VIII Congreso del PCC: Un balance preliminar

Raúl Castro deja al primer secretario entrante, Díaz-Canel, el legado de los cambios institucionales, y paradigmáticos que le permiten moverse a profundizar y acelerar las reformas.

Foto: Estudios Revolución.

Los congresos del Partido Comunista de Cuba (PCC) funcionan como un festival de discursos y ceremonias para anunciar y afilar políticas que ya han sido decididas —en lo fundamental— a nivel de los mecanismos centrales de toma de decisión. El VIII Congreso no ha sido una excepción. Los grandes cambios estratégicos en la economía cubana fueron definidos en los dos congresos anteriores y las fronteras políticas se vieron ampliadas institucionalmente por la nueva Constitución de 2019.

En su octava sesión, el cónclave deliberó acerca de cómo implementar esos cambios y adaptar el sistema leninista a las nuevas realidades. En términos de liderazgo y programa, el Congreso ratificó la transición inter-generacional en la cúspide de un Partido que ya se había renovado en los niveles intermedios desde la pasada década. Esa nueva generación tendrá a su cargo la implementación de las reformas y las formas para su legitimación.

Por los estatutos, el Congreso del PCC es la máxima instancia del Partido. Eso hace clave al evento, dado el carácter de Partido único y dirigente establecido por la Constitución cubana. Sin embargo, las políticas de cara a la sociedad no son decididas por un órgano deliberativo sin competencia de plataformas o programas. Las decisiones que conforman la agenda son tomadas por los líderes partidistas en la cúspide de un sistema centralizado y piramidal. Consecuentemente, el énfasis del VIII Congreso estuvo en revisar la implementación de los acuerdos de los Congresos anteriores y la Conferencia Nacional del PCC; así como la preparación de la militancia y las bases políticas para defender el unipartidismo en las condiciones de una economía con mayor papel del mercado y la propiedad privada.

El PCC es leninista en una fase postrevolucionaria. Su esencia fundamental no es motivada por la herencia revolucionaria —que importa— sino por su abordaje unipartidista de la realidad cubana posterior a 1959. En pleno 2021, los líderes emergentes del órgano no tienen una legitimidad de origen en el hecho insurreccional revolucionario como la tuvo la “generación histórica”. Las metas centrales de la élite gobernante no son revolucionar Cuba o el mundo, sino alcanzar la unidad partidista y la estabilidad política en medio de cambios económicos significativos. La nueva generación de líderes necesita una zona de legitimidad por desempeño, como lo han logrado los Partidos comunistas de China y Vietnam u otros sistemas no democrático-liberales que han producido décadas de crecimiento económico.

Con su salida, Raúl Castro deja al primer secretario entrante, Miguel Díaz-Canel, el legado de los cambios institucionales y paradigmáticos que le permitirán moverse en función de la profundización y aceleración de las reformas. Pero, sean cuales sean los méritos del gobernante saliente, una economía cubana sostenible no es uno de ellos. Raúl Castro no cumplió lo del “vaso de leche” y, al ritmo de cumplimiento de los Lineamientos aprobados en 2011 —supuestamente bajo directa supervisión de Marino Murillo y la comisión de implementación y desarrollo— harán falta dos décadas más para cumplir lo que se ha definido como “urgente” en dos Congresos consecutivos. Uno de los vacíos más grandes del Congreso fue la poca discusión sobre los costos de un excesivo gradualismo para la complementariedad entre las reformas adoptadas.   

Por su leninismo, el régimen post-totalitario es mucho más sofisticado y desarrollado que los primitivos regímenes sultanáticos con los que la propaganda descerebrada de cierta oposición lo pinta. Sería bueno que en Washington y en Miami se empezaran a contrastar ciertos análisis y pronósticos, para cuando llegue el momento en que, de tanto desconocimiento de las realidades cubanas, arrojen un récord como el de los partidarios del embargo, y rindan cuenta por tanto despiste. El régimen político cubano no es democrático liberal, pero su dominación no es tradicional, sino moderna. Ni los Castro son una dinastía, ni Cuba es un sultanato regenteado por clanes familiares. Precisamente por eso, la salida de Fidel y Raúl Castro de las riendas del poder en Cuba no implica indicio alguno de que el sistema no se pueda adaptar a las nuevas condiciones históricas.

