Vacunas cubanas contra el coronavirus: testimonios de voluntarios

Cuatro voluntarios que participan en la fase 3 de ensayos clínicos de los candidatos vacunales Soberana 02 y Abdala, cuentan sus experiencias.

Inicio de la fase III de ensayos clínicos del candidato vacunal cubano contra la COVID-19 Soberana 02, en La Habana. Foto: @FinlayInstituto / Twitter.

Parece sencillo: llegar al vacunatorio, registrar sus datos, poner el hombro y recibir la dosis del candidato vacunal anti COVID-19 una, dos y hasta tres veces a lo largo de varias semanas. Luego, vigilarse por el tiempo indicado, estar atentos a posibles síntomas y reacciones. Y listo: ya están inmunizados contra la enfermedad que ha conmocionado al mundo a lo largo de casi dos años y ha cambiado la vida a millones de personas.

Sin embargo, en realidad no es tan sencillo. La historia de los voluntarios cubanos en los ensayos clínicos fase 3 de las potenciales vacunas contra la COVID-19, es mucho más que un algoritmo inamovible, que un ciclo previamente programado. Está teñida por las circunstancias personales, por las experiencias, ideas y expectativas de cada uno de los miles de participantes en los estudios que por estos días se desarrollan en La Habana y en tres provincias del oriente de la Isla.

Tampoco puede desdeñarse el contexto actual del país, signado por una sostenida crisis económica agravada por la pandemia, y un persistente rebrote de coronavirus que no da signos de remitir. En este escenario, los avances en el desarrollo de candidatos vacunales anti COVID-19 —Cuba cuenta con cinco en diferentes fases de pruebas en humanos, dos de ellos en fase 3: Abdala y Soberana 02— y la perspectiva de una cercana vacunación masiva, anunciada ya por el gobierno, han disparado el triunfalismo y socavado la percepción de riesgo, al punto que las propias autoridades se han visto obligadas a matizar el discurso y llamar la atención de la población.

Que esta travesía pueda llegar a buen puerto —como lo va haciendo hasta ahora, según los reportes oficiales— descansa, ante todo, en la experticia y la voluntad de los científicos cubanos, que han laborado durante largos meses en proyectos de vacunas viables y efectivas, y que, de conjunto con los trabajadores sanitarios, se han lanzado ya a estudiar en el terreno la seguridad y eficacia de sus mejores candidatos. Pero, en esta historia no puede minimizarse el papel de los voluntarios, quienes, sin titubear o titubeando, se ofrecieron para participar en los ensayos clínicos a cuenta y riesgo de su salud y hasta de su propia vida. Ello, sin dudas, implica coraje, aun cuando este sea arropado por la confianza y el orgullo. Coraje para dejar atrás cualquier temor y prejuicio, vacilación y estrés —algo muy humano, por demás—, y también para hacer oídos sordos a tantos bulos y rumores, algunos sorprendentemente descabellados, por ignorancia o por mala fe, que circulan por las redes sociales y llegan también a la Isla, sobre la supuesta naturaleza y consecuencias de las vacunas. Noticias falsas que aluden a conspiraciones globales y domesticaciones tecnológicas, y que llegan, incluso, a negar la existencia de una enfermedad que le ha costado la vida a cerca de tres millones de personas en el planeta, 500 de ellas en Cuba. 

En total, son alrededor de 92 mil los cubanos involucrados en los ensayos fase 3 de los candidatos vacunales más avanzados: 44.010 en los de Soberana 02 en La Habana, y unos 48 mil en los de Abdala, en las cabeceras provinciales de Santiago de Cuba, Granma y Guantánamo. Con cada grupo se siguen los esquemas de vacunación previstos —con dos o tres dosis, la tercera de ellas de Soberana Plus, cada 28 días, en el caso de Soberana 02, y con tres dosis cada 14 días en el caso de Abdala— y una parte del grupo recibe un placebo en lugar de la vacuna, aunque nadie sabe qué le correspondió hasta el final del estudio.

