Vicente

No hubo oportunismos en su carrera, ni poses. Vicente cantaba lo que creía.

Preparando la lista de temas antes de salir a un concierto. Foto: Kaloian.

Es una de esas muertes que se alejan de cualquier forma de pensamiento racional. Tomó su guitarra, interpretó algunos acordes y se dispuso a cantar La Bayamesa. De repente cae fulminado por un un infarto masivo. No hubo oportunidad de maniobrar, de salvarle la vida. Todo con un alto nivel simbólico. La canción, su guitarra y su último emplazamiento encima del escenario. Vicente parecía haber sido el propio director de su última obra, de su última puesta, de su último concierto. Si no se tratara de un hecho tan triste para la cultura cubana, podríamos decir que Vicente a los 74 años eligió su propia muerte. Que nos dejó de la mejor forma que hubiera querido irse este fundador.

Con su hija Aurora en un concierto homenaje en FAC a Santiago Feliu. Foto: Kaloian.

Con un amigo comentaba ayer que la muerte de Vicente Feliú junto a las recientes pérdidas de otros influyentes artistas e intelectuales va dejando un vacío en la cultura cubana relacionado con la influencia que ejercieron en sus respectivos campos desde una perspectiva marcada siempre por la ética.

Esa idea resume en gran medida la obra de Vicente. Fue un músico que junto a compañeros de generación como Silvio, Pablo, Nicola, entre otros, sentó las primeras bases de un movimiento del que todavía falta mucho por decir en la historia cultural cubana. Su obra alcanzó un importante anclaje durante los años 70 y 80 en el sur latinoamericano, donde su vida y sus canciones andaban sueltas durante aquellos años.

Con Silvio durante la presentación del disco “Cita con ángeles”. Foto: Kaloian.

Vicente se convenció desde temprano que tenía una responsabilidad histórica con lo que fundó, siendo todavía aún muy joven, y defendió ese sentido de la creación con una obra con un matiz político arraigado en los primeros años de la revolución cubana. No hubo oportunismos en su carrera, ni poses. Vicente cantaba lo que creía y defendía sus ideas en una escena tan amplia en su diversidad estética y de pensamientos políticos, como lo es la trova cubana. En ese ámbito se ganó el respeto por sus canciones y por las afinidades humanas que estableció con músicos, incluso con los que no compartía las mismas visiones sobre el significado que cada uno le otorgaba a la canción de autor y a la posición de un trovador ante la sociedad.

En ocasiones, quizá por las propias barreras creadas por las exigencias políticas o conflictos sociales que han separado o dividido a los cubanos, tomó distancia de algunos de sus colegas pero nunca se alejó de la admiración que les profesó, algo que indudablemente era correspondido aunque la sociedad, la vida o la fe los hayan puesto a kilómetros de distancia.

La obra de Vicente es poco conocida entre los cubanos. A la hora de su muerte casi todos se remitieron a Créeme, ese tema antológico de la Nueva Trova perteneciente al disco homónimo. El tema, en verdad, es una de esas canciones que refleja al calco la personalidad de su autor. Ahí se une trasfondo poético con el ideal que soñó. Desde ahí parece que siempre nos mirara Vicente. Aunque Vicente es más que Créeme.

Con Adriano Rodríguez, descargando en la casa. Foto: Kaloian.

 

En su obra descansan otros discos como Guevarianas, No sé quedarme, Aurora, El colibrí. Pero entre sus más de 30 discos entre álbumes en solitario y colaboraciones aparece Ansias del alba, ese magistral fonograma que grabó e interpretó junto a su hermano Santiago Feliú. En ese disco se unieron ambos desde un pensamiento tan similar como diverso, hasta el dolor en muchas ocasiones, pero con la idea de rendir homenaje al Ejército Zapatista y sobre todo a una condición humana observada como un terreno fértil para el intercambio, la comprensión y el renacimiento creativo y espiritual.

Con Santiago Feliu, su hermano, minutos antes de un concierto. Foto: Kaloian.

Vicente alternó su obra con el impulso de proyectos como Canto de todos y el apoyo a jóvenes trovadores para los que fue en su momento una especie de padre espiritual. De ahí que tras su fallecimiento no fueron pocos los que dejaron sus mensajes de dolor y de apoyo a su familia en sus respectivos perfiles de Facebook.

Vicente Feliú en Argentina , invitado pro el festival Mujer Trova. Foto: Kaloian

Con el trovador, al que le sobreviven su esposa, sus hijos Víctor y Aurora, y un hermano, conversé en ocasiones puntuales y lo entrevisté, posiblemente, en dos o tres oportunidades. Siempre hablaba con una profunda admiración de Silvio, de Pablo y de aquellos tiempos fundacionales en los que una generación pensó durante algunos años que todo era posible. Ahora lo recuerdo como si detenerse en aquellos ámbitos de fuego hubiera implantado sus nostalgias en la realidad que estábamos viviendo. Como si de alguna forma estuviera paciendo la nostalgia de Cuba.

Cantando con su compañera Aurora y su hija en un concierto en Buenos Aires. Foto: Kaloian.

De Vicente algunos medios, periodistas o políticos han querido resaltar solamente su obra, su fe o su canción más divulgada. Pero fue un hombre que no escapó a esa bohemia de la trova ni a esos avatares lúcidos que nacen cuando uno se pierde en la niebla de un bar o de un trago con sus colegas. Si se obvia ese perfil y sobre todo su entrega a esa aventura mayor que es la vida, se estaría convirtiendo su carrera en una habitación escueta.

Porque Vicente, eso sí, dio lustre al significado que le concedió al hecho de ser un trovador y haber sido parte de un movimiento que originó una aventura estética y ética en la cultura cubana de la que este país aún tiene mucho que aprender, especialmente cuando el vacío que dejan artistas como Vicente y otros intelectuales está siendo ocupado muchas veces por un pensamiento que adolece de la luz que en su momento le imprimieron hombres que desde el debate, el respeto y el quehacer intelectual no renunciaron a nada. Vicente como Santi hoy siguen mostrando que la trova cubana es tan diversa y oportuna como aquellas ansias del alba, de las que aún muchos padecen (padecemos) la nostalgia.

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