Agustín Bejarano: "Yo no me permito engañarme"

Olympus VI. Detalle. 2017. Autor: Agustín Bejarano. Foto: Ángel Márques Dolz.

Olympus VI. Detalle. 2017. Autor: Agustín Bejarano. Foto: Ángel Márques Dolz.

Agustín Bejarano, uno de los pintores que más impactó la visualidad finisecular cubana, regresa a la galería de Luz y Oficios, la milla de oro de su empinada carrera, con La cámara del eco, que se inaugura este martes 13 de marzo a las 5:30 de la tarde.
Con esta exposición personal, cuya segunda parte toma el nombre de Memorias en tributo a Rufo Caballero, Bejarano inclina la frente ante el desaparecido crítico y curador, quien hace exactamente veinticinco años redactó el catálogo de Corte final, una muestra que catapultó al artista nacido en Camagüey en 1964.
En esa oportunidad, Caballero, tal vez el más taladrante y díscolo de los críticos cubanos de los últimos treinta años, tituló La cámara del eco a sus notas sobre Bejarano, en las que reflexionaba la valía de la obra de un artista tempranamente exitoso.

Agustín Bejarano. Foto: Ángel Márques Dolz.
Agustín Bejarano. Foto: Ángel Márques Dolz.

“Rufo trató la obra mía en diferentes momentos, así que le respondo, esté donde esté, que sigo trabajando y que no lo defraudo, como tampoco a mis amigos”, dijo Bejarano en exclusiva con OnCuba en el salón maestro del Centro Provincial de las Artes Plásticas.
“Ambos críticos fuimos seducidos desde el principio por la virtuosa imaginería del artista, por su inusual poética de las asociaciones visuales, erigida a partir de una relación sublime e inquieta entre lo clásico y lo contemporáneo”, suscribió David Mateo en sus apuntes para el catálogo de La cámara del eco.

Resumen y cambio de códigos

En las blancas paredes de Luz y Oficios, una casona colonial ubicada casi a los pies de la ribera oeste de la bahía, colgará una suerte de resumen del creador, desde sus grabados sobre plástico, de fines de los 90, hasta sus imponentes lienzos de gran formato de las series Olympus y Crepúsculo, ambas del pasado año, que dan fe de las preocupaciones ontológicas y ecologistas del autor.
Una de las piezas paradigmáticas de la exposición es Torre de merengue tropical, grabado sobre plástico de 1993, la primera obra de Bejarano que se publicó en la revista Art News, de Nueva York, y que es el punto de torsión hacia códigos figurativos.
“Anteriormente, tenía una obra más hedonista, más abstracta, y no usaba la figura como a partir del 94”, consideró Bejarano.
El propio proceso evolutivo en doble sentido, como artista y como ciudadano, hizo que la producción pictórica “tuviera un compromiso más directo” y se alejara de los códigos abstractos, que “no me permitían hilvanar un diálogo intenso sobre la problemática ideológica de los años 90”.
En el 89, con Huracanes, curada por Caballero en el Castillo de la Real Fuerza, el pintor cerró, aunque no definitivamente, su etapa abstracta.
“El artista siempre tiene que tener un motor de cambio. Un punto de partida y de negación que es la premisa para ser creativos”, sustentó Bejarano, cuyas exposiciones personales han sido vistas en galerías de México, Japón, Canadá, Suiza, España y Estados Unidos.

Serie Angelotes Arabesco VI. Acrílico sobre lienzo. Detalle. 1998. Autor: Agustín Bejarano. Foto: Ángel Márques Dolz.
Serie Angelotes Arabesco VI. Acrílico sobre lienzo. Detalle. 1998. Autor: Agustín Bejarano. Foto: Ángel Márques Dolz.