A estos voluntarios se unen también los miles de participantes en los estudios de intervención en marcha con ambos candidatos vacunales, en los mismos territorios donde tienen lugar los ensayos fase 3. Trabajadores de la Salud, del sector biotecnológico y farmacéutico, y deportistas, forman parte de este grupo—las cifras anunciadas inicialmente rondaban los 150 mil en la capital y los 120 mil en el oriente cubano— al que no se le inocula placebo, y al que pronto podrían sumarse más de un millón y medio de personas en la urbe habanera, en un estadio superior de estas intervenciones. 

Hablamos entonces de miles de vidas —o muchas más si se considera el entorno personal de cada voluntario—, impactadas por un proceso necesario para la ciencia, imprescindible en el empeño de vencer la COVID-19. Un proceso que se ha desarrollado y se sigue desarrollando de forma paralela en otros países y con otras vacunas —de las cuales una veintena ha logrado llegar hasta el momento a la fase 3, entre ellas las dos cubanas—, pero que no por ello genera menos incertidumbre y temor. 

Son, en esencia, miles de historias: parecidas, anónimas, cotidianas, y, a la vez, únicas y trascendentes para sus protagonistas. A cuatro de ellas, las de Rafael, Isabel y Ulises, en La Habana, y Julio César, en Santiago de Cuba, todos ya con la segunda dosis de uno de los candidatos cubanos en sus hombros, los invitamos a asomarse en los próximos párrafos.

Ser voluntario

Rafael, próximo a cumplir 69 años y residente en el municipio habanero de Playa, asegura sentirse “muy confiado en la medicina cubana y muy orgulloso de participar en el estudio”. Se involucró en el ensayo clínico a instancias de su médico de familia, quien le comunicó que el policlínico de su zona, nombrado “1ro. de Mayo”, había sido elegido para formar parte de la fase 3 de los ensayos del candidato vacunal Soberana 02.

“La doctora me dijo que la primera llamada era para personas de 65 a 80 años, y me preguntó si yo quería participar. Le respondí que sí. Una semana después se amplió la llamada a personas de 30 a 65, y mi esposa fue incluida también”, cuenta a OnCuba vía e-mail.

Algo similar sucedió con Isabel y su esposo Ulises, quienes viven en Santos Suárez, en el municipio de Diez de Octubre. “Escogieron unos cuantos consultorios médicos para los ensayos, entre ellos el nuestro, y nosotros nos presentamos como voluntarios. Fue una decisión nuestra como pacientes”, asegura Isabel, según la cual “muchas personas no quisieron participar porque tienen miedo a la reacción”. 

“Además, está incluido un placebo del que nadie sabe, ni los mismos que te ponen las dosis. Solo los científicos que mandan la vacuna. Todo viene del laboratorio ya con sus códigos. Por eso piden que, aunque uno se vacune, siga cumpliendo con las normas de higiene, con el nasobuco y el aislamiento. Imagino que cuando acabe la prueba llamen a los que les tocó el placebo y los vacunen realmente”, comenta a OnCuba Isabel, de 53 años, quien asegura que decidió ofrecerse como voluntaria “para protegerme y proteger a mi familia, principalmente a los vulnerables, mis padres y mi niña”.

Isabel (izquierda) junto a su sobrina (derecha), esperando la primera dosis de Soberana 02. Foto: su cortesía.

Su esposo Ulises confirma que “el proceso fue completamente voluntario” y afirma que lo motivó a formar parte del estudio “primero, la confianza que tengo en esta o cualquier otra vacuna desarrollada por el Instituto Finlay de nuestro país y sus científicos, y segundo, por el alto grado de riesgo que significa el no estar inmunizado contra esta terrible y letal enfermedad”. 

