731 mil niños y adolescentes habían recibido al menos una dosis, lo que equivalía al 95,8 % de los vacunables, según datos compartidos por el canciller cubano, Bruno Rodríguez, en su perfil de Twitter.

De esta forma, Cuba va en camino de cumplir con el propósito de inmunizar este año a toda su población ―al menos, la que esté en condiciones de vacunarse y también dispuesta a hacerlo― y de sobrepasar el 90 % en noviembre, cuando las autoridades planean incrementar las operaciones aéreas y el turismo internacional, y “flexibilizar” los protocolos sanitarios en frontera. Además, estas cifras colocan a la Isla ―que ya inició una desescalada gradual y diferenciada en busca de la reactivación económica― entre las naciones punteras en el mundo en varios indicadores de la vacunación anticovid.

De acuerdo con el sitio Our World in Data, que recoge las estadísticas globales de la inmunización a partir de los datos oficiales de cada país, Cuba se encuentra actualmente en la vanguardia en porcentaje de vacunados, dosis diarias administradas por cada 100 personas ―donde hasta el 5 de octubre marchaba como líder con 1.37 y llegó a registrar hasta 2.84 el 23 de septiembre―, y en general, a lo largo de la pandemia, así como el porcentaje de personas que habían recibido al menos una dosis de un inyectable contra la COVID-19, como evidencian los gráficos que compartimos a continuación.

Gráfico: Our World in Data.
Gráfico: Our World in Data.
Gráfico: Our World in Data.

Este escenario ha sido posible, en buena medida, por la experiencia y estructura del sistema estatal de Salud cubano, que durante décadas ha llevado adelante campañas de vacunación contra diferentes enfermedades, aun cuando no hayan sido de la intensidad y la envergadura de la que actualmente se desarrolla. Semejante entrenamiento y organización le permitió ahora lanzar una estrategia de inmunización anticovid que, en su pico de administración, llegó a superar las 350 mil dosis diarias y promediar por encima de las 200 mil el pasado septiembre, según confirmó a fines de ese mes la Dra. Ileana Morales, directora de Ciencia e Innovación del Minsap.

La directiva explicó entonces en el programa televisivo Mesa Redonda que la estrategia aplicada en el país es “universal, escalonada e intensiva”, apoyada en las potencialidades de la industria biofarmacéutica cubana y “muy consecuente con los componentes regulatorio y ético que conlleva el desarrollo de las vacunas”.  Este escalonamiento permitió pasar de los ensayos clínicos a intervenciones en grupos y territorios de riesgo ―a partir de las “evidencias contundentes” sobre la seguridad y eficacia de los por entonces candidatos vacunales―, y de esta a la vacunación masiva, cuando fue finalmente otorgado el autorizo de uso de emergencia.

“En condiciones normales, hubiera tomado años. Desde los ensayos a la aprobación del estudio de intervención, hasta la vacunación masiva, los tiempos son de dos, tres, cuatro meses, como mismo es el tiempo que llevamos desde que comenzó la intervención, el 10 de mayo”, rememoró la Dra. Morales, quien reconoció que este proceso “ha sido un reto muy grande que han debido enfrentar la industria y también la población” y dijo que todo se ha venido haciendo “en tiempo real”, “con una gestión intensa para que se cumplan los tiempos establecidos, sin violar nada”.

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El valor de las vacunas propias

Todo lo anterior se debe, en primer lugar, a la apuesta de Cuba por la creación de vacunas propias contra la COVID-19. Desde el mismo inicio de la pandemia, las autoridades y los científicos cubanos se trazaron ese objetivo, teniendo como base la experticia y el reconocido desarrollo del sector biotecnológico cubano, y con la mira puesta en alcanzar una soberanía en este campo que le posibilitara al país no depender de productos foráneos para inmunizar a la población e, incluso, convertir a los futuros inmunógenos en una prometedora fuente de ingresos a través de su exportación.

