Anita Tijoux en Cuba y el arte de los despatriados

Ana Tijoux.

El Festival Patria Grande nos acaba de presentar a Anita Tijoux, la voz del Hip Hop chileno más reconocida internacionalmente. Ya había estado en Cuba en el año 98, cuando el pretexto de visitar a una abuela instalada en Alamar le hizo toparse allí con buena parte del movimiento rapero cubano. Ahora, dieciocho años después, vuelve a la Isla con el prestigio de ocho nominaciones a los Premios Grammy y otras tantas en los Pulsar y MTV Latinoamérica, pero sobre todo como una activa militante de los movimientos sociales en Chile y el continente.

Dijo que venía a cantar, a mostrar su trabajo, y eso hizo. Cantó con Silvio Rodríguez en un barrio de La Habana Vieja, cantó luego en la Tribuna Antimperialista y en la ciudad de Trinidad. Antes que todo eso llegó a la Casa de las Américas para un conversatorio, porque también había cosas que contar.

“Cuando vine aquella vez aluciné con grupos como Anónimo Consejo, Obsesión, y Explosión Suprema. Me marcó mucho el hip hop cubano, me pareció que tenían mucha identidad, encontré gente que mezclaba rap con rumba y me fui a Chile con esa memoria y un vínculo que lamentablemente se fue perdiendo con el tiempo”, dijo en este segundo encuentro con el público cubano.

Anita Tijoux en el Concierto 77 de Silvio en los barrios. Plaza Cristo, Habana Vieja. Foto: Iván Soca/Facebook.
Anita Tijoux en el Concierto 77 de Silvio en los barrios. Plaza Cristo, Habana Vieja. Foto: Iván Soca/Facebook.

“De niña en mi casa se escuchaba Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Los Olimareños entre tantos otros artistas; sin embargo me enamoré del Hip Hop cuando lo conocí en Francia a los 8 años. Todos los que allí amaban el rap eran como yo, hijos de argelinos, cameruneses, marroquíes, nigerianos, que no conocíamos nuestros países de origen y tampoco nos sentíamos franceses como para cantar La Marsellesa. ¿Qué somos?, nos preguntábamos. Somos hip hop. Este es nuestro país, nuestra bandera, nuestra identidad, nuestra herramienta. Representaba la patria de los despatriados. Para nosotros fue una escuela, una universidad de la calle, que entrañaba muchas problemáticas pero era también un punto de encuentro”.

En otro momento, después de narrar el reencuentro con su país tras el exilio francés y las contradicciones del Chile actual, dijo también que el Hip Hop es libertad. “Tiene que ver con cómo te vistes, cómo te muestras, cómo besas, cómo sientes y por eso me parece importante que se construya y se desconstruya. Es una revolución permanente, cotidiana, desde la mañana hasta la noche”.

La Tijoux no es una interlocutora complaciente; por el contrario, se cuestiona todo el tiempo las ideas, huye de las verdades absolutas, de cualquier caricatura, y más que respuestas le asaltan “mil preguntas”, quizás por ese mismo espíritu cuestionador tan propio del hip hop que lo convierte en un género de denuncia.

“Ciertamente el rap nace en todas partes como un modo de pensamiento crítico, pero lo que sí le reprocho es otra cosa: no conozco ningún rapero hombre mundialmente reconocido que se diga y se acepte como gay, lo cual sí existe en el punk, en el hardcore y en todos los géneros musicales. Creo que muchos lo son y no lo van a decir jamás, porque dentro del movimiento hay prejuicios de género muy fuertes”.

Anamaría Tijoux nació en Francia en el 77, pues sus padres se instalaran allí tras el Golpe de Estado de Augusto Pinochet en el 73. Ella es otra hija del exilio, que conoció su país de visita en el 83 y regresó para vivir en él cuando tenía 16 años, después del retorno de la democracia a Chile.

¿Cómo fue ese encuentro tardío con tu propio país?

Fue muy violento, como un balde de agua fría. La construcción de país que nos hacemos quienes nacimos fuera tiene que ver mucho con los afiches, la música, los documentales, la historia contada, entonces aterrizar todo ese imaginario a la realidad es un terremoto que uno va solucionando con el tiempo. Se trata de entender qué cosa era Chile en verdad y comprender los estragos de la dictadura. El país al que volvieron mis padres no era el mismo que habían dejado, sino otro sumamente neoliberal, capitalista.