“Al enterarnos de que habían montado un vacunatorio en la escuela primaria ‘Miguel Alfredo Aguayo’ fuimos al consultorio médico, donde nos hicieron una entrevista, nos llenaron el formulario y nos hicieron un chequeo de rutina, que incluyó un test rápido para detectar la COVID-19”, apunta Ulises, y agrega que “al ser aceptado para el ensayo clínico, tuve que firmar un acta de consentimiento donde te explican todos los pasos a seguir antes, durante y después del estudio, y también de las contraindicaciones y posibles reacciones adversas que puede tener la vacuna”. 

Más de 900 kilómetros al este, en Santiago de Cuba, Julio César narra a OnCuba, también por e-mail, que en su caso “el proceso de voluntariado comenzó con las mismas estudiantes de medicina que pasan por la casa haciendo la pesquisa diaria. Ellas me preguntaron y yo acepté. Soy voluntario por mi familia”.

Antes de decidirse a dar este paso, confiesa que “no tenía ninguna opinión al respecto”. “Cuando escuchamos que en Santiago comenzaría el ensayo clínico fase 3 de Abdala, mi esposa comentó que a ella le gustaría ser voluntaria. O sea, en ella había una disposición previa. En mí no. Sencillamente, no había pensado en eso. Pero cuando pasaron preguntando, ella no pudo ofrecerse como voluntaria por estar embarazada. Así que acepté, también, para que ella tuviera su pedacito de orgullo”, explica Julio, de 47 años, quien dice no sentirse “de ninguna forma especial, excepto que veo como deber ciudadano de ayudar a la ciencia a que inmunice a mi familia y a todos”. 

También él, tras dar su consentimiento, debió ir hasta el consultorio de su médico de la familia, en el reparto santiaguero de Zamorana, donde —según cuenta— le dieron a leer un folleto con todas las explicaciones del proceso, y también un consentimiento informado que debió firmar. Además, le hicieron un examen de peso y posteriormente “una entrevista que incluía una extensa historia clínica”.

Tarjeta de identidad de Julio César, que indica su participación en la fase 3 de los ensayos clínicos del candidato vacunal Abdala. Foto: su cortesía.

En general, y de acuerdo con el testimonio de los voluntarios entrevistados, el chequeo del estado físico y de salud de los participantes en el ensayo clínico es un procedimiento obligatorio. En el caso de las mujeres en edad fértil, un test de embarazo también es incorporado al protocolo previo a la inoculación de la primera dosis. En secuencia, los candidatos deben firmar un consentimiento que confirma que el/la voluntario/a conoce los riesgos que implica el estudio y autoriza a los profesionales de salud a su cargo a inocularles el candidato vacunal en cada una de las fases que incluye el estudio. 

La vacunación y el seguimiento

Al día siguiente de su entrevista en el consultorio médico, Rafael fue hasta el policlínico de su zona a ponerse la primera dosis. “Había mucho personal de salud, y estudiantes universitarios voluntarios de apoyo —narra. Nos hicieron esperar un rato sentados en el portal y nos llamaron por orden de llegada. Primero, una doctora verificó los documentos que llevaba y me tomó la presión. Luego, pasé a otro cuartico donde otra doctora y una enfermera me aplicaron la vacuna y llenaron los formularios correspondientes. A continuación, pasé al salón de fisioterapia convertido en aula, donde permanecí alrededor de una hora para asegurar que no tenía reacción. Finalmente, me tomaron de nuevo la temperatura y la presión y regresé a mi casa”.

Sobre su interacción con los trabajadores sanitarios, comenta que “por lo general hablan poco si uno no le pregunta, pero son muy informativos si uno les hace preguntas, como hice yo. El trato en todo momento fue cortés y familiar. Además, me entregaron una tarjeta que confirma que he sido vacunado, la que debo llevar conmigo y mostrar en caso de recibir alguna atención médica, y también un formulario sobre efectos secundarios que debía llenar y entregar a la enfermera en los días siguientes”.