Con esta brújula, y tras un necesario y acelerado proceso de estudio y decantación, la ciencia cubana dispuso en pocos meses de cinco candidatos vacunales, que fueron iniciando gradualmente sus ensayos clínicos y demostrando sus aciertos frente al SARS-CoV-2 y sus diferentes variantes. De ellos, Abdala ―desarrollada por el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB)― y las Soberanas 02 y Plus ―fruto del trabajo del Instituto Finlay de Vacunas (IFV)― se convertirían en las primeras vacunas anticovid de América Latina, con altos niveles de seguridad, inmunogenicidad y eficacia, de acuerdo con los datos oficiales, mientras Soberana 01 y Mambisa continúan en estudio y se mantienen en la ruta de emular a las más avanzadas.

A la par, las autoridades cubanas optaron por no participar en el mecanismo COVAX, impulsado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y que pretende garantizar el acceso equitativo a las vacunas anticovid entre los distintos países. Tal decisión ha sido duramente criticada por algunos expertos y detractores del gobierno, el que, a su vez, se ha defendido con el argumento de que ser parte de COVAX o adquirir inmunógenos extranjeros fuera de esta plataforma, hubiera implicado gastos adicionales para el país en un momento de severa crisis económica y no hubiese garantizado lograr la cobertura de vacunación que en un menor tiempo debían permitir ―y, a la postre, van permitiendo― los fármacos propios. 

Entonces, al margen de esta polémica y sus trasfondos políticos y económicos, contar vacunas nacionales ha resultado la principal baza de la inmunización en la Isla. Y si bien algunas dificultades con el avance de las investigaciones y el escalado productivo ―debido, entre otras causas, a problemas para el acceso a productos y tecnologías necesarios, como consecuencia del embargo estadounidense― retrasaron las previsiones iniciales y generaron dudas y cuestionamientos dentro y fuera de Cuba, en un momento en que el país atravesaba su peor pico de toda la pandemia, el impulso alcanzado en las últimas semanas ha terminado por respaldar la apuesta cubana.

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Cierto que el pretendido propósito de inmunizar solo con inyectables cubanos se vino abajo con el empleo de la vacuna china Sinopharm en varias provincias, como Cienfuegos, Villa Clara y Sancti Spíritus ―tanto en territorios que no habían iniciado el proceso como en los alérgicos al Tiomersal―, pero el hecho de que esta se combine con una dosis final de Soberana Plus mantiene la presencia de inmunógenos nacionales en todos los esquemas aplicados en el país, al tiempo que también ha contribuido a acelerar la vacunación y recuperar tiempo en pos de cerrar el año con toda la población posible ya inmunizada. A esto también tributa el haberse producido ya en el país todas las dosis necesarias para culminar el proceso, según anunció días atrás el grupo empresarial BioCubaFarma.

La marcha hacia ese objetivo ―que es, en definitiva, el bien mayor pretendido por autoridades y especialistas, y que debe contribuir de manera importante al control de la COVID-19 en la Isla―, aun cuando ha sido y sigue siendo cuestionada por algunos, también ha sido resaltada por expertos, organismos y medios internacionales, en un contexto global signado por una desigual distribución de las vacunas. Incluso, publicaciones estadounidenses como The New York Times y Newsweek han ponderado la estrategia cubana de inmunización con fármacos propios, a pesar del impacto negativo de la crisis económica y las sanciones de Washington.

En un artículo publicado hace solo unos días, Newsweek dirige también su mirada a la resistencia a las vacunas anticovid que existe en muchos países, entre ellos los propios Estados Unidos, una situación que apenas ha calado en Cuba. En su comparación cita declaraciones de Carlos Fernández de Cossío, director para Estados Unidos de la cancillería cubana, quien resalta que “la gente en Cuba está ansiosa y motivada para vacunarse” y señala que la Isla no tiene “el problema cultural que parece existir” en la nación norteamericana. Y aunque las generalizaciones siempre tienen el riesgo de la inexactitud, lo cierto es que la población cubana ha respaldado masivamente la inmunización ―tema que, sin dudas, bien merece un trabajo aparte para su análisis―, lo que ha facilitado el rápido avance este proceso una vez que se contaron con las condiciones necesarias para su implementación a gran escala.