Sin Gorbachov 

El gobierno de Díaz-Canel puede abrirse al mercado, la propiedad privada en la pequeña y mediana empresa, la inversión extranjera, un arreglo más flexible con la diáspora, y actualizarse en el uso de las nuevas tecnologías, como anticipa la designación del diplomático Rogelio Polanco a la secretaría ideológica. Allí tiene un espacio amplísimo para cambios, que potencialmente, en condiciones de estabilidad y un ambiente exterior amistoso a las reformas, pueden a largo plazo motivar aperturas a otras cosmovisiones, particularmente un nacionalismo más abierto. En tanto que eso no pase, se podrá producir una liberalización política como ampliación de derechos civiles, pero nunca una democratización, si por eso se entiende la aceptación de competir con otros actores por el derecho a ser gobierno.

No ha habido un Gorbachov cubano porque las condiciones en las que se produjo ese fenómeno en la antigua Unión Soviética no son las de Cuba. El fenómeno “Gorbachov” fue desastroso para el nacionalismo ruso, con cuyo pensamiento los cubanos están muy familiarizados. Para que tendencias a la pluralización se afiancen a nivel de las élites cubanas es necesario que las mismas perciban algo que ganar como grupo dominante. Es necesario también que la soberanía cubana y el proyecto patriótico tengan garantías de no retroceso a la condición plattista que caracterizó el medio siglo de humillación —desde 1898 hasta 1959— hasta que Fidel Castro afirmó “Esta vez los mambises si entrarán en Santiago”.  

Mientras la política de EEUU apunte a causar dolor al pueblo de Cuba y asfixiar a todo el bloque comunista-nacionalista sin ofrecer otra opción que la rendición, no habrá un espacio político para que el debate entre diferentes formas de nacionalismo tenga lugar. La experiencia de la URSS ha sido más que estudiada por el PCC desde sus centros de estudio y sus esferas decisoras. Han planteado toda la sucesión de liderazgo para que ese perro no los muerda. Nada en política es totalmente predeterminado, pero, según la separación de funciones del primer ministro con respecto al presidente y primer secretario del partido, los límites de mandato y edad, el fortalecimiento del control interno partidista, y el espacio autónomo creado para las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), una perestroika cubana no es un escenario probable.

No hay leninismo a medias

No hay leninismo a medias, por definición. No hay equilibrios políticos estables en los cuales los comunistas puedan tolerar suficiente libertad y competencia política de rivales sin generar una transición a un sistema diferente. En el corto y mediano plazo, es probable una estructura orientada al mercado, una sociedad abierta con internet y viajes al exterior, un sector privado creciente e integrado al estatal en un contexto de economía mixta. Pero ello no implica la aceptación institucional del pluralismo político.

Los comunistas cubanos ratificaron su intención de seguir controlando a la sociedad, a las viejas estructuras, pero también de modo especial a los sectores emergentes. El PCC va a procurar dominar la vida política en municipios y provincias más descentralizadas, y en empresas privadas y cooperativas, tanto como lo hacía antes. Si no lo logra, será porque se ve forzado a operar en un contexto distinto. Sería importante una política estadounidense distinta, más cercana al tipo de la enunciada por la Unión Europea. Una política fundamentada en acompañar las reformas que tienen lugar, alentar —no confrontacionalmente— los espacios de autonomía y la pluralización de enfoques; sin dudas favorecería a que la reforma económica, por su propia dinámica, influya en la política. 

Paradójicamente, la continuidad en la intención de seguir controlando todo, ahora en una economía mixta, expresa la voluntad de cambiar hacia esa dirección más afín a los modelos chino y vietnamita. El Partido-Estado necesita la capacidad técnica para no solo ser empresario, sino también redistribuidor en condiciones de mercado, implicando entonces una capacidad fiscal-tributaria enfocada no en castigar, sino en maximizar los ingresos fiscales. De esos ingresos, no del tipo de coyundas típicas de las economías de comando —también llamadas “planificadas de socialismo real”— depende su capacidad política para prometer bienestar (lo necesita de cara a las nuevas generaciones crecidas durante tres décadas de crisis) y cumplir. Es en ese sentido de opciones, no en la analogía histórica sin análisis que es expresión de holgazanería intelectual, que tiene sentido invocar los ejemplos de China y Vietnam.