Ulises y Julio César, por su parte, narran de manera similar la experiencia vivida por ellos en los vacunatorios de la escuela primaria Miguel Alfredo Aguayo, en La Habana, y del policlínico santiaguero 30 de noviembre, respectivamente.

“Fui atendido por un amplio equipo de médicos y personal de la salud en general” —comenta Ulises—. “Me tomaron la temperatura y la presión arterial, y me explicaron las posibles reacciones adversas que podía tener, como dolor y enrojecimiento en la zona del brazo donde me inyectaría. Después de aplicada la vacuna me mantuvieron bajo observación durante una hora, chequeándome la presión arterial y la temperatura sistemáticamente, hasta que después de transcurrido el tiempo fui dado de alta sin tener ninguna reacción adversa”.

Julio César, mientras tanto, cuenta que en el policlínico, al que lo citaron para las 9:00 de la mañana, “acomodaron pupitres para recibir y atender a los voluntarios. Para la cantidad de participantes que estábamos ese día, considero que todo fue bastante expedito. Alrededor de las 11:00 ya estaba vacunado”. 

“El protocolo establecido incluía, primero, toma de presión y temperatura. A continuación, muestra de sangre. Luego, toma de datos para conversión a códigos de muestreo e inclusión por grupos. Vacunación, y observación por una hora”, detalla y añade que “todavía en el salón de recuperación, yo me había quedado dormido y se me acercó un médico. Me preguntó cómo me sentía y le expliqué que, sencillamente, era padre de un niño pequeño, mi esposa estaba, por demás, embarazada, y yo no había dormido bien y ni tomado café esa mañana. Me pidió que lo refiriera en la consulta post-observación y así lo hice, sin mayores consecuencias. Después me entregaron una planilla en la que debía señalar cualquier eventualidad, y comunicarlo inmediatamente al médico de familia. Mi planilla está en blanco”.  

El santiaguero resalta “la profesionalidad y buen trato del personal de salud que nos atendió, quienes frecuentemente agradecían por nuestra participación. Incluso, alguien, que al parecer tenía alguna responsabilidad, nos recordó varias veces que la participación era de absoluta voluntariedad y que en cualquier momento antes de la vacunación podíamos abandonar el proceso, sin tener que explicarle nada a nadie”. Ese propio médico, comenta, le pidió a un enfermero que quitara la música que estaba puesta inicialmente en la sala de observación. “‘Este salón es muy pequeño para esa música tan alta. Esto puede irritar a cualquier voluntario’” —cuenta Julio que dijo el médico—. “‘Queremos que estén tranquilos. Ahora mismo no necesitamos ninguna música’. Percibí que muchos se lo agradecían mentalmente. Yo incluso se lo dije, cuando pasó cerca de mí”.           

En cuanto al seguimiento luego de vacunarse, Julio César afirma que “durante las siguientes 72 horas fue un médico a la casa a preguntar por alguna reacción existente, que no tuve”, mientras que en el caso de Rafael “en los dos o tres días siguientes pasó una enfermera por la casa para ver si tenía algún síntoma, y como no tuve, no pasó más”. “Pero diariamente pasa por la casa un estudiante de medicina para hacer la pesquisa regular sobre síntomas de coronavirus a todos los adultos mayores y personas vulnerables”, acota.

Isabel y Ulises, sin embargo, no refieren la misma experiencia. “El seguimiento después de la vacuna por parte de las autoridades de la salud no existe. Uno en lo personal es quien tiene que reportarse si presenta algún síntoma, plasmarlo en el documento que te entregan e informárselo a tu médico de la familia”, explican.

Segunda dosis, placebo, futuro

Tanto Isabel y Ulises, como Julio César y Rafael, ya recibieron la segunda dosis. Isabel, el pasado 9 de abril y su esposo, Ulises, el día 12, y ahora deben esperar por la notificación de una posible tercera dosis o no, pues el ensayo fase 3 de Soberana 02 tiene dos esquemas posibles: uno con dos dosis y otro con una tercera dosis de Soberana Plus. También enfrentan la posibilidad de que les haya correspondido el placebo a ambos o a alguno de ellos, algo que, según Isabel, es “a suerte y verdad”. 