Y mientras ello sucede, la Isla comenzó ya a exportar sus inmunógenos y a establecer acuerdos y contactos con este fin con varios países. Aliados tradicionales como Vietnam, Venezuela y Nicaragua están a la cabeza de una lista que pudiera crecer en las próximas semanas y meses dado el conocido interés de otros países ―principalmente de América Latina, el Caribe y África― en las vacunas cubanas, como una alternativa o complemento a las ofrecidas por COVAX, compañías farmacéuticas como Pfizer y Moderna y potencias como Rusia y China. Y, a la par, Cuba inició los intercambios con la OMS, con vistas a recibir un aval de la entidad que significaría un importante espaldarazo a las vacunas cubanas y podría abrir nuevas puertas para su comercialización. 

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Los claroscuros de las estadísticas

Sin embargo, más allá de sus innegables logros y luces, la vacunación anticovid en Cuba tiene también sus sombras y claroscuros. Algunos problemas logísticos y organizativos la han lastrado en varios momentos y territorios, aun cuando los medios oficiales no hayan sido muy dados a señalarlos y estas dificultades, ciertamente, no alcancen para empañar el resultado general. En este sentido, tampoco puede perderse de vista la envergadura y complejidad de una campaña como la que se lleva adelante, ni el hecho de que se haya venido desarrollando a la par de la peor oleada de la COVID-19 en la Isla, lo que ha multiplicado las tensiones sobre un sistema sanitario que, aun con su estructura y experiencia previa, dista, ciertamente, de ser perfecto.

Más controversial resulta el tema de las estadísticas, un aspecto que ha provocado no pocos cuestionamientos al gobierno a lo largo de la pandemia y que, aunque no totalmente, también es extensivo al proceso de inmunización. Porque, aunque las autoridades de la Isla ―y, en particular, el Minsap― informan diariamente sobre contagios, fallecidos, casos activos, dosis administradas y personas vacunadas, entre otros indicadores, no son pocos los que, dentro y fuera de Cuba, ―ya sea por motivos políticos, por desconfianza hacia lo oficial o por análisis y experiencias personales que, aseguran, contradicen lo informado― descreen de tales cifras y las atribuyen a un manejo sesgado y propagandístico del enfrentamiento a la COVID-19.

Las vacunas cubanas, en particular, han sido blanco sistemático de críticas, principalmente de sectores y medios opuestos al gobierno y radicados en el exterior, los que han cuestionado o, incluso, negado su calidad y los datos de eficacia reportados oficialmente, en todos los casos por encima del 90 % en los ensayos clínicos. Sin embargo, aun cuando exista una campaña políticamente motivada contra la gestión gubernamental de la pandemia y, en particular, contra los inmunógenos desarrollados en la Isla ―tal como sostienen las propias autoridades―, no todos los cuestionamientos e inquietudes deberían entenderse como parte de esa campaña y bien pudieran responderse con un manejo más abierto y detallado de las estadísticas, que ayude a equilibrar el tono triunfalista de muchas informaciones oficiales.

Los especialistas cubanos han enfatizado en la diferencia existente entre la eficacia, calculada en estudios controlados y con criterios de inclusión, y la efectividad de las vacunas en el terreno, donde la masividad del proceso y otras variables ―como la simultaneidad de la vacunación con el pico pandémico provocado por la variante Delta―, obligan a una mayor mesura y perspectiva analítica a la hora de interpretar las cifras. Además, han comentado sobre la complejidad que supone la recogida y el procesamiento de los datos relacionados con la efectividad de inmunización en un escenario epidemiológico tan complejo como el vivido por la Isla en los últimos meses. Ello es, sin dudas, comprensible.