Como niña que venía de Francia yo me preguntaba donde estaban los africanos, los árabes…no había una migración tan fuerte y linda como la que se ve hoy. Con el tiempo me fui enamorando de ese Chile que yo viví, de su desarmadura. Las vivencias te hacen sentirte en el país, no es el pasaporte, no es que te lo digan; es cuando ya necesitas comer marraquetas con palta, cuando te reconoces en la comida, en el mirar, en los modismos. Es un proceso lento y profundo.

 

Anita Tijoux en la Sala Manuel Galich de la Casa de las Américas. Foto: Abel Carmenate.
Anita Tijoux en la Sala Manuel Galich de la Casa de las Américas. Foto: Abel Carmenate.

Sobre los alzamientos estudiantiles que tomaron auge en Chile en el año 2011 y la movida artística e intelectual que ese proceso destapó, también le preguntaron a Anita en el encuentro con periodistas, artistas y estudiantes chilenos que tuvo lugar en la Sala Manuel Galich de la Casa de las Américas.

“En ese sentido una de las cosas más interesantes que ha pasado es la explosión de la fotografía. Nunca antes hubo tantos fotógrafos en las calles como en las marchas estudiantiles. Sucedió un alzamiento artístico paralelo que arrastró también a los músicos, los bailarines, los graffiteros. Todos somos parte de una articulación social perfecta que se enhebró en Chile hasta hoy, y por lo menos instaló una pregunta silenciada durante muchos años: ¿Por qué tenemos que pagar por educarnos? Si bien eso no se ha resuelto, la interrogante existe, por ejemplo, en mi hijo de once años y sus compañeros; y eso ya es un avance en términos de reflexión política”.

En 2015 la Revista Rolling Stones la eligió como la mejor rapera en idioma español. Este año su agenda abarcó varias presentaciones en Estados Unidos y llegó también a las aulas de la Universidad de Harvard y otras dos de California para hablar del nuevo arte social latinoamericano y el devenir político chileno.

“Recuerdo que antes de ir por primera vez a Estados Unidos mi viejo me decía que tuviera cuidado con la vorágine, por muchos años yo misma lo había visto también como el enemigo. Y resulta que me encantó ese país porque me enamoré de su gente, de sus luchas, de la cultura chicana, afroamericana, de Detroit y tantos centros comunitarios donde se siente un verdadero despertar del pensamiento crítico”.

Al igual que Antipatriarca o Somos sur, dos manifiestos políticos de su disco más reciente, Los peces gordos no pueden volar, es otra de esas canciones con un lenguaje muy frontal. En este última Anita intenta explicarle a su hijo de once años cómo funciona el mundo, “su absurda construcción social”.

Soy otra madre que duerme poco pero sueña mucho,
que aprende más de sus hijos que del mundo adulto.
Cuando grande quiero ser un niño
reírme contigo de un modo sencillo.
Con las pocas horas que tengo contigo,
debo yo pelear con peces que quieren ser amigos
que hablan al oído, a través de comerciales
y que seducen mediante sus canales.

No estoy en contra de que juguemos,

Solo contarte como es el juego;

Kidzania no es un parque,

y el mall no es una plaza,

y ese celular a los amigos no reemplaza.

Vengo (2014) es, no obstante, un álbum que en lo musical supone una ruptura respecto a sus tres discos anteriores en solitario, en el que su autora decide explorar sonoramente el continente, incorporar nuevos instrumentos a su discurso.

“Cómo no le puse antes a mi música un cuatro, un charango. Qué hermoso”, dice ahora Anita Tijoux. “Y quien dijo que eso no es hip hop. Hay también mucho fascismo dentro de la música, gente dictando lo que se debe hacer y lo que no. El Hip Hop es un movimiento y en consecuencia tiene que moverse.

"Qué somos?, nos preguntábamos. Somos hip hop. Esta es la patria de los despatriados". Foto: Abel Carmenate.
“Qué somos?, nos preguntábamos. Somos hip hop. Esta es la patria de los despatriados”. Foto: Abel Carmenate.

“Actualmente estoy trabajando en otro proyecto que se llama Roja y negro. Ahí me toca ponerme tacones y cantar boleros, tangos y pienso en la suerte que es poder ser otra persona también, porque somos una multiplicidad de almas dentro de una, tenemos mil arcoíris de emociones para hacer lo mismo una música lenta, rápida que rabiosa. Eso es lo bonito de la música, la posibilidad de jugar con los matices”.

 

 

Salir de la versión móvil