A preguntas gordas, respuestas narizonas

Fotos del autor

Su debut en lides humorísticas tuvo lugar a principios de la década de los 80 del siglo XX, cuando era estudiante de Filología en la Universidad Central de Las Villas. Después de graduado y fungiendo (entre otras cosas) como asesor literario en la propia ciudad de Santa Clara, estuvo entre los fundadores de la recordada agrupación La Leña del Humor, encabezada por Pible e integrada por destacados cultores del género en la región central.

Sin embargo, Baudilio Espinosa Huet (Bao) era ya humorista desde mucho antes. Tal vez desde la Secundaria, cuando acostumbraba a preguntar por sus discos en la antigua quincallería El 20 de Mayo de su natal Sagua la Grande. Sus camaradas disfrutaban de lo lindo mientras la empleada de turno hurgaba en los catálogos sin encontrar jamás el fonograma indicado. Baudilio, incapaz de reproducir una sola nota musical, poseyó desde siempre un especial sentido del humor y un talento innegable para concebir el chiste oportuno en milésimas de segundo.

Un día, como buen habitante de provincias, Baudilio reunió sus magros bienes y puso proa hacia la capital para convertirse, en poco tiempo, en uno de los principales guionistas de ¿Jura Decir la Verdad?, el dramatizado con que Ulises Toirac quiso rendir honores a La Tremenda Corte. En ese escenario vio la luz el profesor Pepe Rillo, uno de sus más acabados personajes.

Como conductor y guionista pasó a integrar el equipo de Gustavo Fernández-Larrea para El Selecto Club de la Neurona Intranquila, cuando no era más que un paquete de trece programas para el Canal Habana. Cinco años después y con alcance nacional, La Neurona se ha convertido en uno de los espacios con mayor índice de teleaudiencia, a partir de una combinación de agilidad mental, humor e inteligencia nunca antes vista en la televisión cubana.

—¿Qué provoca la risa de los cubanos? ¿Compartes el criterio de que poseen un sentido del humor tan desarrollado que los lleva a reír hasta de sus propias calamidades?

—A los cubanos nos hace reír lo mismo que a nuestros congéneres en cualquier parte del planeta. Al fin y al cabo todos somos humanos y los resortes, tanto del llanto como de la risa, son universales. Es falso el mito de que nuestra sensibilidad humorística es tan desarrollada que nos permite reírnos de nuestras calamidades. En todas partes los pomposos e hiperserios reciben la cuchufleta; las medidas absurdas la burla y la desobediencia; los mentecatos con poder la humillación.

“Lo que ocurre es que en nuestro pueblo la trompetilla alcanza la dimensión de arma, muchas veces la única disponible. Así fue en la república, en la colonia, y estoy seguro que también en la conquista, aunque los aborígenes no dejaran constancia de su sentido del humor. En la actualidad el humorista ha tenido que asumir una parte del papel (por diversas razones limitado) del periodista, y el público busca en el escenario la crítica o el reflejo de una realidad que no encuentra en la prensa, para hacer catarsis o para concientizar un problema”.

—¿Qué público consideras más difícil a la hora de hacer reír? En lo personal, ¿con qué sector de ese público te sientes más a gusto?

—Para mí el público ideal es el que te encuentras en un teatro universitario. Un público preparado, alerta, no viciado y que agradece la sutileza y el ingenio en el humor. No se trata de hacer un humor culto o referencial, es que con ellos puedes probar caminos no trillados, experimentar y ensayar asociaciones para enriquecer tu arsenal como humorista, y a la vez proveerlos de herramientas que les permitan mirar la vida a través del subversivo prisma del humor. Me gusta el teatro en general. El teatro es el lugar idóneo, porque además puede asistir la familia cubana, toda vez que las entradas son baratas.


—¿Qué humor prevalece en los centros nocturnos y otros espacios que de manera habitual mantienen a humoristas en cartelera?

—Hay una clara diferencia entre las características del teatro y las del centro nocturno: en el teatro el interés económico no prima sobre el artístico; en la mayoría de los centros nocturnos ocurre todo lo contrario. En el teatro una junta especializada debe aprobar los espectáculos; en la mayor parte de los centros nocturnos lo hace un gerente sin preparación artística y que por lo general impone su gusto. De ahí que sea más fácil que se filtre un mal producto en el centro nocturno que en el teatro. A eso añade que el individuo va al cabaret no solo a ver el show sino a tomar unos tragos, a bailar, enamorar, conversar y hasta hacer negocios. Por otra parte, los altos precios de entrada limitan la asistencia de estudiantes y de profesionales.

“Quizás por todo eso existe una especie de demonización de los shows humorísticos que se presentan en los centros nocturnos, del público que asiste y de los humoristas que allí actúan. Se dice que abundan las malas palabras, la grosería, y que algunos actores ofenden al público. Sin embargo, las cosas no son en blanco y negro. Tal vez el chiste deba ser más directo, pero quien es grosero lo hace por facilismo. No estoy vinculando la grosería con las llamadas malas palabras; las malas palabras son parte del idioma y cuando se usan con fines expresivos son válidas, tanto en drama y comedia como en los centros nocturnos. Pueden usarse sin llegar a ser grosero y, en cambio, se puede ser muy grosero sin decir malas palabras.

“En cuanto a lo de ofender al público tampoco son claras las cosas. He visto a humoristas interactuar con el público en un centro nocturno, burlarse de un individuo por la cantidad de cadenas que lleva al cuello y el individuo sentirse halagado. ¿Puede considerarse una ofensa? Respeto a muchos humoristas que trabajan en centros nocturnos: saben manejar a su público, le dan lo que quieren y lo hacen de forma digna”.

—¿Están los programas de humor en la televisión a la altura que demandan los televidentes cubanos?

—La televisión es el medio al que más acudimos los cubanos en busca de humor. No hay que pagar entrada, no hay que gastar en ropa bonita ni en transporte. Por eso tiene un público enorme y heterogéneo. Donde se comete el error es en querer que cada programa humorístico complazca a la totalidad de ese público. La clave está en la variedad. Diferentes formas y formatos a la hora de abordar el humor. Demasiados programas se parecen entre sí o a otros del pasado (incluso de un pasado muy reciente). Demasiados chistes se repiten. Demasiados personajes, escenografías y vestuarios semejantes. Si en un programa aparece un viejito simpático, entonces a poner viejitos simpáticos en todos. Que un programa haya tenido éxito no quiere decir que tengamos que repetir y hasta calcar la fórmula.

“Como si no bastara, hay una aterradora escasez de guionistas. Es un empleo mal pagado que hace imposible el trabajo en equipos de escritores y, por lo tanto, no hay tormentas de ideas que enriquezcan los textos. Por más que puedan aportar los actores no será jamás como un equipo de profesionales encargados de escribir.

“Muchas de estas cosas no son responsabilidad de los equipos creativos, es evidente que faltan recursos. Nuestra televisión forma y educa, y eso está muy bien. Pero en el aspecto económico es un hueco negro que se traga millones sin devolver nada. ¿Por qué no invertir en ella y crear mecanismos para que pueda sustentarse a sí misma? Talento hay. Nuestros programas humorísticos podrían llegar a ser un renglón exportable y convertirse en referencia para otras regiones. Que sea variado nuestro humor y que se conozca en todo el mundo puede que derrumbe el mito de que los cubanos solo reímos de nuestras propias desgracias… El tema que inició nuestra conversación, ¿recuerdas?”.

Salir de la versión móvil