No obstante, aun reconociendo lo anterior, dado el tiempo transcurrido desde el inicio de este proceso ―al menos, en los territorios más avanzados―, no es difícil suponer que especialistas y autoridades cubanas tengan ya en su poder más cifras que las hechas públicas hasta la fecha, tanto sobre los indicadores analizados como sobre la base estadística que permite calcular dichos indicadores. En cambio, y a diferencia de la marcha diaria de la vacunación, los datos de efectividad han sido informados hasta el momento a cuentagotas, sin que se precisen todos los elementos que permitieron su cálculo y se ofrezca un panorama más abarcador y contrastable. Y ello, lejos de contrarrestar con objetividad los cuestionamientos y suspicacias, genera nuevas y lícitas interrogantes y brinda combustible a los críticos más acérrimos y radicales.

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Según lo comentado el pasado martes por el Dr. Pedro Más Bermejo, vicepresidente de la Sociedad Cubana de Higiene y Epidemiología, en una reunión entre científicos y autoridades, un estudio en personas con 14 y hasta 28 días de vacunados en La Habana, realizado entre el 11 de julio y el 31 de agosto pasados, confirmó una efectividad de la vacuna Abdala de 90,9 % a las cuatro semanas de iniciada la inmunización, y de 93,6 % a la octava semana, en los siete municipios habaneros donde se inició primero la inmunización. En cuanto a la efectividad para evitar las formas graves y la muerte, esta fue del 92 % y 90,7 %, respectivamente.

El Dr. Más Bermejo explicó que “la evaluación se basó en individuos ingresados en unidades de atención al paciente grave y en fallecidos que fueron confirmados con PCR o test de antígeno, con 19 años o más de edad y residentes en la capital”, según refiere el sitio digital Cubadebate. Sin embargo, la información oficial ―al menos la publicada en la reseña de la reunión―, no precisa el número de las personas que fueron contempladas para el estudio ni cuántas de ellas llegaron a cuidados intensivo y fallecieron, datos que complementarían lo informado y contribuirían a una comprensión más cabal del proceso evaluado.

Con anterioridad, en el reporte de encuentros como este o en espacios informativos oficiales como la Mesa Redonda, se han ofrecido algunos otros datos, pero generalmente de manera puntual y espaciada. Por ejemplo, a mediados de agosto, cuando todavía la inmunización no tenía el impulso ni la cobertura que alcanzaría poco después, la Dra. Ileana Morales reconoció que el país registraba al menos 119 muertes de personas ya vacunadas, lo que representaba el 0,004 % del total de inmunizados en la Isla en ese momento. Además, la propia cifra entrañaba un 0,46 % de letalidad entre los 25.608 pacientes que se habían contagiado hasta entonces con el SARS-CoV-2 luego de recibir algún fármaco cubano. Sin embargo, estas cifras, esclarecedoras a la hora de valorar el impacto de la vacunación, no han vuelto a ser actualizadas públicamente y mucho menos estratificadas por territorios, sexo, grupos de edad, comorbilidades y otras variables que enriquezcan aún más el análisis.

Dejar atrás semejantes claroscuros con una información más amplia y actualizada contribuiría entonces a brindar más transparencia sobre el avanzado proceso de inmunización en Cuba ―mientras se procesan otros datos también importantes, como los de la caída de los anticuerpos con el paso del tiempo―, y a responder con la objetividad de los números a las críticas y cuestionamientos ―bienintencionados o no― sobre el manejo comunicativo de la pandemia. En momentos en que las estadísticas negativas de la COVID-19 comienzan a disminuir en los reportes oficiales, aun cuando la incidencia de la enfermedad siga siendo alta en varios territorios y la cantidad de pruebas diagnósticas diarias haya decrecido en comparación con semanas atrás, confirmar públicamente la efectividad de las vacunas con la mayor cantidad de datos que la respalden sería indudablemente un valor agregado que, aun con las tres dosis ya en nuestros hombros, muchos agradeceríamos.

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