“Ahora tenemos que esperar a ver si nos llaman para ponernos la tercera dosis o no”, sostiene; mientras tanto, Ulises comenta: “De haberme tocado el placebo, espero que al finalizar el estudio se me aplique, de todos los candidatos vacunales cubanos, el que más eficiencia tenga, como lo explican en el consentimiento que firmas al inicio del estudio”, añade.

Rafael, por su parte, se inoculó la segunda dosis de Soberana 02 el 8 de abril y la tercera le correspondería el próximo 6 de mayo. Esa segunda vez, en el mismo vacunatorio de la primera, el proceso fue similar, aunque —dice— “un poco más organizado y con menos tiempo invertido”.

Tras la espera inicial, relata, “te llaman, pasas a un saloncito donde te toman la presión y temperatura, después una breve entrevista y llenado de formularios; pasas a un segundo saloncito donde te inyectan la vacuna y te actualizan la tarjeta que debes llevar encima durante todo el ensayo. Y luego pasas al ‘aulita’ donde permaneces por una hora con los demás vacunados. Al final, otro médico te vuelve a tomar la temperatura, presión, te mira el brazo, y finalmente te liberan. No he tenido ni inflamación, ni dolor, ni nada. Hasta hoy”. 

“¿Será placebo?” —se pregunta Rafael de manera retórica— “Espero que no. Mi esposa también ya se vacunó en la segunda ronda, para personas de 30-65 años, y nos sentimos más seguros, aunque sin estar confiados, y deseosos de que nos hayan aplicado el candidato y no el placebo. De todas formas, al final del ensayo nos dirán a cada uno qué grupo nos tocó. Y en caso de haber recibido placebo, podremos recibir la vacuna real si así lo queremos”. 

Rafael agrega que, le haya tocado una cosa u otra, lo importante por ahora es “no bajar la guardia”. “Aquí [en Cuba] ya están circulando nuevas cepas como las de Sudáfrica y el Reino Unido, más agresivas y virulentas, y no creo que se sepa con seguridad la efectividad de las vacunas en estos casos. Así que lo mejor es continuar con las medidas de seguridad, con la mascarilla, la distancia física, la higiene, y esperar que pronto todas las personas puedan recibir las vacuna aprobadas, y que estén disponibles para contribuir con otros países en calidad de colaboración y para exportar a los que puedan pagar”.

Julio César, por su parte, precisa que para su segunda dosis “al parecer en el policlínico no previeron que necesitarían más personas vacunando y el proceso se hizo más demorado. Terminé entrando a vacunarme como a las 11:00 de la mañana, desde las 9:00 que estaba ahí. Ojalá y lo solucionen para la tercera dosis, que debe ser el 23”. No obstante, nos cuenta que se siente satisfecho por no haber sufrido ninguna reacción hasta el momento y no teme haber sido vacunado con el placebo. “Si fue lo que me tocó” —señala—, “pues qué se le va a hacer. A alguien le tiene que tocar. Ya me pondrán después la de verdad”.

Camino a la tercera dosis de Abdala, Julio apunta a “un error extendido”. “He visto muchas publicaciones en redes sociales felicitando a los voluntarios, en vez de agradecerles o desearles suerte. A quienes me han felicitado por ‘la vacuna’, les he dicho que, en rigor, no estoy vacunado, sino que participo en un estudio científico. De todas formas, yo no espero por esto un diploma y un gladiolo. Todos los voluntarios estamos conscientes de los riesgos que asumimos al participar en el estudio. Solo quiero que la pandemia termine lo antes posible, y si lo que se necesita es probar los candidatos vacunales, pues me arremango el pulóver, con tal de acercarnos a una vacuna para mi mujer, mis hijos, mis padres, mis hermanos, mis amigos, mis vecinos”.

Salir de la versión móvil