Un elemento importante ha sido la política estadounidense hacia Cuba en el contexto del Congreso. No solo ocurre después de la administración Trump, y el macarthismo desaforado de los sectores más retrógrados de la derecha cubanoamericana a todo volumen, sino también en un escenario donde la administración Biden ha dejado intacto el paquete de sanciones aprobadas por su predecesor. Aquí encontramos otra oportunidad perdida de mover fichas en una coyuntura crítica, con el único efecto de empoderar a los sectores menos proclives a una mayor liberalización política, incluso dentro del sistema unipartidista.

Cambio, continuidad y promesas

La salida de los cuadros históricos del Buró Político representa la culminación de la transición intergeneracional en la cúpula del sistema de poder cubano. La elevación de Díaz-Canel a la dualidad de líder del PCC y presidente tiene de continuidad pero también de cambio. Continuidad porque esa dualidad ratifica la estructura básica de organización del poder en el Partido-Estado: un grupo relativamente pequeño (30-40 personas), de líderes provenientes del aparato militar, los órganos provinciales del PCC y la cúpula burocrática del gobierno agrupados en torno a un líder central en el que todos los hilos de mando convergen: Fidel, Raúl, ahora Díaz-Canel.

También representa un cambio, porque Raúl Castro deja una estructura institucional diferente con un Primer Ministro subordinado al Presidente, pero con funciones propias, con ambos cargos operando dentro de límites de edad y mandato. El modelo de “Fidel al timón”, donde el carisma predominaba sobre las instituciones, no ha sido repetible ni siquiera por Raúl. Menos lo será con Miguel Díaz-Canel, cuyo mandato depende de ascensos y canales institucionales, reglas y normas. Aunque se mantenga el agrupamiento en torno a un líder central, la relación entre este y los líderes subordinados va a operar en una cultura política distinta. No hay desde esa jerarquía hacia Díaz-Canel la devoción que desarrollaron los cuadros históricos hacia Fidel y Raúl Castro a partir de la experiencia común de las luchas insurreccionales y las décadas formadoras de las FAR y el PCC.

Díaz Canel ha llegado como sucesor de Raúl Castro al traspaso de los cargos fundamentales. Eso, en el sistema cubano; donde varios terceros —detrás de Fidel y Raúl Castro— terminaron defenestrados, no es logro menor. Díaz-Canel tiene la ventaja de haber ascendido paso a paso, y por tanto tiene una red de colaboradores y aliados entre los líderes partidistas y la simpatía del alto mando militar. El Buró Político elegido refleja esa correlación de fuerzas: cuatro generales de diferentes generaciones y el Primer Ministro, que viene también del complejo FAR-MININT, con el cual el presidente se ha entendido. Dijo Raúl Castro en su Informe Central que el presidente Díaz-Canel ha escogido su equipo. Pudo decir también que la generación histórica, el departamento de organización del PCC y el alto mando militar, lo “ayudaron”.  

Las nuevas instancias de poder transparentan quienes han estado gobernando el día a día del país en el último lustro, y su agenda venidera. La responsabilidad por el destino de Cuba es ahora explícita desde la gestión económica y la seguridad interna, hasta los nuevos enfoques para el aparato ideológico y la formación de cuadros depositada en el Secretariado.

El PCC necesita ampliar las zonas de legitimidad de su mandato con un desempeño económico que lo justifique o se le va a complicar la gobernabilidad. El enfrentamiento exitoso al reto sanitario de la COVID-19 le ha aportado nuevo capital político; pero a mediano plazo, la economía es primer renglón para medir sus capacidades. Se necesita orientar prioridades y recursos hacia la seguridad alimentaria, pues sin comida no hay país, por muchos hoteles que se construyan o reparen. Díaz-Canel ha enfatizado el discurso de la continuidad para asegurar la confiabilidad de los que lo han elegido pero, para resolver las demandas y quejas de una Cuba globalizada y signada por una crisis estructural, va a tener que prometer y hacer grandes cambios, tanto sustantivos como en la forma de gobernar.

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