El accidente

En ese último país, participando en 2011 como invitado con la serie Paisajes, en la Feria Internacional de Arte, de Miami, Bejarano enfrentó el episodio más dramático de su vida, al verse envuelto en un presunto caso de pedofilia denunciado por una familia cubana residente en Hialeah.
Devuelto a Cuba luego de poco más de tres años de cárcel, tras una negociación con la fiscalía –confesión de culpabilidad a cambio de no podrirse tras las rejas– Bejarano afirmó que la experiencia no perturbó su faena como artista.
“Para nada. Yo seguí trabajando mi obra de forma muy serena y con la misma pasión. La experiencia la procesé y quizás me dio más fortaleza para poder asumir los retos de la vida que son muy difíciles a veces”, aseguró.
El artista, galardonado con el Gran Premio del Salón Nacional de Grabado en 1997, se autodefine como una “gente abierta, con una visión amplia sobre lo ecuménico que puede resultar la ayuda al prójimo”.
“Lo que más me dolió fue la opinión que se puede tejer sobre una persona que ha estado totalmente fuera de alcanzar algo negativo en su vida”, y que considera a la infancia como “la etapa fundamental” en los seres humanos.

De la Serie Coquetas. 1998. Preparativos de la expo. Foto: Ángel Márques Dolz.
De la Serie Coquetas. 1998. Preparativos de la expo. Foto: Ángel Márques Dolz.

Después de la tormenta

Distante ya de su ciclónica etapa de creador, en que salían de sus pinceles casi al mismo tiempo series como Las anunciaciones, Las coquetas y Angelotes, haciendo “confluir muchas necesidades como creador”, Bejarano, a partir de 2002, entró en un curso más meditativo y sedado.
“Me doy más el derecho a la reflexión, a buscar más lo que quiero hacer, los colores precisos, la composición… Lo que más atosiga mi cerebro es generar una obra nueva, oxigenada, que tenga interés para mí, y que rompa lo anterior que vengo haciendo”.
Lam, Portocarrero, Domínguez, Oliva, Zayda del Río, Chocolate, “que fueron mis maestros y que tanto me inspiraron en mi obra actual”, forman parte de la iconografía admirada por Bejarano, junto a Picasso, Chillida, Barceló –no menciona a Dalí, pero es inocultable su fantasma–, algunos nombres de la transvanguardia europea, que “hicieron una obra contundente”, además del estadounidense Julian Schnabel, “con su neopintoresquismo y sus collages a partir de cerámicas rotas”.
Amante de la lectura, sobre todo del género biográfico, y de los buenos chistes criollos, que también suele hacer, Bejarano afirmó que no es un tipo tan aburrido como a veces sugieren los personajes de sus cuadros, “tan diminutos y tan llenos de silencio interno”.

Preparativos de la expo. Foto: Ángel Márques Dolz.
Preparativos de la expo. Foto: Ángel Márques Dolz.

La dialéctica del navegante

Aunque respeta el trabajo de otros a partir de las tecnologías al uso, “medios parartísticos”, los llama, como el vídeo, la fotografía y las plataformas digitales, Agustín Bejarano sigue militando en un arte más tradicional, de pincel, lienzo, esponja y potes de pintura.
“Lo mejor es convivir. No rechazo las nuevas tecnologías, ni los nuevos lenguajes. Mi hijo está en San Alejandro y el miedo mío es que se parezca a mí”, dijo, defendiendo las opciones, el cambio y la dialéctica del arte.
“Me veo en la distancia como un eterno navegante, buscando nuevas tierras; tratando de ser más yo, mientras niego lo anterior”.
Con 53 años, el artista ya ha puesto en práctica diversos artilugios para pintar por horas consecutivas, descansando el antebrazo en una suerte de muleta que mejora su resentida musculatura, en tanto, pese a los achaques, se sigue encargando de todo el proceso plástico.
“De principio a fin. No dejo que nadie toque ni un ápice de mi obra”, aseveró un meticuloso Agustín Bejarano, alguien que bracea todos los días por estar “siempre en la vanguardia”, sin los fuegos fatuos de la vanidad, porque “si alguien no debe engañarse soy yo y yo no me permito engañarme”, concluyó después de calmar su sed con un largo sorbo de ron.

Salir de la versión móvil