1968 (V)

Heberto Padilla, autor de Fuera del Juego, ganador del premio de Poesía “Julián del Casal”, en 1968. Fue el inicio de "el caso Padilla". Foto: Tomada de libretadenorberto.blogspot.com.es

Heberto Padilla, autor de Fuera del Juego, ganador del premio de Poesía “Julián del Casal”, en 1968. Fue el inicio de "el caso Padilla". Foto: Tomada de libretadenorberto.blogspot.com.es

En enero de 1968 el Congreso Cultural de La Habana, que congregó a más de setenta intelectuales de diversos países, declaraba su compromiso con la liberación nacional y la lucha de los vietnamitas. Un frente amplio, no partidista, no sectario, caracterizado por palabras claves que formaron parte de la conversación, incluso más allá del gremio: intelectual revolucionario, compromiso, subdesarrollo, lucha armada…

En el discurso de clausura, Fidel Castro dijo: “Porque no puede haber nada más antimarxista que el dogma, no puede haber nada más antimarxista que la petrificación de las ideas. Y hay ideas que incluso se esgrimen en nombre del marxismo que parecen verdaderos fósiles”.

Juvencio Valle, Federico Álvarez, Mario Benedetti, Max Aub, Rodolfo Walsh, Manuel Galich, Roberto Fernández Retamar, Fayad Jamis, Chiqui Salsamendi, Jorge Semprún y Félix Grande en una guagua hacia la Escuela Nacional de Arte, La Habana, febrero de 1968. Foto: Juan Dolset. Fundación Max Aub.

Esa misma perspectiva lo llevaría, en marzo de ese año, en la escalinata de San Lázaro y L, a pronunciarse de manera explícita contra los manuales soviéticos, en tesitura con los profesores del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana, también gestores/editores de Pensamiento Crítico (1967-1971), sin dudas una de las revistas que mejor resume el espíritu de toda aquella época.

Pensamiento Crítico, Habana, enero de 1968, número 12.

 

Aludió, además, al “abismo, el enorme abismo que a veces media entre las concepciones generales y la práctica, entre la filosofía y la realidad”.  Y también: “los manuales se han ido quedando anticuados, se han ido convirtiendo en algo anacrónico, por cuanto no son capaces de decir en muchas ocasiones una sola palabra acerca de los problemas que las masas deben conocer”.

En 1968 el jurado de Casa de las Américas otorgaba el premio de cuento al joven escritor Norberto Fuentes (1943) por Condenados de Condado, que tanta importancia tendría en la llamada narrativa de la violencia. Heberto Padilla (1932-2000) recibía el premio de poesía “Julián del Casal”, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), por su libro Fuera del juego, y Antón Arrufat (1935) el de teatro por Los siete contra Tebas, ambos publicados con una disonante declaración institucional y atacados duramente por un tal Leopoldo Ávila desde la revista Verde Olivo, órgano de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).

Andando el tiempo, una lectura alternativa del llamado caso Padilla (y sus alrededores) conduciría a académicos e intelectuales, tanto de dentro como de fuera, a cuestionarse su racionalidad, pertinencia y coletazos.

Buen punto, sin discusión. Pero el problema consiste en que a todos los cogió el cambio de época, y sobre todo el segundo round, marcado por el Congreso Nacional de Educación y Cultura (1971) –literalmente en las antípodas de aquel otro del 68–, y precedido por duras reacciones de la intelectualidad internacional ante el apoyo cubano a la invasión a Checoslovaquia, por la condena al encarcelamiento del poeta y por las no menos duras posiciones oficiales en esos dominios.

En 1968 la literatura gozaba de buena salud después de haber producido tres catedrales muy distintas entre sí:  El Siglo de las Luces (1962), de Carpentier; Paradiso (1966), de Lezama; y Tres Tristes Tigres (1967), de Guillermo Cabrera Infante. La sola revisión de la presencia de autores cubanos en el Premio Casa de ese año así lo sugiere. En novela, recayó sobre Pablo Armando Fernández (1930) con Los niños se despiden, una de las mejores y más representativas del ciclo narrativo inaugurado casi diez años antes.

Guillermo Cabrera Infante

La mención fue para Reynaldo González (1940) con otra extraordinaria novela, Siempre la muerte su paso breve. En cuento, además del premio a Condenados…, el jurado le otorgó mención a José Lorenzo Fuentes (1928-2017) por Después de la gaviota. En poesía, Belkis Cuza Malé (1942) obtuvo lo mismo con Juego de damas. En teatro, el premio recayó sobre todo un clásico: Dos viejos pánicos de Virgilio Piñera (1912-1979).

En cuanto a consumo cultural, y en específico literario, los cubanos de entonces tenían acceso a una amplia gama de títulos. 1968 despuntó por El Diario del Che en Bolivia, publicado un año después de fundarse el Instituto Cubano del Libro (ICL). Todo un acontecimiento que, por razones obvias, trascendería las fronteras nacionales.

En literatura regional, la Casa de las Américas llevaba la batuta no solo por publicar sus premios anuales, sino también por una colección memorable (Literatura Latinoamericana, 1963), gracias a la cual pudieron entrar en circulación en la Isla escritores como Juan Rulfo, Juan Carlos Onetti, Carlos Fuentes, Julio Cortázar y varios del boom, que solían visitar la institución con frecuencia o formar parte de sus órganos de dirección.

Primera edición cubana de El diario del Che en Bolivia.

Todo lo anterior era una consecuencia directa del rol de los escritores en la joven industria editorial, inaugurada el 31 de marzo de en 1959 con El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (Imprenta Nacional de Cuba, 400 000 ejemplares) y la celebración de los Festivales del Libro, pero también de la expansión de un público lector debido a una campaña alfabetizadora (1961) y a las metas educacionales ya alcanzadas a fines de los años 60. Y todo ello con una política de precios de venta al público que hoy parecería dictaminada por la ciencia ficción. El libro no era un “producto suntuario”, por lo menos en Cuba, lo cual no podía sino llamar la atención de muchísimos visitantes.

La Colección Cocuyo ponía entonces a disposición de las personas a clásicos de la literatura universal, en particular europea y norteamericana: André Malraux, Alexander Solzhenitsin, James Joyce, Henry James y Carson McCullers…, mientras que Dragón, especializada en literatura policial y de misterio, difundía ambos géneros, de escasa o nula presencia antes de 1959.

Gracias a ella circularon en Cuba maestros norteamericanos como Ray Bradbury (Crónicas marcianas, Farenheit 451, El hombre ilustrado), James Cain (El cartero llama dos veces), Isaac Asimov (El sol desnudo), John Dickson Carr (Los espejuelos oscuros)… Y también imprescindibles como Edgar Allan Poe, Arthur Conan Doyle y Agatha Christie. Muchas veces eran leídos bajo la luz de un farol en las escuelas al campo o en las unidades militares donde los muchachos cumplían sus tres años de Servicio Militar Obligatorio (SMO).

El mundo, dijo alguien alguna vez, parecía al alcance de la mano.

Aunque no por mucho tiempo.

Continuará…

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